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Jefes Y Cahcorros


Enviado por   •  3 de Junio de 2013  •  1.826 Palabras (8 Páginas)  •  327 Visitas

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Javier se adelantó por un segundo:

—¡Pito! —gritó, ya de pie.

La tensión se quebró, violentamente, como una explosión. Todos estábamos parados: el doctor Abásalo

tenía la boca abierta. Enrojecía, apretando los puños.

Cuando, recobrándose, levantaba una mano y parecía a

punto de lanzar un sermón, el pito sonó de verdad. Salimos corriendo con estrépito, enloquecidos, azuzados

por el graznido de cuervo de Amaya, que avanzaba volteando carpetas.

El patio estaba sacudido por los gritos. Los de

cuarto y tercero habían salido antes, formaban un gran

círculo que se mecía bajo el polvo. Casi con nosotros,

entraron los de primero y segundo; traían nuevas frases

agresivas, más odio. El círculo creció. La indignación

era unánime en la media. (La primaria tenía un patio

pequeño, de mosaicos azules, en el ala opuesta del colegio.)

—Quiere fregarnos, el serrano.

—Sí. Maldito sea.

Nadie hablaba de los exámenes finales. El fulgor de

las pupilas, las vociferaciones, el escándalo indicaban

que había llegado el momento de enfrentar al director.

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LosJefesLosCachorrosFG.qxd 29/11/07 16:39 Página 9De pronto, dejé de hacer esfuerzos por contenerme

y comencé a recorrer febrilmente los grupos: «¿Nos

friega y nos callamos?». «Hay que hacer algo.» «Hay

que hacer algo.»

Una mano férrea me extrajo del centro del círculo.

—Tú no —dijo Javier—. No te metas. Te expulsan.

Ya lo sabes.

—Ahora no me importa. Me las va a pagar todas. Es

mi oportunidad, ¿ves? Hagamos que formen.

En voz baja fuimos repitiendo por el patio, de oído

en oído: «Formen filas», «a formar, rápido».

—¡Formemos las filas! —el vozarrón de Raygada

vibró en el aire sofocante de la mañana.

Muchos, a la vez, corearon:

—¡A formar! ¡A formar!

Los inspectores Gallardo y Romero vieron entonces, sorprendidos, que de pronto decaía el bullicio y se

organizaban las filas antes de concluir el recreo. Estaban

apoyados en la pared, junto a la sala de profesores, frente a nosotros, y nos miraban nerviosamente. Luego se

miraron entre ellos. En la puerta habían aparecido algunos profesores; también estaban extrañados.

El inspector Gallardo se aproximó:

—¡Oigan! —gritó, desconcertado—. Todavía no…

—Calla —repuso alguien, desde atrás—. ¡Calla,

Gallardo, maricón!

Gallardo se puso pálido. A grandes pasos, con gesto

amenazador, invadió las filas. A su espalda, varios gritaban: «¡Gallardo, maricón!».

—Marchemos —dije—. Demos vueltas al patio.

Primero los de quinto.

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LosJefesLosCachorrosFG.qxd 29/11/07 16:39 Página 10Comenzamos a marchar. Taconeábamos con fuerza, hasta dolernos los pies. A la segunda vuelta —formá-

bamos un rectángulo perfecto, ajustado a las dimensiones del patio— Javier, Raygada, León y yo principiamos:

—Ho-ra-rio; ho-ra-rio; ho-ra-rio…

El coro se hizo general.

—¡Más fuerte! —prorrumpió la voz de alguien que

yo odiaba: Lu—. ¡Griten!

De inmediato, el vocerío aumentó hasta ensordecer.

—Ho-ra-rio; ho-ra-rio; ho-ra-rio…

Los profesores, cautamente, habían desaparecido

cerrando tras ellos la puerta de la sala de estudios. Al pasar los de quinto junto al rincón donde Teobaldo vendía

fruta sobre un madero, dijo algo que no oímos. Movía

las manos, como alentándonos. «Puerco», pensé.

Los gritos arreciaban. Pero ni el compás de la marcha, ni el estímulo de los chillidos, bastaban para disimular que estábamos asustados. Aquella espera era angustiosa. ¿Por qué tardaba en salir? Aparentando valor aún,

repetíamos la frase, mas habían comenzado a mirarse

unos a otros y se escuchaban, de cuando en cuando, agudas risitas forzadas. «No debo pensar en nada», me decía. «Ahora no.» Ya me costaba trabajo gritar: estaba

ronco y me ardía la garganta. De pronto, casi sin saberlo, miraba el cielo: perseguía a un gallinazo que planeaba

suavemente sobre el colegio, bajo una bóveda azul, límpida y profunda, alumbrada por un disco amarillo en un

costado, como un lunar. Bajé la cabeza, rápidamente.

Pequeño, amoratado, Ferrufino había aparecido al

final del pasillo que desembocaba en el patio de recreo.

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LosJefesLosCachorrosFG.qxd 29/11/07 16:39 Página 11Los pasitos breves y chuecos, como de pato, que lo acercaban interrumpían abusivamente el silencio que había

reinado de improviso, sorprendiéndome. (La puerta de

la sala de profesores se abre; asoma un rostro diminuto,

cómico. Estrada quiere espiarnos: ve al director a unos

pasos; velozmente, se hunde; su mano infantil cierra la

puerta.) Ferrufino estaba frente a nosotros: recorría desorbitado los grupos de estudiantes enmudecidos. Se habían deshecho las filas; algunos corrieron a los baños,

otros rodeaban desesperadamente la cantina de Teobaldo. Javier, Raygada, León y yo quedamos inmóviles.

—No tengan miedo —dije, pero nadie me oyó porque simultáneamente había dicho el director:

—Toque el pito, Gallardo.

De nuevo se organizaron las hileras, esta vez con lentitud. El calor no era todavía excesivo, pero ya padecíamos

cierto sopor, una especie de aburrimiento. «Se cansaron

—murmuró Javier—. Malo.» Y advirtió, furioso:

—¡Cuidado con hablar!

Otros propagaron el aviso.

—No —dije—. Espera. Se pondrán como fieras

apenas hable Ferrufino.

Pasaron algunos segundos de silencio, de sospechosa gravedad, antes de que fuéramos levantando la vista,

uno por uno, hacia aquel hombrecito vestido de gris. Estaba con las manos enlazadas sobre el vientre, los pies

juntos, quieto.

—No quiero saber quién inició este tumulto —recitaba. Un actor: el tono de su voz, pausado, suave, las

palabras casi cordiales, su postura de estatua, eran cuidadosamente afectadas. ¿Habría estado ensayándose solo,

12

LosJefesLosCachorrosFG.qxd 29/11/07 16:39 Página 12en su despacho?—. Actos como éste son una vergüenza

para ustedes, para el colegio y para mí. He tenido mucha

paciencia, demasiada, óiganlo bien, con el promotor de

estos desórdenes, pero ha llegado al límite…

¿Yo o Lu? Una interminable lengua de fuego lamía

mi espalda, mi cuello, mis mejillas a medida que los ojos

...

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