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El inconsciente: entre la sordera y la escucha


Enviado por   •  2 de Julio de 2014  •  Ensayos  •  2.739 Palabras (11 Páginas)  •  265 Visitas

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El inconsciente: entre la sordera y la escucha

Hablar sobre el lenguaje, pensar acerca del él implica un movimiento hacia algo en lo que ya nos encontramos. Se habla sobre y en el lenguaje. Se piensa con él, desde él mismo. Éste se presenta como principio y fin, como si apuntara hacia algún lado siempre divergente, sin cartografía, y al mismo tiempo presenta la posibilidad de ser una brújula descompuesta. Ante ello, es necesario señalar que en el mismo lenguaje se instalan formas más o menos fijas en las que se registran relaciones que superan los meros expresiones prácticas, donde se enmarcan las situaciones del individuo viviente . Éste, a su vez, es la marca, el lugar, el representante de las relaciones fundamentales del sujeto del inconsciente. Desde estas orientaciones el lenguaje se introduce a través de un orden del saber que sofoca las posibilidades acústicas para escuchar la palabra del inconsciente, ya que el saber del lenguaje, del sujeto del inconsciente, es de otro orden .

El lenguaje se consolida como lugar del saber, pero su saber se escapa, huye constantemente de su tematización, se desliza en un espacio de nocturnidad que no se quiere, a voluntad, transitar, pero al que, más pronto que tarde, nadie se escapa. El discurso operativo del lenguaje se encuentra inscrito en el cuerpo como palabra, una palabra ante la cual se ensordece, que se mantiene opaca en su sonoridad y, por ello, no se escucha siempre completa, sino que siempre se dice a medias. Palabra privada de oído y que permite la expresividad que nos hace humanos. El saber alienante del discurso del amo se inscribe en el seno de las experiencias primarias del individuo viviente al ser incorporado “a ese espejismo del dominio de sus funciones, donde su subjetividad permanecerá escindida, y cuya formación imaginaria, ingenuamente objetivada por los psicólogos como función sintética del yo” . En ese grito sordo se encuentra la impotencia propia en el que se capta cierta abertura en la que el hombre descubre su existencia desde una desarticulación con la armonía universal, ese toque de la muerte en el lenguaje cuya marca recibe al nacer. “Sólo al hombre esa imagen revela su significación mortal, y de muerte al mismo tiempo: que él existe. Pero esta imagen sólo le es dada como imagen del otro, es decir, le es hurtada” . El eco del hurto se encuentra en el mismo lenguaje que lo extorsiona en la invocación de la palabra, en tanto forma imaginaria, y configurada por una suerte de sellos sobreimpuestos que imprimen la experiencia de impotencia en la que el sujeto se produce: y esa forma no es otra que el dolor, el dolor de existir. La palabra no oída remite al discurso y éste al lenguaje del inconsciente. “Los discursos de que se trata no son nada más que la articulación significante, el dispositivo, cuya sola presencia, el hecho de que exista, domina y gobierna todas las palabras que eventualmente puedan surgir. Son discursos sin palabra, que luego se alojará en ellos” . Tomar la palabra es ser tomado por ella, encarnada, de tal modo que hacemos en la vida (sin saber) lo que la palabra nos dice. Alegría loca de un triunfo sin objeto.

La palabra manda al deber, que no sólo es una exigencia que se deba saber y, por ello, se sepa. “Lo que descubrimos en la menor experiencia del psicoanálisis es ciertamente el orden del saber y no del conocimiento o de la representación” . Sea en la articulación de la buena o mala palabra, de un buen o mal decir, la palabra hablada, no requiere ser dicha en voz alta, también puede ser susurrada, callada, y en eso, expresada, “de todos modos, de vez en cuando se ve que esto se estropea. Se trata de la erupción de toda la fase del lapsus y tropiezos en los que se revela el inconsciente. Pero a la luz de la experiencia psicoanalítica es mucho mejor y va mucho más lejos” ¿Qué tan lejos? A la cosa misma, pues la palabra, elemento discursivo del lenguaje, puede remitir a lo no dicho, a aquello originario excluido de la experiencia fundante; la palabra es la experiencia en donde el sujeto se constituye como tal por la separación de la Cosa (das Ding) que se queda como resto, al modo de una extranjería que lo habita. Así, quien articula palabra se encuentra motivado por la persecución de las cosas con respecto a las cuales la experiencia que se ofrece es de reiterar la presencia de la ausencia. La palabra en tanto representación del consciente y la representación de la cosa en el inconsciente se articulan en una cita “en la medida en que participan del medio decir, constituyen el medio –y, si puede decirse, el título- con el que interviene la interpretación. La interpretación –quienes la usan se dan cuenta- se establece a menudo por medio del enigma. Enigma recogido, en la medida de lo posible, en la trama del discurso (…)” .

Hay una inquietud fundamental que parece exigir un develamiento oculto que se encuentra como telón de fondo de una tensión “oh ciudades del mar, veo en vosotros a vuestros ciudadanos, hombres y mujeres, con los brazos y las piernas estrechamente atados con sólidos lazos por gentes que no comprenderán vuestro lenguaje y sólo entre vosotros podréis exhalar, con quejas lagrimeantes, lamentaciones y suspiros, vuestros dolores y vuestras añoranzas de la libertad perdida. Porque aquellos que os atan no comprenderán vuestra lengua, como tampoco vosotros los comprenderéis” .

La tensión entre cuerpo y lenguaje es considerada no sólo desde la abstracción formal del pensamiento, desde el discurso del saber que se sabe, sino desde la experiencia corporal que sufre el efecto de las distintas maquinarias sistémicas que impide escuchar el medio decir que se queda en el hablar, no para que sea transparente y absolutamente audible, sino para percibir el murmullo de aquello otro que puede dar sentido, ese sentido de sentir. Sordera que impide la escucha del ir y venir del medio decir de los significantes, a modo de pulsaciones sonoras intermitentes que se inscriben en los cuerpos y en las almas produciendo sujetos que pueblan el mundo común, que lo justifican legítimamente y lo reproducen. Por ello, el objetivo de estas consideraciones es presentar la tensión donde se fuga el espectáculo del sufrimiento y aquello que se fuga, se muestra escondido, como ese dolor por existir que se establece por la estructura. No se dice la estructura, se dice el dolor.

La incidencia del significante en el destino del ser que habla tiene poco que ver con la palabra, sino con la estructura que se apareja en el lenguaje y la estructura es significante, en la cita entre aquel y ella. Esa correlación ordinariamente no se escucha, pues “el ser humano, que se llama así sin duda porque no es más que el humus del lenguaje, no tiene más que apalabrarse con ese aparato” . Por no llegar a la cita se escuchan

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