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Jose Espronceda


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2013  •  304 Palabras (2 Páginas)  •  284 Visitas

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La desesperación

Me gusta ver el cielo

con negros nubarrones

y oír los aquilones

horrísonos bramar,

me gusta ver la noche

sin luna y sin estrellas,

y sólo las centellas

la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio

de muertos bien relleno,

manando sangre y cieno

que impida el respirar;

y allí un sepulturero

de tétrica mirada

con mano despiadada

los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba

caer mansa del cielo,

inmóvil en el suelo,

sin mecha al parecer,

y luego embravecida

que estalla y que se agite

y rayos mil vomite

y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte

con su ronco estampido,

y al mundo adormecido

le haga estremecer;

que rayos cada instante

caigan sobre él sin cuento,

que se hunda el firmamento

me agrada mucho ver.

La llama de un incendio

que corra devorando

escombros apilando

quisiera yo encender;

tostarse allí un anciano,

volverse todo tea,

oír como vocea,

¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña

de nieve tapizada,

de flores despojada,

sin fruto, sin verdor,

ni pájaros que canten,

ni sol haya que alumbre

y sólo se vislumbre

la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,

solar desmantelado,

me place en sumo grado

la luna al reflejar;

moverse las veletas

con áspero chirrido

igual al alarido

que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno

lleven a los mortales

y allí todos los males

les hagan padecer;

les abran las entrañas,

les rasguen los tendones,

rompan los corazones

sin de ellos caso hacer.

Insólita avenida

que inunda fértil vega,

de cumbre en cumbre llega,

y llena de pavor,

se lleva los ganados

y las vides, sin pausa,

y estragos miles causa ...

¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,

el juego, las botellas,

en torno de las bellas

alegres apurar;

y en sus bocas lascivas,

un beso a cada trago

con voluptuoso halago

alegres estampar.

Romper después las copas,

los platos, las barajas,

y, abiertas las navajas,

buscando el corazón,

oír luego los brindis

mezclados con quejidos

que lanzan los heridos

en llanto y confusión.

Quisiera ver al uno

que arrastra un intestino,

y al otro

...

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