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Ensayo sobre MATILDE UCELAY MAORTÚA


Enviado por   •  5 de Mayo de 2018  •  Ensayos  •  2.139 Palabras (9 Páginas)  •  200 Visitas

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MATILDE UCELAY MAORTÚA

Escribiremos este ensayo no con el fin de realzar la figura de la mujer en el ámbito de las ciencias ni, más concretamente, en el de la arquitectura, ya que no se trata de un texto divulgativo, sino con la de entender y admirar a la protagonista de éste, causante de problemáticas e interrogantes en su momento solo por el hecho de ser una mujer con ambición, pero heroína ahora de haber trazado nuevos caminos por los que ahora caminamos la mitad de integrantes de este grupo.

Haremos un pequeño repaso histórico de la situación de las mujeres en la enseñanza de aquellos tiempos. Es en 1910 cuando se establece una ley que marca la diferencia, la cual permite que las mujeres estudien las enseñanzas superiores sin tener que consultar a la Superioridad, como se venía haciendo desde 1888, lo que producía retrasos e invalidaciones en las solicitudes.

En el año 1936 Matilde empieza a estudiar arquitectura. Habían pasado más de dos décadas y media desde que la ley se proclamara y, aunque estos años habían servido de colchón para la mentalidad de la sociedad, que estaba un poco más acostumbrada a ver a la mujer fuera del ámbito familiar y forjándose un futuro, no podemos decir que el camino de Matilde fuese precisamente un camino de rosas: las dificultades todavía estaban latentes, pero en eso incidiremos más adelante.

EDUCACIÓN

Debemos entender el ambiente en el que Matilde se crio pues, si no lo hubiera hecho del modo en el que lo hizo, o en el que lo hicieron sus padres, Matilde nunca hubiera llegado a ser quien fue. Junto a sus hermanas, Matilde disfrutó de una educación bañada en conocimientos. Su abuelo y su padre fueron grandes figuras de la abogacía madrileña y estuvieron, en todo momento, vinculados al Instituto Libre de Enseñanza. Pura Maórtua, madre de Matilde, fue fundadora del Lyceum Club, que consta como primera asociación femenina española. Fue una mujer muy avanzada a la época que defendió siempre el desarrollo de las figuras femeninas en todos los ámbitos que engloban las artes. En una sociedad en la que la educación no parecía ser algo fundamental, la familia de Matilde ocupaba ese porcentaje de personas que no opinaban igual. Arte, cultura, libertad: así era el ambiente que Pura y Enrique habían decidido educar a sus hijas. Tanto Matilde como sus hermanas pudieron gozar del placer del saber a nivel institucional y universitario.

Asistió al Instituto-Escuela, un instituto heredero directo de la Institución Libre de Enseñanza. Ambos organismos seguían un nuevo método de enseñanza progresista, en el que se incluían pedagogías renovadoras y de carácter activo, incorporando la participación de los alumnos en el propio proceso de aprendizaje. Esto nos puede sonar ahora más cercano, pero no olvidemos que estamos hablando de los años veinte: en ese momento era todo un experimento y una nueva manera de aprender que, nos atreveríamos a decir más eficaz incluso que nuestro "Plan Bolonia". El arte, como la música que le inculcaba el fanático de su padre, constituía una influencia importantísima en la vida de Matilde. Desde pequeña disfrutaba de la asistencia a conciertos, la práctica del deporte que empezaba a ponerse en auge entre los más jóvenes, ...

Después de exponer el ambiente liberal inculcado por los padres de Matilde hacia sus hijas, un ambiente bastante exclusivo entre la sociedad de la época, nos hacemos a la idea de por qué Matilde tuvo la oportunidad y la valentía de enfrentarse a un mundo que hasta ese momento era solo de hombres: el mundo de la arquitectura. Cabe destacar también que solo tenía hermanas, por lo que no había lugar para distinciones en el ámbito familiar entre hijos e hijas, tan presente en la época y que todavía nos deja pellizcos de tradición en la actualidad.

SU PASO POR LA UNIVERSIDAD

Ya desde antes de acabar el instituto, Matilde ya había mostrado una firme vocación para estudiar arquitectura. No es que nadie contradijera la decisión de Matilde de seguir estudiando, sino que fue más: la apoyaron. La apoyaron a seguir con sus ideales y sus vocaciones, como llevaban haciendo desde que era pequeñita.

No le preocupaba ser de las primeras mujeres en aparecer por ese mundo, y así lo hizo. En 1931, Matilde ingresa en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Madrid, junto con dos compañeras del Instituto.

Estas tres mujeres rompían los esquemas de todos los allí presentes. Tanto, que incluso se tuvo que adaptar un aseo para chicas por falta de éste. Nos llama la atención no solo la ausencia de dicho servicio, sino que cuando se diseñó el edificio para el uso previsto no se pensó en la posibilidad de que en algún momento pudiesen estudiar mujeres allí.

El resto de estudiantes se quedaban petrificados, no sabían muy bien cómo actuar e incluso se ponían en pie cada vez que estas tres muchachitas entraban por la puerta. Según los allí presentes, era un "signo de respeto", pero no era así, ya que el respeto a la excepción infravalora a la mayoría, y en este caso la mayoría es el resto de mujeres. ¡Qué listas deben ser estas chicas, que han llegado al mismo sitio que nosotros!

A algún profesor no le hizo gracia el ingreso de estas tres mujeres, pero, otros profesores, por fortuna, apostaban por cualquier cambio que ayudase a transformar la sociedad.

Mientras estudiaban, el ABC publicó un artículo absolutamente desagradable y con el único objetivo de ridiculizar e infravalorar a la figura de la mujer, en el que se formulaba la pregunta retórica de que si las mujeres "servían" para la arquitectura. Como si se tratara de alguna pieza de puzle que no sabemos si encaja o no, el artículo afirmaba que los hombres se habían acostumbrado poco a poco a ver a las mujeres abordar menesteres secundarios, pero que se estaban desmadrando intentando abarcar este territorio que no les pertenecía. Por si fuera poco, el escrito estaba coronado con la caricatura de Matilde y la de una de sus compañeras, las cuales habían hecho unos alumnos de su misma clase.

Al principio, y como si fuesen objetos de exhibición, Matilde y sus amigas tenían que aguantar la guasa, el cachondeo, la burla, e incluso los silbidos proporcionados por sus compañeros de estudio. Más tarde, se acostumbraron a verlas por allí y se empezaron a dirigir a ellas sin distinciones con respecto de sus compañeros. Con alguno de ellos Matilde adquirió gran afecto, como fue con el mismísimo Félix Candela y Fernando Chueca Goitia.

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