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5 Personas Que Encontraras Antes De Morir


Enviado por   •  4 de Junio de 2014  •  4.236 Palabras (17 Páginas)  •  509 Visitas

Página 1 de 17

Las cinco personas

que encontrarás

en el cielo

**Mitch Albom**

Título original:

The five people you meet in heaven

Diseño de cubierta:

Romi Sanmartí

Fotografía de cubierta:

AGE Fotostock

YOU MADE ME LOVE YOU

Copyright 1913 (Renovado) Broadway Music Corp., Edwin H. Morris Col, Redwood Music Ltd. Todos los derechos son de Broadway Music Corp., administrado por Sony/ATV Music Publishing & Music Square Nashville, TN 37203. Todos los derechos reservados. Utilizado con autorización.

1ª edición: marzo de 2004

2ª edición: abril de 2004

3ª edición: abril de 2004

4ª edición: junio de 2004

5ª edición: octubre de 2004

© 2003 MITCH ALBOM

© de la traducción: Mariano Antolín Rato

© 2004 MAEVA EDICIONES

Benito Castro, 6

28028 MADRID

emaeva@maeva.es

www.maeva.es

ISBN: 84-96231-14-3

Depósito legal: M-41.171-2004

Fotocomposición: G-4, S. A.

Impresión y Encuademación: Huertas, S. A.

Impreso en España / Printed in Spain

Edición digital Adrastea, Mayo de 2005

Este libro está dedicado a Edward Beitchman, mi querido tío, que me proporcionó las primeras nociones del cielo. Todos los años, en torno a la mesa de la cena de Acción de Gracias, hablaba de una noche en el hospital en que se despertó y vio las almas de sus difuntos más queridos sentadas en el borde de la cama, esperándole. Nunca he olvidado esa historia. Y nunca le he olvidado a él.

Todo el mundo tiene una idea del cielo, como pasa en la mayoría de las religiones, y todas ellas deben ser respetadas. La versión que se ofrece aquí sólo es una suposición, un deseo, en ciertos aspectos, que a mi tío y a otros como él -personas que no se sentían importantes aquí en la tierra- les hizo darse cuenta, al final, de lo mucho que contaban y de cuánto se les quiso.

El final

Este relato es sobre un hombre que se llamaba Eddie y empieza por el final, con Eddie muriendo al sol. Puede parecer raro que un relato empiece por el final, pero todos los finales son también comienzos, lo que pasa es que no lo sabemos en su momento.

La última hora de la vida de Eddie transcurrió, como la mayoría de las de los demás, en el Ruby Pier, un parque de atracciones junto a un océano gris. El parque tenía las atracciones habituales: una pasarela de madera, una noria, montañas rusas, autos de choque, un puesto de golosinas y una galería donde uno podía disparar chorros de agua a la boca de un payaso. También tenía una nueva atracción que se llamaba la Caída Libre, y sería allí donde moriría Eddie, en un accidente que aparecería en los periódicos del estado.

En el momento de su muerte, Eddie era un viejo rechoncho de pelo blanco, con el cuello corto, pecho abombado, antebrazos gruesos y un tatuaje medio borrado del ejército en el hombro derecho. Sus piernas ya eran delgadas y con venas, y la rodilla izquierda, herida durante la guerra, la tenía destrozada por la artritis. Usaba un bastón para caminar. Su cara era ancha y estaba curtida por el sol, con unas patillas blanquecinas y una mandíbula inferior que sobresalía ligeramente y le hacía parecer más orgulloso de lo que se sentía. Llevaba un pitillo detrás de la oreja izquierda y un aro con llaves colgado del cinturón. Calzaba unos zapatos de suela de goma. En la cabeza llevaba una vieja gorra de lino. Su uniforme marrón claro era como el de un obrero, y eso era él, un obrero.

El trabajo de Eddie consistía en el «mantenimiento» de las atracciones, lo que en realidad significaba atender a su seguridad. Todas las tardes recorría el parque, comprobaba cada atracción, desde el Remolino Supersónico al Tobogán Acuático. Buscaba tablas rotas, tornillos flojos, acero gastado. A veces se detenía con los ojos vidriosos y la gente que pasaba creía que iba mal algo. Pero él simplemente escuchaba, sólo eso. Después de todos aquellos años era capaz de oír los problemas, decía, en los chisporroteos y farfulleos, y en el matraqueo de las maquinarias.

Cuando le quedaban cincuenta minutos de vida en la tierra, Eddie dio el último paseo por el Ruby Pier. Adelantó a una pareja mayor.

-Buenas -murmuró tocándose la gorra.

Ellos asintieron con la cabeza educadamente. Los clientes conocían a Eddie. Por lo menos los habituales. Le veían verano tras verano, una de esas caras que uno asocia con un sitio. En el pecho de la camisa de trabajo llevaba una etiqueta en la que se leía «EDDIE» encima de la palabra «MANTENIMIENTO», y a veces le decían: «Hola, Eddie Mantenimiento», pero él nunca le encontraba la gracia.

Hoy, resulta que era el cumpleaños de Eddie, ochenta y tres años. Un médico, la semana anterior, le había dicho que tenía herpes. ¿Herpes? Eddie ni siquiera sabía lo que era. Antes tenía fuerza suficiente para levantar un caballo del carrusel con cada brazo. Eso fue hacía ya mucho tiempo.

-¡Eddie! ¡Llévame, Eddie! ¡Llévame!

Cuarenta minutos hasta su muerte, y Eddie se abrió paso hasta el principio de la cola de la montaña rusa. Al menos una vez por semana se subía a cada atracción, para asegurarse de que los frenos y la dirección funcionaban bien. Hoy le tocaba a la montaña rusa -la Montaña Rusa Fantasma la llamaban- y los niños que conocían a Eddie gritaban para que los subiese en la vagoneta con él.

A

...

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