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Ana Enriqueta Terán Presencia


Enviado por   •  25 de Febrero de 2015  •  1.189 Palabras (5 Páginas)  •  292 Visitas

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Ana Enriqueta Terán Presencia de lo inasible

Nacida en Trujillo en 1918, Ana Enriqueta Terán está considerada como una de las voces vivas más importantes de la poesía venezolana. Con una extensa trayectoria en el mundo de las letras, esta creadora incursionó en los más diversos géneros poéticos como sonetos, tercetos, décimas, madrigales, liras, odas, endechas, y verso libre, obteniendo en 1989 el Premio Nacional de Literatura. Entre sus obras se cuentan: Al norte de la sangre, Presencia Terrena, De bosque a bosque, Sonetos de todos mis tiempos, Música con pie de salmos, Libro de los oficios, Casa de hablas, Libro de Jajó, Casa de Pasos, y Albatros, entre otros.

Alberto Hernádez

En De oficios y de nombres, Ana Enriqueta Terán resalta el juego de la palabra-objeto, vacío metafísico que la enfrentaba a la realidad: ese vacío le producía gozo y terror al mismo tiempo: “Pero me salvaba, y aún me salva de lo real. La silla existe, y después del desvarío vuelve a estar en su sitio”.

La poética de esta mujer, viajera por el país en el que ha vivido y al que dejó para ejercer la diplomacia, es una travesía que le ha aportado a su trabajo características variadas. La palabra calca el lugar y se hace el sonido de ese lugar. Cuando afirma su afecto por

Góngora y Garcilaso de la Vega está “un deseo de atrapar su música”. En tal sentido, esos paisajes la han llevado a sentirse libre, dueña de sus tonalidades verbales.

Una lectura de la vida de AET nos lleva a decir que la casa no sólo es el lugar donde se crece y se muere: es el vientre de la madre, la primera voz, porque la casa como fortaleza era también “feminidad, amor y devoción por el arte”. Esta revelación define la existencia poética de Terán, aunado al carácter apolíneo de su tránsito por la escritura: la belleza –no la de Rimbaud- no es un naufragio, es “ardor purísimo”.

Los primeros intentos, nervio de Al norte de la sangre (1946), de la poesía de Ana Enriqueta Terán dicen del uso críptico del lenguaje: se afinca en el nombre por ser “esencia, punto central de un infinito imponderable, el verbo es Dios y los adverbios matizan la fatiga de ambos”. Enarbola su apego por los poetas españoles: “Garcilaso me acompaña en las derrotas amorosas; Santa Teresa me enseña cómo desear a Dios, Góngora se vuelve licor de libertad en mis liras, tercetos y sonetos. El verso es una rayadura perfecta en lámina de oro”. La palabra es el cuerpo, la belleza que también tocó el espíritu de esta trujillana que continúa abundando en la poesía venezolana. Esta primera aventura de AET se condensa en esta aseveración de José Napoleón Oropeza, al referirse al poema “A un caballo blanco”, del libro Presencia terrena (1949): “Se afirman, se condensan y se prefiguran en ese soneto los temas, variantes y obsesiones de su poesía: la síntesis cosmogónica de la imagen que convierte a los elementos de la naturaleza en reflejos y espejos de un solo ser; el paisaje como cuerpo del poema, arboladura del vivir”.

-La geografía del poema-

La poesía de Ana Enriqueta Terán se mueve por el territorio de un país estático.

En efecto, Terán marca la respiración de su trabajo creador a través de una geografía cuya cronología advierte los avances de la autora en el discurso poético: los valles de Momboy alojaron su infancia, donde los sonidos construyeron el imaginario para lo que vendría después. La adolescencia la halló en Puerto Cabello. Descubre ventanas y “mi poesía se nutre en caldos oscuros en antesalas de esplendor. No estoy en posesión del idioma, pero amo, afino el instrumento que habrá de servirme para triunfo

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