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Juan Pablo II A Los Laicos De España


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2013  •  2.801 Palabras (12 Páginas)  •  229 Visitas

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VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

MISA PARA LOS LAICOS

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Toledo, 4 de noviembre de 1982

Señor cardenal,

queridos hermanos y hermanas:

1. En las Palabras del Evangelio que hemos proclamado, Cristo mismo pone en evidencia a la vez la dignidad y la responsabilidad del cristiano. Cuando el Señor exclama: “Vosotros sois la sal de la tierra”, subraya al mismo tiempo que la sal no debe perder su sabor si tiene que ser útil para el hombre. Y cuando afirma: “Vosotros sois la luz del mundo”, plantea como consecuencia la necesidad de que esta luz “alumbre a todos los de casa”. Y todavía insiste a continuación: “Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos”.

Es difícil encontrar una metáfora evangélica más adecuada y bella para expresar la dignidad del discípulo de Cristo y su consecuente responsabilidad. El mismo Concilio Vaticano II se ha inspirado en este texto evangélico, al hablar del apostolado de los seglares; es decir, de su misión con la que participan en la vida de la Iglesia y en el servicio a la sociedad.

¡Vosotros sois la sal de la tierra!

¡Vosotros sois la luz del mundo!

“La vocación cristiana es, por su naturaleza misma vocación al apostolado”.

2. A la luz de esta dignidad y responsabilidad, proclamada por el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, deseo saludar a todos los representantes del laicado de España y dirigirles desde esta histórica sede primada de Toledo un mensaje que ilumines los caminos del apostolado seglar en esta hora de gracia.

Saludo, ante todo, al señor cardenal arzobispo de esta diócesis, así como a los Pastores y a todo el Pueblo de Dios de Toledo y de su provincia eclesiástica aquí presentes.

La sede de Toledo es lugar propicio para este encuentro, por estar íntimamente vinculada a momentos importantes de la fe y de la cultura de la Iglesia en España. No podemos olvidar los Concilios Toledanos que supieron encontrar fórmulas adecuadas para la profesión de la fe cristiana en sus fundamentales contenidos trinitarios y cristológicos.

Toledo fue un centro de diálogo y de convivencia entre gentes de raza y religión distintas. Fue también encrucijada de culturas que desbordaron las fronteras de España, para influir poderosamente en la cultura del Occidente europeo. Es ciudad de gran tradición cristiana, reflejada en sus monumentos artísticos y en la expresión pictórica de artistas de talla universal como el Greco.

Estos valores tradicionales siguen influyendo positivamente en la vida del pueblo toledano, que mantiene el recuerdo de sus grandes pastores medievales como San Eugenio y San Ildefonso. Es la memoria de una tradición que se alarga a través de muchas generaciones de cristianos que se han extendido por todo el país, y han participado en generosos movimientos misioneros en otros continentes.

Al respecto, no puedo dejar de saludar aquí, en esta ciudad imperial, a su ilustre comunidad mozárabe, heredera de los heroicos cristianos de hace siglos y cuyos feligreses mantienen vivo, bajo la directa responsabilidad del señor cardenal primado, el patrimonio espiritual de su venerable liturgia, de gran riqueza teológica y pastoral, sin olvidar que en la liturgia posconciliar el canto del Padrenuestro en toda España es precisamente el de la liturgia mozárabe.

3. Desde esa viva tradición que alimenta vuestra fe e impulsa vuestra responsabilidad de cristianos, volvemos a las fuentes de la Palabra proclamada en esta celebración. Es el mismo Apóstol de las gentes quien nos habla para enseñarnos lo que significa ser apóstoles de Cristo; nos interpela para indicarnos lo que exige la participación en la misión de la Iglesia.

Pablo enseña con un vigor especial que somos testigos de Dios en Jesucristo, y éste “crucificado”.

Quien lo reconoce y confiesa como Señor está bajo la manifestación y el poder del Espíritu.

Todos los cristianos están llamados a renovar constantemente su profesión de fe, con la palabra y con la vida, como una adhesión plena a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, crucificado para nuestra salvación y resucitado por el poder de Dios.

Tal es la “sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria”. Este es el núcleo fundamental del Evangelio que Cristo ha confiado a su Iglesia y que ésta transmite en la viva tradición y enseña en el magisterio de la sucesión apostólica, enriqueciendo así el patrimonio del Pueblo de Dios que posee el “sentido de la fe”, bajo la asistencia solícita del Espíritu Santo.

Aquí radica el centro del anuncio y testimonio de la fe cristiana. Por eso, la primera actitud del testigo de la fe es profesar esa misma fe que predica, dejándose convertir dócilmente por el Espíritu de Dios y conformando su vida a esa Sabiduría divina.

4. En cuanto testigos de Dios, no somos propietarios discrecionales del anuncio que recibimos; somos responsables de un don que hay que transmitir con fidelidad. Con el temor y temblor de la propia fragilidad, el apóstol confía en “la manifestación del Espíritu”, en la fuerza persuasiva del “poder de Dios”.

No se trata de amoldar el Evangelio a la sabiduría del mundo. Con palabras que podrían traducir la experiencia de Pablo, hoy se podría afirmar: no son los análisis de la realidad, o el uso de las ciencias sociales, o el manejo de la estadística, o la perfección de métodos y técnicas organizativas —medios útiles e instrumentos valiosos a veces— los que determinarán los contenidos del Evangelio recibido y profesado. Y tanto menos será la connivencia con ideologías seculares la que abra los corazones al anuncio de la salvación. Como tampoco deberá dejarse seducir el apóstol por la pretendida sabiduría de “los príncipes de este siglo”, cifrada en el poder, en la riqueza y en el placer, que al proponer el espejismo de una felicidad humana, de hecho aboca, a los que sucumben a su culto, a una total destrucción.

¡Sólo Cristo! Lo proclamamos agradecidos y maravillados. En El está ya la plenitud de lo que “Dios ha preparado para los que le aman”. Es el anuncio que la Iglesia confía a todos los que están llamados a proclamar, celebrar, comunicar y vivir el Amor infinito de la Sabiduría divina. Es ésta la ciencia sublime que preserva el sabor de la sal para que no se vuelva insípida, que alimenta la luz de la lámpara para que alumbre lo

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