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Juarez El Rostro De Piedra


Enviado por   •  15 de Agosto de 2013  •  1.231 Palabras (5 Páginas)  •  237 Visitas

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Hace ocho años, y en las páginas de Letras Libres, Carlos Monsiváis decía que a “la imagen ubicua, omnímoda” de Benito Juárez ya no le hacía falta nada, salvo, quizás, una serigrafía de Andy Warhol. Al decirlo conjuraba la escena ominosa de Vicente Fox recibiendo, al tomar posesión de la presidencia de la república, un crucifijo de manos de uno de sus hijos, montaje rechazado en el acto por un grupo de diputados que le gritaron “¡Juárez, Juárez!”, cantinela que el nuevo presidente se limitó repetir desde el estrado, burlón y fastidiado. Al final, los pecados, los reales y los imaginarios, del régimen foxista fueron otros y el Estado laico, presidido por los herederos de los antiguos conservadores, no sufrió mayor merma. Es probable que el Partido Acción Nacional abandone en 2012 el Poder Ejecutivo habiendo hecho las paces, por buena voluntad, de mal grado o por omisión, con el fantasma de Juárez y esa herencia suya, liberal y jacobina, que los gobiernos de la Revolución mexicana administraron con tanto provecho.

Vuelvo al recuento de Monsiváis: en honor de Juárez se han bautizado ciudades, avenidas, calles, puentes, pueblitos. Es mundialmente famosa la horrísona cabeza de Juárez, erigida en Iztapalapa y convertida, de manera imprevista, en una meca del arte conceptual. Desde el Año de Juárez, en 1972, se han producido exposiciones, ballets, películas, telenovelas, y al Benemérito sólo le faltaba recibir los honores de una buena novela contemporánea, y eso es lo que ha escrito Eduardo Antonio Parra (León, 1965), que en aquella apoteosis juarista de nuestras infancias contaba con siete años.

Parra es un escritor profesional y, también, un escritor convencional. Me explico: tiene, desde sus primeros cuentos, un don narrativo que parece infuso y que proviene, por el contrario, de un dominio precoz de la forma, aquello que le permite escribir, a placer, un relato perfectamente cerrado sobre sí mismo, una novela negra o una novela histórica como Juárez / El rostro de piedra, según las convenciones del realismo del siglo xx. Ernest Hemingway, Truman Capote, Raymond Chandler, Corman McCarthy, José Revueltas, Juan Rulfo y Vicente Leñero parecieran ser sus modelos. Es Parra, ya lo dije alguna vez, un Tipo Duro del realismo, y es fácil imaginárselo escondido en un Vips escribiendo a mano en un cuaderno escolar y acompañado de altísimas dosis de cafeína, o en casa, aporreando el teclado con la dura verdad de la vida aprendida haciendo la nota roja en las ciudades fronterizas, donde cuenta la leyenda que se formó. Esa caracterología ya era insólita durante la década en que aparecieron sus colecciones de cuentos (de 1996 a 2006: Los límites de la noche, Tierra de nadie, Nadie los vio salir, Parábolas del silencio) y acabó por hacer de Parra un restaurador del realismo y sus convenciones, de ese México vil y sanguinario con el que uno prefiere no toparse salvo en la literatura. Parra es lo contrario a ese escritor mexicano caricaturizado por Roberto Bolaño como el esteta que camina leyendo a Paul Valéry sin mirar las ruinas y las infamias que lo rodean.

Un escritor de ese temperamento tenía que probarse en un género tradicional como la novela histórica y salir airoso. No incurrió Parra en ninguna de las flaquezas de ese híbrido lamentable que es la biografía novelada, que carece del vigor documental y el respeto por la verdad propios de la biografía a secas y se priva, por pereza mental y ansiedad comercial, de las libertades de la novela. Además, la biografía novelada de tema histórico suele ser el sabático de los profesores desengañados: la materia la pone la historia, vivero inagotable, y pasa por arte la creencia vulgar de que basta con leer novelas para escribirlas.

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