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La Lavandera


Enviado por   •  22 de Enero de 2014  •  491 Palabras (2 Páginas)  •  284 Visitas

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Con cuarenta años de civilización encontramos a la lavandera de nuestro pueblo. A la entrada de la ciudad. Un lunes,. Bien desde los cerros de “Monte Carmelo” con varios burros cargados de ropas ajenas. Enjunta. Huesosa. Saltona, como toda persona acostumbrada a caminar en pronunciados desniveles. Perspicaz con pocas palabras. Se llama filomena.

- “filomena, para servirle …” , dice, cuando las personas le preguntan su nombre

Y filomena alagado con dos “cobres” (2/8 del real de la época), a los muchachos que le ayudan a descargar los sacos blancos, henchidos de prendas de vestir, que huelen a limpio, a campo, a monte recién lavado por las lluvias. A helecho y a mastranzo. A piedras blanqueadas por el potasio, sobre las cuales las ropas recibieron el sutil retorsivo del sereno y las blancas pinceladas de la luna.

-¿Cómo lava la ropa filomena?, le preguntan cien veces los cien muchachos con quienes ella hace amistad , año tras año en un pueblo custodiado por montañas, donde por conocerse poco del mundo exterior, se quiere conocer mucho del mundo interior. Y tienen curiosidad por saber el secreto de hacer blanca de verdad la ropa blanca.

-“primer, dice filomena, se separa la ropa blanca de la de color. Para que esta no manche la primera, si llegara a desteñirse… aun cuando una sabe Cuale son los colores firmes”

- y, ¿después?

- “ después.. Después se moja y enjabona con “jabón de tierra”. Luego se coloca sobre piedras y pequeños arbustos, separada del suelo para que el sol ablande la mugre… al día siguiente se golpee con un palo, se restriega con una “tusa” y se pone otro “ojo de jabón”. Esta vez del amarillo, llamado de castilla. O liquido de “jaboncillo”.

- y, ¿después viejita?

- “por ultimo – expresa filomena- se lava la ropa abundantemente para sacarle todo el jabón y se deja al sereno… durante la noche aparece el olor a limpio sobre el albo atractivo de los lienzos de mancilla…”.

La industria no había entregado las lavadoras eléctricas, ni los hombres de las ciudades habían establecido las lavanderías al seco. Pero, quedaban limpias y brillantes las ropas lavadas por filomena, la lavandera.

¿Cual seria el apellido de filomena?

Nadie se preocupo por preguntarlo. Nadie, tampoco, necesito saberlo para identificar a la lavandera que todos los lunes bajaba de “monte Carmelo”, donde residían los cerros altos y las aguas claras. Donde habían reposado indios y conquistadores después de trepar o descender por los flancos, unas veces victoriosos y otras veces derrotados abonando con sangre, con dolor y con angustia a la tierra en que debía nacer y multiplicarse el mestizaje.

¿Para que necesitara apellido filomena, la mujer del pueblo?

Ella, filomena a secas, era la patria. Enriquecida con trabajo honrado, acrecentada con hijos fuertes. Erguida con sencillez

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