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CRISIS MORAL CONTEMPORANEA Y ETICA PROFESIONAL


Enviado por   •  10 de Julio de 2014  •  2.898 Palabras (12 Páginas)  •  1.263 Visitas

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CAPITULO I:

CRISIS MORAL CONTEMPORANEA

1. La crisis moral que afecta a nuestro mundo entero, tiene raíces antiguas y, sobre todo, profundas. En la tradición cristiana se fija ya su comienzo en el momento histórico de la caída original. No sólo cada persona en sí misma, sino cada sociedad, históricamente, han experimentado esa sensación de que “las cosas no iban bien”. Tenemos amplia documentación acerca de esto.

Incluso en las épocas que hoy consideramos como de mayor florecimiento moral y social, encontramos muchos testimonios acerca de ellos. Podemos recordar siglos medievales, o el “siglo de oro” español, o el clasicismo francés. Este fenómeno se da también en lo referente a los saberes científicos. Más de uno quedaría sorprendido al conocer la opinión que del saber en su propio tiempo tuvieron grandes filósofos y teólogos del siglo XIII, considerado la maravilla de la escolástica, y es bien conocido el juicio implacable que sobre los años en torno a 1800 en Alemania estimados hoy como de riqueza cultural.

Durante siglos este hecho se expresó a través del mito de la “edad de oro”: cualquier tiempo pasado -como escribía Jorge Manrique fue mejor. La civilización decayó desde aquel momento áureo fijado en la antigüedad.

A partir de la Ilustración, el mito mira al futuro y se expresa en la idea de progreso. Cualquier tiempo futuro será mejor, por lo que se entiende que ahora no estamos a gusto con lo que tenemos.

Después, las críticas a la Ilustración, que comenzaron ya en el siglo XVIII con el romanticismo, empiezan a afirmar que el ideal de progreso no está tan claro, sobre todo en el ámbito moral. Primero Rousseau, y luego Kant

Siguiendo su estela, ponen en duda -niegan, más bien- que el progreso consiga hacer más felices a los seres humanos.

Las soluciones que el romanticismo ofrece - aunque aquí habría que matizar las diferencias según los autores- no resultan, sin embargo, muy convincentes, en general. Popularmente, arraiga la tesis rousseauniana en favor de la sencillez de costumbres y una cierta vuelta a la naturaleza, todo lo cual -como se comprobó ya en la propia vida de Juan Jacobo Rousseau- no propicia una extraordinaria mejora moral.

En nuestros días, nuevas tendencias románticas de pesimismo cultural o postmodernistas, han puesto el acento sobre las corrupciones morales que la ideología de la “modernidad” ha producido, pero no está claro que buena parte de los grupos de protesta hayan desarrollado una moralidad de vida mucho más desarrollada.

Se podría incluso aventurar la tesis de que las épocas que mayor conciencia de fallo moral han tenido, han sido probablemente las mejores desde este punto de vista. En efecto, si tiene razón Sócrates -como pienso- en su tesis de que el primer paso para el saber está en darse cuenta de que no se sabe, tendríamos que concluir en ello. Desde luego, es indudable que la persona que más sabe, más consciente es de su ignorancia, y esto se aplica también al saber moral. Es un lugar común que los que llegaron a ser más santos tuvieron una conciencia aguda de sus fallos, a veces casi excesiva. Esto también se puede aplicar a las culturas en general. Lo dicho hasta ahora pretende justificar que, en buena medida, la crisis moral presente muestra un rostro similar al de la crisis permanente de la sociedad humana. De otra parte, el lugar, el momento histórico y la situación cultural son siempre, en mayor o menor medida, diferentes entre un grupo social y otro -por cercanos que estén-, y entre un grupo social y el que le sucede en el tiempo: el paso del tiempo no es nunca meramente cuantitativo, sino también cualitativo. La España de 1995 no es idéntica a la de 1980, salvo el traslado de quince años de reloj. Ahora bien, la moral de un pueblo, por más que se refiera, según me parece, siempre a unos mismos principios últimos, no depende sólo de éstos, sino también de las circunstancias, las cuales cambian. Es decir, el ser humano, en su comportamiento, en cierta medida es siempre igual, y en otra siempre distinto.

Resulta así posible -dada la permanencia comparar situaciones morales de un pueblo y otro, y de uno consigo mismo en los diferentes momentos de su historia, pero esa comparación -dados los cambios- es siempre difícil, y ha de hacerse sólo en forma relativa y conjetural.

Quisiera, pues, desde el principio, rechazar tanto el relativismo escéptico como el pesimismo cultural. Desde luego, se puede y se debe, -así lo ha de intentar siempre una persona noble- estudiar la situación moral en la que él y la sociedad en la que vive se encuentran. Ello es, como antes se ha dicho, condición imprescindible si se quiere -como se debe- mejorar. No es cierto que cualquier situación sea indiferente con respecto a otras: las hay mejores y peores, lo cual es bien demostrable en la práctica. Tampoco es cierto que exista una necesidad histórica que haga imposible cambiar las cosas mediante el esfuerzo de cada uno. Esa es la tesis de la pereza, pero lo cierto es que con los buenos ejemplos individuales se han cambiado siempre muchas cosas en sociedad.

De otra parte, y también quedó ya apuntado, no es fácil comparar unas épocas con otras y además, como no tenemos la clave de la historia, no podemos comprender nunca suficientemente el sentido último de una situación dada. Así pues, no hay motivo para el pesimismo. Habría que añadir, tanto desde la perspectiva del teísmo filosófico como, sobre todo, de la religión cristiana que no aceptar una situación dada, quejarse de ella en lo profundo, supone un cierto reproche a Dios. El habría hecho, como dicen algunos, el mundo bastante mal.

2. Se pueden resumir, en un primer acercamiento, mediante la enumeración de las tres tentaciones básicas que se presentan a todo ser humano: el poder, el éxito y el placer.

Lo primero que se debe aclarar es que poder, éxito y placer no sólo no representan algo moralmente malo en sí, sino que, por el contrario, son necesarios para el bien del hombre.

Nadie podría vivir bien sin gozar, en mayor o menor medida, de ellos. Poder, éxito y placer se refieren a los tres momentos de la acción humana. El poder es un principio desde el cual, y sólo desde el cual, podemos hacer algo. El éxito es mediación, comunicación, y resulta imprescindible para llegar, para alcanzar lo que buscamos. El placer es término, es el gozo en lo conseguido.

Dada la naturaleza débil y no suficientemente equilibrada del ser humano, suceden dos cosas. Por un lado, resulta difícil integrar bien la propia capacidad de acción -ser plenamente dueño de ella-, razón por la cual prácticamente

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