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Jose Maria Morelos Y Pavon


Enviado por   •  14 de Julio de 2015  •  2.443 Palabras (10 Páginas)  •  254 Visitas

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José María Morelos: El siervo de la nación

mexicana (I)

Antonio Gutiérrez Escudero | Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España

El ajusticiamiento de Miguel Hidalgo en 1811 no interrumpió, pese a lo que podría

suponerse, el movimiento independentista por él iniciado un año antes mediante la

proclamación del llamado Grito de Dolores [1] . Si bien la principal acción revolucionaria

va a trasladarse ahora hacia otros territorios de la Nueva España situados más al sur,

diversos grupos guerrilleros capitaneados por convencidos patriotas continuaron, desde

distintos enclaves, la lucha por la defensa de los ideales que les habían llevado a

empuñar las armas: nos referimos a personajes de la talla de Vicente Guerrero, Ignacio

López Rayón, Manuel Félix Fernández (llamado “Guadalupe Victoria”), los hermanos

Bravo y Galeana, etc.

Es cierto que las circunstancias generales no eran nada favorecedoras para estos

insurgentes acosados por las disensiones internas, la escasez de medios y pertrechos, la

falta de apoyo desde el resto de colonias hispanas en América (éstas ya tenían sus

propios problemas) o por parte de otras naciones (Gran Bretaña era en esos años aliada

de España frente a los intentos hegemónicos de Napoleón y los Estados Unidos, de

momento, estaban más interesados en hacerse con la Florida que emprender aventuras

de dudoso alcance), etc. Sin embargo, y quizás en contra de las optimistas previsiones de

las autoridades realistas en México, de pronto un nuevo líder emergió de toda esta

amalgama de circunstancias adversas y durante casi un lustro fue capaz de aglutinar en

su persona las ansias de independencia del pueblo mexicano. Nos referimos, claro está, a

José María Morelos y Pavón [2] .

La figura de Morelos ha sido enaltecida hasta límites excepcionales por significativos

historiadores mexicanos (Lucas Alamán, José María Luis Mora y Justo Sierra, entre otros),

quienes le han calificado de valiente, enérgico, bravío, noble, desinteresado, etc. Pero,

curiosamente, tuvo que ser un extranjero, el archiduque Maximiliano de Austria, el

primero que, en 1865, inaugurara en la ciudad de México una estatua en su honor. No fue

casualidad que justo coincidiera con la conmemoración de los cien años del nacimiento

del héroe nacional, pues es muy probable que con este gesto el emperador buscase tanto

una clara manifestación pública de sus deseos de integración en el país, como un

procedimiento para hacerse aceptar y despertar las simpatías de sus súbditos más

refractarios [3] .

Porque fuesen cuales fuesen las intenciones de Maximiliano, parece que en su propia

patria y “a pesar de la admiración universal, Morelos no sería cabalmente comprendido.

Los liberales olvidaron el embrión conservador en la vida de Morelos. Los conservadores

olvidaron el embrión liberal” [4] . Y es que el titánico esfuerzo desplegado por los

patriotas en aras de culminar la revolución independentista hispanoamericana y la

complejidad en la organización y estructuración de los nuevos estados nacionales

convirtió a los amigos en potenciales enemigos, hizo que se cuestionaran muchas de las

decisiones adoptadas por los caudillos de la causa y acabó por tergiversar, a los ojos de

gran parte de la población, los generosos propósitos de sus líderes más conspicuos. No es

extraño que, en este sentido, Simón Bolívar llegase a afirmar, presa del desánimo, que

“el que sirve una revolución ara en el mar”; que José de San Martín eligiese el exilio

voluntario en Europa ante los “tiros de la maledicencia y de la calumnia” de sus

compatriotas; o que el propio Morelos, en plena crisis de la insurgencia, escriba que por

“las discordias entre los compañeros, no me fiaré de nadie en adelante” y para despejar

cualquier tipo de dudas acerca de sus intenciones añada: “no pretendo la presidencia;

mis funciones cesarán establecida la Junta, y me tendré por muy honrado con el epíteto

de humilde Siervo de la Nación” [5] .

Unos orígenes muy humildes

Morelos nace un 30 de septiembre de 1765 en la ciudad novohispana entonces conocida

como Valladolid (hoy Morelia, en su honor, capital del actual estado de Michoacán). El

cuatro de octubre siguiente era bautizado y recibía “por nombre José María Teclo

Morelos y Pavón, hijo legítimo de Manuel Morelos y de Juana Pavón, españoles. Fueron

padrinos Lorenzo A. Sendejas y Cecilia Sagrero”, según consta en el documento

correspondiente [6] . Esta es, al menos, la versión más generalizada y la que él mismo

manifiesta en distintas ocasiones, si bien hay otra corriente de historiadores que sitúan

su natalicio en una hacienda a las afuera de la capital michoacana. Es posible que los

padres de Morelos estuviesen residiendo en un rancho antes de trasladarse a la ciudad y

de ahí quizás la confusión, sin embargo este nimio detalle nos abre las puertas a toda una

serie de distintas cuestiones controvertidas en la vida del prócer mexicano [7] .

Así, pueden plantearnos algunos interrogantes los motivos que condujeron al matrimonio

entre su padre, “un pobre carpintero”, y su madre, una mujer con un elevado nivel

educativo dado que era “hija de un maestro de escuela”. Ignoramos por completo,

además, las causas que llevaron al cabeza de familia al abandono del hogar familiar,

trasladándose a vivir a San Luis Potosí junto con su hijo Nicolás [8] . Pero desde luego la

cuestión que mayor debate ha suscitado ha sido la afirmación de que “por ambos

orígenes procedía de una de las castas mezcladas de indio y negro”, pese a que en sus

declaraciones el propio José María Morelos se califica de español [9] . Por supuesto que

esta tesis ha sido desmentida con vehemencia, aunque se acabe admitiendo su condición

de mestizo en cuanto que el progenitor pudiese tener cierta ascendencia india, pero se

defiende como indiscutible que Juana Pavón era una criolla [10] .

La falta de recursos obligaría a José María Morelos, sin duda, a ayudar en todo lo posible

al sostenimiento de la familia, si bien ello no fue óbice para que su madre, y quizás

también su abuelo, le fueran instruyendo en los principios básicos de la escritura y la

lectura. No obstante, la acuciante pobreza le forzaría,

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