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A Los Jovenes


Enviado por   •  22 de Abril de 2014  •  7.715 Palabras (31 Páginas)  •  314 Visitas

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A los jóvenes

A los jóvenes me dirijo, que los viejos (me refiero, claro, a los viejos de corazón y pensamiento) dejen esto y no cansen sus ojos leyendo lo que de nada les será útil.

Te supongo de pensamiento libre de dogmas y tabúes que han intentado imponerte tus maestros, que no temes al demonio, que no vas a oír parlotear a curas y ministros y que tampoco eres un simplón; uno de esos tristes productos de una sociedad en decadencia que presumen pantalones bien cortados con gestos simiescos en los parques e incluso a su temprana edad sólo desean placer y ocio a cualquier precio. Te supongo, por el contrario, con corazón y mente libres; por esta razón a ti me dirijo.

A LOS MÉDICOS

Mañana un hombre vestido pobremente vendrá a buscarte para ir a ver a una mujer enferma. Te conducirá a una de esas callejuelas estrechas donde los vecinos de enfrente casi pueden darse la mano sobre las cabezas de los transeúntes. Subes en una atmósfera hedionda a la temblorosa luz de una lámpara mal ajustada. Subes dos, tres, cuatro, cinco tramos de sucias escaleras; y en una habitación oscura y fría encuentras a una mujer enferma tendida en lo que parece una cama cubierta de sucios trapos. Marchitos y pálidos niños tiemblan bajo escasas ropas y te miran con grandes ojos muy abiertos, incluso admiración. El marido ha trabajado toda su vida 10 u 11 horas diarias en no importa qué. Ahora lleva desempleado tres meses. Estar desempleado no es raro en su oficio; pasa todos los años, pero antes, cuando estaba desempleado, su mujer salía a trabajar ayudando en las labores de hogares mas afortunado, quizá llego a lavar tus camisas y tu uniforme, esa bata que portas con tanto orgullo; ahora lleva en la cama dos meses, y la miseria oprime a la familia con todo su rapaz horror.

¿Qué recetarías a esa mujer doctor? Has visto inmediatamente que la causa de su enfermedad es una anemia general, falta de buenos alimentos, falta de aire fresco. ¿Le recetarás un buen filete cada día? ¿Un poco de ejercicio en el campo? ¿Un dormitorio seco y ventilado? ¡Qué ironía! Eso ya lo habría hecho, de poder, sin esperar tu ayuda. Si tienes buen corazón, trato franco y pareces honrado, la familia te contará algunas cosas. Te dirán que la vecina que está al otro lado de la pared, cuyas toses atraviesan el ladrillo y te destrozan el corazón, es una pobre planchadora; que un tramo de escaleras más abajo todos los niños tienen fiebre; que la lavandera que ocupa la planta baja no llegará a la primavera; y que en la casa de al lado aún están peor ¿Qué dirás tú a esos enfermos? Les recomendarás dieta abundante, cambio de aires, menos trabajo agotador… ¿te gustaría poder hacerlo? Pero no te atreverás y saldrás de allí con el corazón destrozado y una maldición en los labios.

Al día siguiente, cuando piensas aún sobre el destino de los habitantes de aquella miserable casa, tu colega te dice que el día anterior vino un hombre a buscarle para que fuese a ver a la propietaria de una casa rica, a una dama agotada por noches de insomnio, que dedica toda su vida a engalanarse, a hacer visitas sociales, asistir a bailes y reñir con un marido estúpido. Tu amigo le ha recetado una forma de vida menos banal, dieta más selecta, paseos al aire libre, humor equilibrado y, para compensar un poco la falta de trabajo físico útil, le recomendó algo de gimnasia. La una está muriendo por no haber tenido comida suficiente ni descanso bastante en toda su vida. La otra se “consume” porque nunca ha sabido lo que es el trabajo.

Si eres una de esas personas sin carácter que se adaptan a todo, que a la vista de los espectáculos más viles se consuelan con un suave suspiro, acabarás acostumbrándote gradualmente a esos contrastes y a favorecer tu apatía, cobardía y mezquindad, sólo pensarás en seguir en las filas de los buscadores de placer y en no rozarte nunca con los desvalidos o en el mejor de los casos, dar unas migajas, una limosna, una “caridad”. Pero si eres un hombre honesto, si traduces tu sentimiento en acción voluntaria, si en ti la cobardía y mezquindad no han aplastado al la solidaridad, volverás un día a casa diciéndote: No, es injusto: esto no puede seguir así, no basta curar enfermedades; debemos prevenirlas. Una vida algo mejor y un desarrollo intelectual eliminarían de nuestras listas la mitad de los pacientes y la mitad de las enfermedades… ¡Al diablo la medicina! Aire, buenos alimentos, menos trabajo agotador… es por aquí por dónde hay que empezar. Sin todo esto, la profesión de médico no es más que farsa e hipocresía, sin esto los médicos no son más que un montón de falsos que se pavonean vestidos de blanco que miran con lastima de arriba hacia abajo al desafortunado y al desvalido.

Pero cuando aprendas a mirar solidariamente, sin lastimas, es decir; horizontalmente. Ese mismo día comprenderás al socialismo. Desearás conocerlo totalmente, y si solidaridad no es para ti una palabra vacía de significado, si aplicas al estudio de lo social tu mente de filósofo de la Naturaleza, acabarás en nuestras filas, y trabajarás, como nosotros, por traer la revolución social.

A los jóvenes

A los jóvenes me dirijo, que los viejos (me refiero, claro, a los viejos de corazón y pensamiento) dejen esto y no cansen sus ojos leyendo lo que de nada les será útil.

Te supongo de pensamiento libre de dogmas y tabúes que han intentado imponerte tus maestros, que no temes al demonio, que no vas a oír parlotear a curas y ministros y que tampoco eres un simplón; uno de esos tristes productos de una sociedad en decadencia que presumen pantalones bien cortados con gestos simiescos en los parques e incluso a su temprana edad sólo desean placer y ocio a cualquier precio. Te supongo, por el contrario, con corazón y mente libres; por esta razón a ti me dirijo.

A LOS CIENTÍFICOS

Intentemos comprender primero lo que buscas al consagrarte a la ciencia. ¿Es sólo el placer (inmenso sin duda) que obtenemos estudiando la naturaleza y ejercitando nuestras facultades mentales? En ese caso te pregunto: ¿En qué se diferencia el filósofo que persigue la ciencia para poder llevar una vida más grata del borracho que sólo busca la gratificación momentánea que le proporciona la ginebra? El filósofo ha elegido, sin duda, mucho más sabiamente su placer, pues le permite una satisfacción mucho más honda y perdurable que la del ebrio. ¡Pero eso es todo! Ambos persiguen el mismo fin egoísta: gratificación personal.

Pero no, tú no deseas llevar esa existencia egoísta. Trabajando para la ciencia deseas trabajar para la humanidad toda; esa idea te guiará en tus investigaciones. ¡Una maravillosa ilusión! ¿Quién no la

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