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ENSAYO SOBRE COMPORTAMIENTO ELECTORAL


Enviado por   •  11 de Diciembre de 2013  •  2.946 Palabras (12 Páginas)  •  310 Visitas

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ENSAYO SOBRE COMPORTAMIENTO ELECTORAL

Cuando estalló la revolución de 1810, nuestra sociedad se componía de tres elementos: el español peninsular, que gozaba de todos los privilegios, oprimía, explotaba y tenía por suya la tierra del Nuevo Reino, y en su composición entraban los empleados públicos, los encomenderos, los comerciantes patentados, el alto clero (que casi todo era peninsular) y la milicia o tropa permanente; el criollo, bajo cuya denominación se comprendían los hijos de españoles nacidos en el país, y los mestizos, excluidos de aquellas clases privilegiadas y explotadoras, y a su número pertenecían, en lo general, nuestros médicos, abogados, artistas y literatos, nuestros clérigos subalternos y frailes, y nuestros artesanos; y, en fin, el tercer elemento lo formaba la gran masa social, compuesta de indígenas repartidos en encomiendas, negros y mulatos esclavos, y todo el conjunto de hombres de pena, sin independencia alguna (inclusive los indígenas propietarios de resguardos en común) llamados por la clase dominadora plebe o populacho.

De estos tres elementos componentes de la sociedad del virreinato, el primero explotaba al tercero, deprimiéndolo completamente, y oprimía y despreciaba como su inferior al segundo, representando a la Metrópoli. El elemento criollo representaba la Patria y lo futuro, y aspiraba naturalmente a emanciparse y hacer exclusivamente nacional el suelo que servía de territorio a la Colonia; y el elemento plebeyo, privado de todo derecho, y toda dignidad, representaba la futura masa popular de una nación independiente y libre; masa que un día, merced a la educación revolucionaria y republicana, debía elevarse al nivel común de la libertad y la cultura.

El día que los patriotas del Nuevo Reino alzaron el grito de independencia, su bandera fue necesariamente la del liberalismo: ellos, rebeldes y revolucionarios a los ojos de los gobernantes de la Colonia, eran los perturbadores del orden existente, los adversarios de la conservación del despotismo o el régimen colonial: eran entonces los liberales de esta tierra, y llamándose “independientes”, formaron pura y simplemente el partido liberal; pero un partido heroico por excelencia, lleno de fe y resolución, candoroso en sus creencias y aspiraciones, exclusivamente patriota y nacional por su naturaleza.

Al contrario, los virreyes y oidores, los empleados y militares, y todos los peninsulares que se aterraron con la revolución y la combatieron; todo los Amares y Sámanos, los Tacones y Enriles, los Morillos y Morales, y cuantos a su causa sirvieron voluntariamente, compusieron el partido conservador de entonces. Ellos sostenían el poder absoluto del rey, la omnipotencia de la Metrópoli, el régimen colonial, en fin, todo el orden de cosas existente; y sí no defendían el orden natural, el orden justo, el orden que mantiene la armonía y el equilibrio entre el Derecho y el Deber, a lo menos eran los defensores del orden que conocían y comprendían, del orden tradicional y existente. Querían conservar aquello que estaba establecido, que era la obra de su tiempo, de su raza y su civilización; y así, con toda propiedad, debemos decir que ellos, al hacer la guerra a la Patria nueva, a la Patria de lo porvenir y del derecho, que nacía en 1810; al combatir tenaz y terriblemente a los revolucionarios, y sacrificar a Caldas, y Torres, y Camacho, y Acevedo y mil y mil más, eran los verdaderos, los únicos conservadores y tradicionistas de la época.

Bolívar, Nariño, Santander, Páez, Sucre, etc., cuantos caudillos tuvo la guerra de la Independencia; cuantos próceres civiles la sostuvieron; cuántos soldados y ciudadanos, y frailes y clérigos, y negros, indios, mulatos y mestizos la apoyaron, formaron, desde el punto de vista de la Patria, como enemiga de la Metrópoli, el gran partido liberal y revolucionario de los primeros tiempos de nuestra historia republicana.

Pero durante la lucha misma, trabada entré patriotas insurgentes y realistas dominadores, hubieron de surgir dificultades domésticas y conflictos civiles más o menos graves, motivados tanto por las condiciones mismas del país y de la población con los cuales se formaba la nueva República, como por la diversidad de aspiraciones que, según el vario temperamento moral y político y las circunstancias sociales de los hombres en acción, debían entrar en juego en el movimiento general de los hechos. Surgía naturalmente un doble problema que era preciso resolver: primero, la cantidad o extensión que podían tener las libertades públicas y los derechos individuales en el nuevo orden de cosas; segundo, la forma administrativa que debía tener la República, o sea el grado de descentralización que podía darse a los esfuerzos populares y a la acción de las leyes y de la política.

Y acerca de estos puntos, las opiniones tenían que dividirse, en virtud de la eterna ley de dinámica social, que da origen a la existencia de los partidos y a la lucha de sus aspiraciones, más o menos opuestas. Si la sociedad del ex virreinato tenía muchos elementos de unidad, y su causa en la revolución era común, así como la unión de todos los esfuerzos era necesaria para asegurar la victoria, forzoso era hacer de todas las provincias que separadamente habían hecho sus pronunciamientos, proclamando la independencia, una sola nación, con instituciones fundamentales comunes. Pero si la naturaleza de nuestro suelo, la dispersión de nuestras escasas poblaciones y el modo como las provincias habían efectuado la revolución, se oponían al mantenimiento de la centralización tradicional de la Colonia, justo, necesario y enteramente lógico era aceptar las instituciones federativas como base de la organización republicana.

Caldas, glorioso en todo sentido, Camilo Torres, el gran tribuno y jurisconsulto, y los demás directores de la política del Congreso de las provincias unidas, fueron entonces, en lo tocante al gobierno nacional, los jefes del liberalismo, que tomaba las formas del federalismo para completar en lo posible, la obra de la revolución; así como Nariño, Madrid y los hombres de su causa, bien que eminentes liberales respecto de la antigua metrópoli y de toda la América, eran, a fuer de centralistas o unitarios rigurosos, los tradicionistas de la situación, los conservadores, mutatis mutandis, de las instituciones españolas que habían contribuido a conculcar como revolucionarios independientes, en cuanto esas instituciones centralizaban el gobierno en manos de los altos poderes residentes en Bogotá. Así se complicaban los papeles y la política adquiría una doble faz, según las circunstancias.

Una vez fundada y consolidada la República, merced a los

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