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IV. EL ANÁLISIS HISTÓRICO, INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA, MARC BLOCH


Enviado por   •  4 de Marzo de 2014  •  2.320 Palabras (10 Páginas)  •  2.618 Visitas

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IV. EL ANÁLISIS HISTÓRICO

1. ¿Juzgar o comprender?

• El historiador no se propone más que describir las cosas “tal como fueron”.

• Se presentan dos problemas: el de la imparcialidad histórica y el de la historia como tentativa de reproducción o como tentativa de análisis.

• Existen dos maneras de ser imparcial: la del sabio y la de juez, su raíz en común es la sumisión a la verdad, es una obligación de conciencia.

• El sabio registra, provoca la experiencia que tal vez arruine sus teorías. Cuando ha observado y explicado, su tarea acaba.

• El juez interroga a los testigos sin otra preocupación que la de conocer los hechos tal como fueron. Dicta una sentencia, se creerá imparcial pero ante el sabio no lo es.

• No es posible condenar o absolver sin tomar partido en una tabla de valores.

• Por mucho tiempo el historiador fue juez.

• Un juicio de valor no tiene de razón de ser sino como preparación de un acto y sólo posee sentido en relación con un sistema de relaciones morales deliberadamente aceptadas. En la vida cotidiana las necesidades de la conducta nos imponen esa clasificación.

• Las ciencias se han mostrado tanto más fecundas y más serviciales según abandonan más deliberadamente el viejo antropocentrismo del bien y el mal.

• Una palabra domina e ilumina nuestros estudios: comprender.

2. De la diversidad de los hechos humanos a la unidad conciencias

• Comprender no es una actitud pasiva, para elaborar una ciencia siempre se necesitarán: una materia y un hombre.

• ¿Entre el pasado y nosotros se interponen los documentos como un primer filtro? El historiador escoge y entre saca, descubre los semejantes para aproximarlos. En vez de un documento suelto, consideremos ahora, bien conocido por documentos múltiples y diversos, un momento cualquiera en el desarrollo de una civilización.

• Se comprenderá siempre mejor un hecho humano, si se poseen ya datos de otros hechos de la misma índole.

• Las especializaciones puede ser legítimas, como remedio contra la falta de extensión de nuestro espíritu y contra la brevedad de nuestros destinos.

• Si se olvidara ordenar racionalmente una materia que no es entregada en bruto sólo se llegaría, en fin de cuentas, a negar el tiempo y por ende la historia misma.

• Determinada estructura de la propiedad, ciertas creencias, no eran, con seguridad hechos salidos de la nada. En la medida en que su determinación tiene lugar de lo más antiguo a lo más reciente, fenómenos humanos se gobiernan, por cadenas de fenómenos semejantes.

• El historiador en su común esfuerzo por poner cerco a lo real, pueden partir de puntos de vista muy distintos.

• El papel del análisis: la ciencia no descompone lo real sino para mejor observarlo, gracias a un juego de luces cruzadas, cuyos rasgos se combinan y se interpretan constantemente. El peligro empieza cuando cada proyector pretende verlo todo él solo.

• ¿Pasamos de los individuos a la sociedad? Como ésta se le considere, no puede ser más que u producto de las conciencias individuales.

• El trabajo de recomposición no viene sino después del análisis. No es sino la prolongación del análisis, su razón de ser. Su delicada trama no podría aparecer sino después de haber clasificado los hechos en agrupamientos específicos. Del mismo modo, para seguirle siendo fiel a la vida en el constante entrecruzamiento de sus acciones y sus reacciones, no es necesario pretender contemplarla entera, en un esfuerzo generalmente demasiado vasto para las posibilidades de un solo sabio.

• Nada más legitimo, nada más saludable muchas veces que centrar el estudio de una sociedad en uno de sus aspectos particulares, o aun mejor, en uno de esos problemas precisos que plantea tal o cual de estos aspectos: creencias, economía, estructura de las clases o de los grupos, crisis políticas…

3. La nomenclatura

• Problema de clasificación inseparable, a la luz de la experiencia, del problema fundamental de la nomenclatura.

• Todo análisis requiere como herramienta un lenguaje apropiado; un lenguaje capaz de dibujar con precisión el contorno de los hechos. Un lenguaje que aun conservando la flexibilidad necesaria para adaptarse progresivamente a los descubrimientos no tenga fluctuaciones ni equívocos.

• En el problema de la ciencia humana, para dar nombres a sus actos, a sus creencias y los diversos aspectos de su vida de sociedad, los hombres han esperado a verlos convertirse en el objeto de una investigación desinteresada. La historia recibe en su mayor parte su vocabulario de la materia misma de su estudio. Lo acepta ya desgastado y deformado por un dilatado uso, es ambiguo como todo sistema de expresión que no sabe de un esfuerzo severamente concertado de los técnicos.

• Los documentos tienden a imponer su nomenclatura: el historiador, si los escucha, escribe al dictado de una época diferente, piensa según las categorías de su propio tiempo y con las palabras de éste.

• Reproducir o calcar la terminología del pasado puede parecer un camino bastante seguro, sin embargo, tropieza en su aplicación con múltiples dificultades: el cambio de cosas está muy lejos de producir siempre cambios paralelos en los nombres. Tal es la condición natural de carácter tradicionalista inherente a todo lenguaje, al igual que la falta de inventiva que padece la mayoría de los hombres.

• La observación es valedera hasta la maquinaria, tan sujeta, sin embargo, a modificaciones muchas veces radicales de un solo objeto o hecho. ¿Cómo saber, si doy en un texto con la vieja palabra, aparecida antes que la segunda, que no ha sido sencillamente mantenida para referirse a un nuevo instrumento o hecho? Esa fidelidad del nombre heredado aparece todavía más fuerte desde el momento en que se consideran realidades de orden menos material. Las transformaciones en este caso, operan casi siempre demasiado lentamente para ser perceptibles a los hombres a quienes afectan. No sienten la necesidad de cambiar la etiqueta porque se les escapa

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