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Las fiestas de san ignacio en guacara


Enviado por   •  23 de Abril de 2018  •  Documentos de Investigación  •  858 Palabras (4 Páginas)  •  236 Visitas

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La Fiesta de San Ignacio en Guacara

La tradición de celebrar cada 31 de julio la festividad a San Ignacio de Loyola en Guacara, surge como consecuencia de un incidente que se presentara en el siglo diecinueve, época en la cual dependían sus habitantes de la agricultura para su sustento. En un sembradío de maíz, próximo a cosechar en las tierras cercanas al Lago de Valencia, al que los pobladores llamaban la Laguna, y en un lugar conocido como Ñaraulì, se desató un voraz incendio que dejo atónitos a los campesinos que, desesperados corrían a sacar aguas de una quebrada cercana al lugar en cuanto envase encontraban a la mano: totumas y camazas se hacían insuficientes para apagar el fuego devastador que aumentaba cada vez más debido a lo seco del maizal, acabando con el sacrificio de hombres y mujeres que por varios meses cuidaban la siembra que le generaría sus ingresos hasta la próxima cosecha.
Ramón Cacique un campesino nacido en Ñaraulì, corrió velozmente hacia el rancho que le servía de vivienda junto a su mujer y sus dos hijos, y bajó de una repisa que le servía de altar la imagen de San Ignacio de Loyola, al que anualmente, el 31 de julio los campesinos le celebraban su fiesta con rezos, oraciones, canciones y bailes al compás del cumaco, implorándole para que sus cosechas fuesen provechosas, y a cuya celebración también se sumaban los vecinos que vivían en los caseríos aledaños como Bejuquero, Tunitas, Indio Negro, La Iturricera, Cabeza e´Vaca y Mocundo.
Ramón con la imagen en sus manos salió del rancho en veloz carrera hasta la quebrada que atravesaba las tierras de Ñaraulí ; zambulló al Santo tres veces en sus aguas, lo tomó entre sus manos, lo apretó a su pecho desnudo y se dirigió hasta donde hacia estragos la candela, extendió con él sus brazos hacia el cielo implorándole al Señor para que el fuego no continuara arrasando el sembradío, se arrodilló, lo colocó en el suelo, y se alejó hasta donde estaban cabizbajos los demás campesinos mirando atónitos cómo se perdían sus esfuerzos de tantos años.
Inesperadamente el fuego se apagó al llegar donde Ramón había colocado la imagen de San Ignacio, la cual medía escasamente cuarenta centímetros. Corrieron todos hacia él y se sorprendieron al verla y tocarla porque aún permanecía mojada, sin que el fuego abrasador, que le llegó a dos cuartas, rodeándola totalmente no la hubiese destruido.
¡Se salvó la cosecha, es un milagro! gritaban los campesinos llenos de alegría, abrazándose unos a los otros.
Después de este acontecimiento y ahora con mucha más razón, en Ñaraulí se acrecentó la fe en San Ignacio, y sus habitantes por muchos años más continuaron celebrando las festividades venerándolo ahora con más fervor por lo acontecido cuando veían quemar sus sacrificios.
Se fue poblando Guacara y emigrando los campesinos hacia el pueblo en busca de mejor forma de vida, y San Ignacio también se vino con ellos. Prosiguieron celebrándole su fiesta religiosa debajo de un frondoso árbol de Castaño en la calle Marqués del Toro, entre la calle del ganado, hoy Negro I y la calle Páez, donde los campesinos traían desde sus conucos caña de azúcar, racimos de plátanos y cambures, mazorcas de maíz jojoto adheridos a sus tallos, los cuales enterraban en las orillas de la calle para que al levantar el santo, a las cuatro de la tarde para llevarlo en procesión hasta la iglesia, pudieran los asistentes al culto religioso, hombres y mujeres, quienes desde tempranas horas de la tarde se colocaban cerca de la planta enterrada para arrancarlas del suelo o cortar con filosos cuchillos y machetes los racimos y las mazorcas tiernas para llevarlos hasta sus hogares.
Se mantiene la tradición hasta mediados de los años cincuenta cuando emergen las primeras industrias en el pueblo de Guacara y se comienza a sentir un aire de progreso. Los campesinos son atraídos por las primeras industrias que se instalan y se van desentendiendo del trabajo en el campo y van en la búsqueda de empleo en las fábricas.
Un campesino guacareño de nombre Juan Martínez Cazorla ( Juan León ), fiel creyente en San Ignacio, dona parte del patio de su vivienda para que en el se le construya una capilla con el fin de seguir venerándolo cada 31 de julio, fecha en la cual murió en Roma, el año 1556 el fundador de la Congregación de la“ Compañía de Jesús “ lo cual se logra mediante la colaboración de muchas personas, lugar que comparte con el Cristo en la calle Girardot, donde se continúa celebrando su fiesta religiosamente, sin la presencia de campesinos como lo era antes y sin los tradicionales frutos cosechados en la tierra, ni el golpe de cumaco con sus canciones y versos salidos de las gargantas de sus seguidores.
Contribuciones provenientes de devotos hacen posible la celebración de la procesión hasta la iglesia y la misa en su honor. La fe sigue viva, pero ya no se le pide para lograr mejores cosechas en el campo, porque los sembradíos desaparecieron al igual que los caseríos donde se le veneraba, queda Mocundo y una veintena de barrios aledaños que han poblado la zona.



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