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Jacques Lafaye


Enviado por   •  8 de Enero de 2013  •  Exámen  •  2.309 Palabras (10 Páginas)  •  296 Visitas

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Jacques Lafaye: Quetzalcóatl y Guadalupe. La Formación de la conciencia nacional de México. Prefacio de Octavio Paz. México, Fondo de Cultura Económica, 1977; 483 pp.

En 1794 Fray Servando Teresa de Mier predicó el sermón anual en la gran basílica del Tepeyac en honor de Nuestra Señora de Guadalupe. Comenzó con una nota tradicional de retórica piadosa: "¿No es éste el pueblo escogido, la nación privilegiada y la tierna prole de María, señalada en todo el mundo con la insignia gloriosa de su especial protección?" Pero luego, apasionadamente, informó a la congregación que el descubrimiento del Calendario de Piedra en la Plaza Mayor demostraba que la imagen de la Virgen María había sido milagrosamente impresa en la capa del apóstol Santo Tomas, quien había predicado el evangelio en el Nuevo Mundo. Desde entonces, los indios, "ya cristianos", habían venerado la imagen en el Tepeyac hasta que su apostasía colectiva los hizo esconderla. Después de la Conquista, la Virgen María se le apareció a Juan Diego para revelarle el paradero de su imagen. El recuerdo de esta primera evangelización de México jamás fue olvidado, sin embargo, y los indios terminaron venerando a Santo Tomás en la figura de Quetzalcóatl.

No les hizo gracia a los dignatarios de la Iglesia y del Estado que se habían reunido para escuchar un sermón en honor de la Patrona de la Nueva España, esta extraña amalgama de fantasía religiosa y fervor patriótico. Fray Servando fue inmediatamente sentenciado al exilio y al enclaustramiento en un convento de España. Fue hasta 1817 que, en compañía de Javier Mina retornó a México, ya famoso, como el autor de la primera historia de la insurgencia encabezada por el padre Hidalgo. En esa obra denunciaba con acritud las atrocidades de la Corona, daba argumentos persuasivos para negar la legitimidad del gobierno español y, una vez más, discutía el caso de la evangelización de México antes de la llegada de Cortés. Fray Servando sostuvo, hasta el final de sus días, que Quetzalcóatl fue un misionero cristiano.

Entre sus otros méritos, el libro de Jacques Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe ofrece una explicación clara de cómo fue posible que un doctor en teología, un ideólogo patriota, residente por algunos años en el París napoleónico y en el Londres de la Regencia, dedicara tanta energía intelectual a lo que a primera vista parecen ser simples y pueriles extravagancias. Lafaye concluye cada una de las secciones de su libro con un análisis de las teorías y hechos de Fray Servando, clara indicación de la importancia que le atribuye al célebre dominico, aunque hay que admitir que no analiza con suficiente detalle el sermón de 1794, ni hace uso de las notas del sermón que fueron confiscadas. (1)

Lafaye sostiene que la raíz ideológica del sermón de Mier y de la posterior tesis sobre Santo Tomás en el Nuevo Mundo, tiene su origen profundo en la necesidad del clero criollo de encontrar un fundamento autónomo y honroso para su Iglesia y su pueblo. Lo curioso en este aspecto es que a ese clero no le importara tanto la conquista militar de Cortés, como la espiritual de las órdenes misioneras. El fervor milenario y triunfal de los franciscanos, perpetuado en la Monarquía Indiana de Torquemada, se volvió cada vez mas intolerable para la identidad patriótica criolla, porque Torquemada festejaba el empeño misionero y reducía a la Iglesia mexicana a la condición de mero vástago colonial de la Iglesia peninsular. Al mismo tiempo, el creciente orgullo criollo y su interés por el imperio azteca se veían obstruidos por la insistencia misionera en el carácter demoníaco de la religión indígena. En estas circunstancias, para gente como Bernardo de Balbuena o Sigüenza y Góngora no era suficiente cantar aleluyas por las bellezas naturales de México y afirmar, en la poesía o las festividades oficiales, que aquí tenía su asiento el paraíso terrenal. Era necesario encontrar un nuevo origen espiritual para su iglesia y, hasta cierto punto, liberar al pasado indígena del reino de las tinieblas. Tanto la difusión del culto de la Guadalupana como la identificación de Quetzalcóatl con Santo Tomás, surgen de esta búsqueda esencialmente ideológica.

En su estudio del culto del Tepeyac, Lafaye sigue muy de cerca el brillante ensayo pionero sobre el guadalupanismo de Francisco de la Maza (hoy, lamentablemente, agotado). Pero también ha sacado a relucir nuevos datos. Particularmente las extraordinarias semejanzas, tanto en los mythos centrales como en la significación política, de los cultos de la Guadalupana en Extremadura y México. También es importante que Lafaye identifique a la "generación de 1730" y al episcopado del arzobispo Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta (1730-47) como el periodo en el que la veneración de la Guadalupana se volvió un culto verdaderamente nacional, celebrado en los sermones y las imágenes en toda la Nueva España. Este resurgimiento del fervor religioso, acompañado como estuvo por un último y extraordinario florecimiento de la arquitectura churrigueresca, debe ciertamente modificar todas las interpretaciones del siglo XVIII novohispano como un periodo de recepción simple y pasiva de las corrientes e ideas de la Ilustración. Es fascinante pensar que en los mismos años en que el clero criollo propagaba tan apasionadamente la veneración de la Guadalupana, los clérigos puritanos de las Trece Colonias del Norte estaban dedicados a predicar el "Great Awakening".

Con respecto al tema de Quetzalcóatl, Lafaye hace gran uso de los documentos recogidos por Fernando Ramírez y publicados por Nicolás León. Si el cronista dominico Diego Durán fue el primero en encontrar pruebas de enseñanzas cristianas en la religión indígena, fue Sigüenza y Góngora, sabio del siglo XVII, quien, gracias a la sugerencia del historiador peruano Antonio de la Calancha, identificó primero a Quetzalcóatl con Santo Tomás. Debe recalcarse que teorías similares eran comunes en la Europa de la época. En la Inglaterra de los Tudor, los poetas y los hombres de letras exaltaban los orígenes troyanos de los antiguos bretones, y todavía en 1740 William Stukeley acompañaba sus exactos grabados de las ruinas prehistóricas de Stonehenge con un texto en el que sostenía que su construcción debía atribuirse a los fenicios, introductores de la religión patriarcal de Israel. Tras todas estas historias no había sino la búsqueda de antepasados nobles, el deseo de redimir de fuerzas diabólicas al pasado indígena. ¿Qué mejor respuesta al desdén misionero que descubrir un apóstol en la antigua Anáhuac? Mas aún, la hipótesis fue formulada aceptablemente por Lorenzo Boturini, un estudioso italiano que introdujo las teorías de Vico a México -según lo

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