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Abogacia


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2012  •  Informes  •  2.200 Palabras (9 Páginas)  •  497 Visitas

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"Lo que quieres, quiérelo de tal manera que quieras también el eterno retorno. ´Si en todo lo que quieres hacer, empiezas por preguntarte: ¿estoy seguro de que quiero hacerlo un número infinito de veces?, esto será para ti el centro de gravedad más sólido.´"

Deleuze, G., Nietzsche y la filosofía, pág. 99. Texto de Nietzsche, VP, IV, 242.

A Faride…

Partiendo de la distinción propuesta por el filósofo español Gustavo Bueno entre «ética» y «moral», concebimos la primera referida al individuo en tanto que individuo, mientras que la segunda tendría como referencia al individuo en tanto que miembro de un cuerpo social, esto es, en tanto que ciudadano. Podemos afirmar que la materia de ética y responsabilidad profesional del abogado, tiene connotaciones éticas y morales a un tiempo[1]

En principio, la ética es nuestro proceder político (como ejercicio de libertad) que tiende en inicio a la supervivencia, luego a vivir bien, a pensar bien, a obrar bien; en un primer momento por y para nosotros mismos, y luego por y para con los demás. Por eso algunos afirman que primero fue la ética y después la moral.[2]

De tal forma que como se desarrolla una ética por alguna persona o personas en el tiempo y en el espacio (y esta cumple satisfactoriamente con sus connotaciones de supervivencia y vida exitosa), esta va a ser socialmente aceptada por el grupo social deviniendo en moral. Produciéndose así el fenómeno conocido como "autopoiesis de la ética".[3]

Se suele hablar de la "crisis", "ausencia" o "decadencia" de la ética profesional. Sin embargo creemos que siempre ha permanecido en tal fase al haber estado en "crisis" el discurso ético y/o moral en general, sus fundamentos e instituciones[4]y haber devenido más bien en una "moral profesional o corporativa". Que ya no garantiza la supervivencia ni la vida exitosa del gremio.

No garantiza, por que las circunstancias que hicieron que deviniera en "moral profesional o corporativa", han cambiado con la crisis de la modernidad, de los paradigmas, de las ideologías. Pues han surgido (mejor dicho han resurgido, haciendo mención a la idea del "eterno retorno" propugnada por Nietzsche) formas de pensar distintas planteadas desde antes por Epicuro, Demócrito, Heráclito, Parménides, Marco Aurelio, y cercanamente por Spinoza, Descartes, Nietzsche, Heidegger, Foucault, Deleuze, Russell (entre otros). Que ofrecen una cosmovisión alternativa a la ofrecida por la tradición occidental representada por Platón, Aristóteles, Santo Tomás, San Agustín, Kant y otros.

Formas de pensar que plantean (entre otras) que la ética se realiza en relación a la política[5]y sobre toda a la vida cotidiana (lebenswelt)[6]. Que también se produce por el diálogo, el consenso, el respeto a la diversidad, la tolerancia de la interculturalidad (ética mínima, ética civil, ética aplicada o ética discursiva), de la cual Adela Cortina es su propulsora más conocida.[7]

El proceso de la génesis o genealogía de la "moral profesional o corporativa" (generado dentro de la tradición occidental) que dejo de lado la política y la vida cotidiana; ha nacido y vivido en perpetua crisis. Y sus engendros (los abogados y demás profesionales) son el producto inocente de esta ordalía.

Afirmamos esto porque en las facultades de Derecho se les enseña sobre todo a ser buenos aplicadores de la norma jurídica, pero no del Derecho (que implica la política y la vida); o sea se los priva de su dimensión humana (y no solo en el sentido de solidaridad o emoción social), sino que olvidan ser personas y se vuelven … "demasiado abogados". Se involucran tanto en su rol de abogados que esto finalmente castra su potencial valorativo, su capacidad de emitir juicios de valor, de diferenciar lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto; en otras palabras adormece su conciencia, y los hace presas fáciles de la corrupción (por citar algunos ejemplos: el irregular "flujo y reflujo" entre la práctica privada y el ejercicio público de un cargo, la "reuniones informales" con jueces que son sus "conocidos", la estafa a clientes, el abuso del "capital simbólico" o prestigio para canalizar los procesos judiciales a su favor, los abogados de oficio pidiendo dinero a sus clientes designados) tanto como abogado litigante, fiscal, magistrado, funcionario público; con efectos que atentan sobre la legalidad, trasparencia, justicia y equidad de sus decisiones. En otras palabras hace que no tomen conciencia de su responsabilidad ética.[8]

Pero también tiene consecuencias personales en el mismo individuo, pues al ser tan … "abogado", tan absorto en su rol[9]olvida ser persona, no sabe que más ser cuando termina su desempeño profesional. Acaba por ser esclavo de las apariencias, un abusador de la formalidad en el obrar y en el vestir, lo cual peca de ridiculez[10](sobre todo en las relaciones personales). Con el consiguiente descalabro emocional que luego se manifiesta en su ética profesional.[11]

Y es que el abogado debiera ser una persona formada integralmente especialmente en valores como la libertad, la tendencia a la igualdad y la solidaridad, como el respeto a los derechos humanos de primera y segunda generación y, en muy buena medida, de la tercera.

Lo que plantea la procedencia o no de implantar una formación ética en las facultades de derecho con los problemas, de los cuales tal vez el más antiguo (al menos en la civilización occidental), consista en la clásica pregunta por el aprendizaje de la virtud: ¿puede enseñarse la virtud? ¿Puede enseñarse, en suma, el comportamiento moral?.

Indudablemente es ésta una pregunta para lo que hoy todavía no hay respuestas aceptables, pero lo que llama la atención no es tanto la persistencia del problema, propia de la tradición clásica, como el hecho de que hoy en día aquellos a "quienes corresponde" parecen haber sustituido la recurrente pregunta "¿es posible enseñar la virtud?" por una bastante más practica: ¿vale la pena enseñarla?.

La transmutación de la pregunta parece obedecer a uno de los "signos de los tiempos" –la modernidad, globalización, el progreso técnico y su creciente complejidad-, que lleva a las universidades, decanos y catedráticos de Derecho y otras carreras, al convencimiento de que más vale transmitir a los jóvenes estudiantes cuantas habilidades "técnicas" sean capaces de asimilar para poder "defenderse en la vida" y alcanzar un nivel elevado de bienestar. El triunfo de la razón instrumental[12]parece ser un hecho incuestionable, y además con repercusiones en el

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