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Capitulo Pensiones. Que se acabe la economía - Capítulo 3: Vejez indigna


Enviado por   •  3 de Agosto de 2020  •  Práctica o problema  •  3.805 Palabras (16 Páginas)  •  171 Visitas

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Que se acabe la economía - Capítulo 3: Vejez indigna

La discusión respecto a las pensiones ha copado la agenda los últimos años y, junto con otras demandas, ha explotado en los meses recientes frente a las crisis que estamos viviendo. La formación de No + AFP, las masivas marchas del año 2017, las sucesivas y hasta ahora fallidas reformas presentadas tanto por Michelle Bachelet como Sebastián Piñera, la incertidumbre de la pérdida de nuestros fondos dentro de la actual crisis económica y las filas eternas para cobrar una mísera pensión, dan cuenta que a lo largo de todos estos años el problema sigue siendo el mismo: la jubilación no alcanza. El sistema de las AFP’s se ha instalado como motor y filtro del modelo económico del país, extrayendo valor y generando ganancias para unos pocos, y dejando totalmente desprotegidos a las y los ya jubilados, y a los que vendrán. Este tercer capítulo de “Que se acabe la economía” lo dedicaremos a desenmascarar este sistema y a entregar luces sobre cómo debería ser un nuevo sistema de pensiones para el país.

Partamos por lo más básico, ¿Qué es una pensión? Una pensión es un monto de dinero que se le entrega periódicamente a una persona cuando, por diversas razones, no puede trabajar remuneradamente. Así de sencillo. Existen pensiones por invalidez, por orfandad, por vejez, entre otras. Una pensión de vejez es un monto que se entrega cuando se considera que las personas han alcanzado una edad en la que ya no debieran trabajar y, por lo tanto, se han retirado o jubilado.

¿Qué es, entonces, un sistema de pensiones? En palabras simples, es la receta con la que cada país ordena y entrega las distintas pensiones que existen.

Ahora, si desempolvamos algunos libros y miramos desde una perspectiva histórica, nos daremos cuenta que este concepto al que llamamos “sistema de pensiones” se empezó a utilizar hace relativamente poco. Antes del siglo XX la expectativa de vida de una persona promedio y, en particular, de los más pobres era muchísimo más baja que la que tenemos actualmente. Conocer personas que superaran los 80 años era algo muy pero muy raro. ¿Se han puesto a pensar hasta que edad vivieron los abuelos de nuestros abuelos? Probablemente no hasta muy viejos. En Chile, datos de los años 20 muestran que la esperanza de vida al nacer apenas superaba los 30 años. Hombres y mujeres tenían expectativas de vida muy distintas a las de hoy en día, y la mayor parte de la población fallecía en plena vida laboral. No tenía mucho sentido entonces pensar en tener “plata debajo del colchón” para costearse la vida después de dejar de trabajar. Por lo mismo, los conceptos de “retiro”, “jubilación” y “pensión” eran casi inexistentes en esos tiempos.

¿Qué pasó después? Surgieron las Leyes Laborales, gracias a que trabajadores protestaron legítimamente para exigir derechos y beneficios de los trabajadores, entre ellos las pensiones. De esta forma, entre 1924 y 1925 se crean la Caja del Seguro Obrero, la Caja Nacional de Empleados Públicos y la Caja de Empleados Particulares, entre varias otras. Este sistema funcionaba en la práctica casi como un sistema de reparto. (Tranquilos, en unos minutos más vamos a hablar bien sobre qué es el reparto). La plata que entraba mensualmente a las cajas en forma de cotizaciones se iba gastando periódicamente tanto en pensiones como en otras prestaciones, ya fueran atenciones médicas, préstamos personales, préstamos hipotecarios, entre otros. Algo así como lo que hoy nos entregan algunos sistemas de bienestar en nuestros trabajos: cada trabajador entrega un porcentaje de su sueldo, y se les beneficia a todos por igual con seguros de salud complementaria, seguros dentales o, incluso, hasta reembolsos para actividades deportivas.

En un principio, como había muchos trabajadores y pocos jubilados, el sistema generaba excedentes, y parecía que la receta funcionaba tan bien que la plata no sólo alcanzaba para pagar las pensiones y otras prestaciones adicionales para los trabajadores, sino que también se utilizaba para financiar obras públicas que iban en directo beneficio de los mismos trabajadores. Aunque no lo crean, muchas de estas obras siguen hasta hoy. Por ejemplo, el famoso conjunto EMPART, localizado en Grecia con Salvador, la Villa Portales, la Unidad Vecinal Providencia, además de Laboratorios Chile (que fue privatizado en la dictadura), varias postas rurales, y decenas de otras villas por todo el país. Todo construido y financiado por las cajas de previsión entre los años 30 y los años 70, con el fin de capitalizar sus fondos, pero además entregar bienestar para sus afiliados y la comunidad.

Suena todo muy bonito, ¿cierto? Pero, ¿eran las cajas previsionales la panacea? El gran beneficio de las cajas en términos de pensiones era que entregaban lo que se llama un beneficio definido. Esto es, que los trabajadores y trabajadoras, si cumplían ciertas características, se les aseguraba una pensión fija, que conocían con anterioridad… imagínense saber con certeza que, si trabajas 30 años, tendrás sí o sí una pensión de, por ejemplo, el 80% de tu último sueldo. Con un sueldo decente, a quién no le dan ganas de volver a ese sistema. Y así justamente funcionaban algunas de las cajas en Chile.

Pero, el sistema también tenía problemas, algunos de ellos bien graves. El principal problema era la alta heterogeneidad de las cajas: había cajas casi que para cada gremio de trabajadores: para empleados particulares, para empleados públicos, para ferroviarios, para la marina mercante, y así….por lo mismo, existían diferencias enormes entre los beneficios que recibía cada trabajador al jubilarse. Además, exigían requisitos súper estrictos en términos de la cantidad de años necesarios para acceder a los beneficios. Si habías cotizado un año (o incluso una semana!) menos de lo necesario, no recibías NADA. Tampoco se entregaban pensiones asistenciales para personas no afiliadas a las cajas, lo que dejaba a muchas personas, especialmente mujeres y trabajadores informales, sin ningún tipo de ahorro para su vejez.

Así siguió la cosa hasta 1981, cuando en plena dictadura irrumpió José Piñera, hermano del presidente y padre de las AFPs, eliminando el antiguo sistema de cajas para los nuevos afiliados, al que reemplazó por su nuevo hijo, el sistema de capitalización individual.

¿Qué ganaba con esto? Mucho. Lo que se logró al privatizar gran parte del sistema de pensiones fue transferir los fondos, los ahorros de los y las trabajadoras del país, hacia las AFPs, las que a su vez los empezaron a invertir en empresas y bancos, que, vaya coincidencia, resultaban muchas veces estar manejados por los mismos dueños de las AFPs o por otros conocidos empresarios de la elite del país. Negocio redondo. Este es uno de los principales orígenes de la explosión de las grandes fortunas de los súper ricos del país.

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