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"La Sirenita" De Hans Christian Andersen


Enviado por   •  13 de Mayo de 2014  •  2.110 Palabras (9 Páginas)  •  941 Visitas

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LA SIRENITA

En alta mar el agua es transparente como el cristal más puro, y tan honda que no se puede echar el ancla, pues nunca llegaría al fondo. Allí, donde el ancla no llega, crecen plantas y árboles extraños, con tallos y hojas tan dóciles que ondean al menor movimiento del agua. Los peces se deslizan entre sus ramas como los pájaros lo hacen por el aire.

En lo más hondo de lo hondo, se encuentra el palacio del rey del mar. Las paredes son de coral y los altos ventanales de ámbar traslúcido. El techo está recubierto de madreperlas que se abren y se cierran al paso de las corrientes dejando ver las espléndidas perlas que crecen en su interior.

El rey vivía en su palacio junto a sus seis hijas. La Sirenita era la más joven y la más hermosa. Al igual que sus hermanas, que también eran sirenas, no tenía piernas, su cuerpo terminaba en una plateada cola de pez. Cuando el mar estaba muy sereno, se traslucía el sol como una gran flor de luz. En esos días, la Sirenita soñaba con salir a la superficie, pues su abuela les había contado maravillosas historias de barcos, de ciudades, de flores que exhalaban deliciosos perfumes, y, sobre todo, de los humanos. Esas criaturas que, en vez de cola de pez, tienen piernas. La abuela también les dijo que, cuando cumplieran quince años, podrían asomarse a la superficie y sentarse sobre un peñasco a la luz de la luna para ver pasar los grandes barcos.

A medida que sus hermanas mayores iban cumpliendo quince años subían a la superficie y luego la Sirenita escuchaba extasiada sus relatos. Pero cuando se les pasaba el asombro, todas decían que el fondo del mar era más hermoso y que no había un lugar más lindo que ese para vivir.

¡Cuántas noches pasaba la Sirenita asomad a a su ventana abierta, contemplando el agua de color azul oscuro! Veía las estrellas y la luna más pálidas a través del agua, pero también más grandes que como se muestran a nuestros ojos. Si de vez en cuando una nube negra se deslizaba por debajo de la luna y las estrellas, la Sirenita sabía que era una ballena que nadaba en el mar, o quizás un barco con numerosos hombres a bordo, que ni siquiera sospechaban que había una adorable Sirenita allí abajo.

—¡Cómo me gustaría tener ya quince años!

—suspiraba—. Yo sé que me encantará el mundo de la superficie.

Por fin llegó el gran día. Toda su familia se reunió para decirle adiós mientras ella se elevaba, brillante como una burbuja, a través de las aguas.

El sol acababa de ponerse cuando ella asomó la cabeza.

En el cielo brillaba la luna, redonda y bella. El aire era puro y fresco, y el mar no tenía un solo pliegue.

Un gran barco de tres mástiles estaba allí, inmóvil. Los marineros cantaban y tocaban música, y cuando cayó la noche se encendieron centenares de luces de muchos colores. Entonces apareció en el puente el capitán de la embarcación, un joven Príncipe de ojos negros, que a la Sirenita le pareció infinitamente hermoso.

De repente, empezó a soplar un viento fuerte. Las olas sacudían la nave, que se balanceaba de un lado al otro. El cielo se cubrió de grandes nubes, y a lo lejos brillaban los relámpagos. El barco inició una enloquecida carrera sobre ese mar salvaje: se sumergía como un cisne entre las olas y luego se elevaba por encima de ellas.

Finalmente, el barco se inclinó y la Sirenita vio cómo el Príncipe se hundía en el mar profundo.

Su primera reacción fue de alegría, porque pensó que iría a visitarla al palacio, pero enseguida recordó que los seres humanos no pueden vivir en el agua y se dio cuenta de que llegaría allí ya muerto.

Buscó y buscó hasta que lo encontró. Al pobre casi no le quedaban fuerzas para nadar. Sus brazos y sus piernas no se movían, sus ojos se habían cerrado… Habría muerto sin la ayuda de la Sirenita.

Al amanecer la tempestad se había calmado pero no quedaban rastros del barco. Con la salida del sol, las mejillas del príncipe recobraron su color, aunque sus ojos permanecían cerrados. La Sirenita lo llevó a tierra firme y lo dejó recostado en la playa, cerca de un gran edificio rodeado de un perfumado jardín de naranjos y limoneros en flor.

Las campanas comenzaron a sonar y unas chicas atravesaron el jardín. La Sirenita se escondió detrás de un alto arrecife y se cubrió de espuma para que no pudieran verla.

Una de las jóvenes se acercó al lugar donde estaba el Príncipe. Al descubrirlo, se asustó mucho; pero fue solo un instante. Luego gritó pidiendo ayuda.

La sirenita vio cómo él volvía en sí y le sonreía agradecido a la chica, creyendo que ella lo había salvado. Entonces, llena de tristeza, se sumergió para volver al palacio de su padre. Desde ese día, a menudo subía al sitio donde había dejado al Príncipe, pero nunca lo veía. Finalmente no pudo aguantar más y le contó a una de sus hermanas lo sucedido. Pronto se enteraron las otras, y luego sus amigas. Una de ellas sabía quién era el Príncipe y dónde se encontraba su reino.

Así fue como la Sirenita pudo llegar al castillo y nadar justo hasta debajo de la ventana a la que el Príncipe, sin saberse observado, se asomaba para contemplar las estrellas. Y así, una noche tras otra, la Sirenita se había enamorado. Y como no tenía respuesta para todas las preguntas que se hacía, decidió consultar a su abuela. Tal vez ella supiera decirle cómo podía vivir en el mundo de allá arriba, donde habitaba el príncipe.

La abuela, que estaba muy bien informada sobre esas cuestiones, le dijo que solo podía convertirse en un ser humano si el Príncipe se casaba con ella. Si no, como sucede con las sirenas, viviría trescientos años y luego se volvería espuma. También le recordó que la gente de allá arriba no sabía apreciar la belleza de una cola de sirena y que las personas se movían torpemente sobre sus dos pies.

La Sirenita suspiró y miró la cola de pez con mucha tristeza.

—¡Vamos! ¡Vamos! —le dijo la abuela—. ¡Alégrate un poco, Sirenita! Tenemos trescientos años para disfrutar y bailar. Es tiempo suficiente… Además, esta noche hay baile en la corte.

El baile fue realmente espléndido, mucho más que cualquier baile de la tierra. La Sirenita bailó y cantó como nunca. Mientras la aplaudían, su corazón se iluminó por un instante, pues

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