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El Ahogado Mas Hermoso Del Mundo, Gabriel García Marquez , Cuento Completo.


Enviado por   •  2 de Junio de 2013  •  2.115 Palabras (9 Páginas)  •  825 Visitas

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Gabriel García Márquez

(Aracata, Colombia 1928—)

EL AHOGADO MAS HERMOSO DEL MUNDO

LOS PRIMEROS NIÑOS que vieron el

promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por

el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco

enemigo. Después vieron que no llevaba banderas

ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena.

Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron

los matorrales de sargazos, los filamentos de

medusas y los restos de cardúmenes y naufragios

que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron

que era un ahogado.

Habían jugado con él toda la tarde,

enterrándolo y desenterrándolo en la arena,

cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz

de alarma en el pueblo. Los hombres que lo

cargaron hasta la casa más próxima notaron que

pesaba más que todos los muertos conocidos,

casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal

vez había estado demasiado tiempo a la deriva y

el agua se le había metido dentro de los huesos.

Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había

sido mucho más grande que todos los hombres,

pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron

que tal vez la facultad de seguir creciendo

después de la muerte estaba en la naturaleza de

ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la

forma permitía suponer que era el cadáver de un

ser humano, porque su piel estaba revestida de

una coraza de rémora y de lodo.

No tuvieron que limpiarle la cara para saber

que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas

unas veinte casas de tablas, con patios de piedras

sin flores, desperdigadas en el extremo de un

cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las

madres andaban siempre con el temor de que el

viento se llevara a los niños, y a los muertos que

les iban causando los años tenían que tirarlos en

los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo,

y todos los hombres cabían en siete botes. Así

que cuando se encontraron el ahogado les bastó

con mirarse los unos a los otros para darse cuenta

de que estaban completos.

Aquella noche no salieron a trabajar en el

mar. Mientras los hombres averiguaban si no

faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres

se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el

lodo con tapones de esparto, le desenredaron del

cabello los abrojos submarinos y le rasparon la

rémora con fierros de desescamar pescados. A

medida que lo hacían, notaron que su vegetación

era de océanos remotos y de aguas profundas, y

que sus ropas estaban en piitrafas, como si

hubiera navegado por entre laberintos de corales.

Notaron también que sobrellevaba la muerte con

altivez, pues no tenía el semblante solitario de los

otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura

sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales.

Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo

tuvieron conciencia de la clase de hombre que

era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo

era el más alto, el más fuerte, el más viril y el

mejor armado que habían visto jamás, sino que

todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en

la imaginación.

No encontraron en el pueblo una cama

bastante grande para tenderio ni una mesa

bastante sólida para velarlo. No le vinieron los

pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni

las camisas dominicales de los más corpulentos,

ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por

su desproporción y su hermosura, las mujeres

decidieron entonces hacerle unos pantalones con

un pedazo de vela cangreja, y una camisa de

bramante de novia, para que pudiera continuar

su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas

en círculo, contemplando el cadáver entre

puntada y puntada, les parecía que el viento no

había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había

estado nunca tan ansioso como aquella noche, y

suponían que esos cambios tenían algo que ver

con el muerto. Pensaban que si aquel hombre

magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa

habría tenido las puertas más anchas, el techo

más alto y el piso más firme, y el bastidor de su

cama habría sido de cuadernas maestras con

pernos de hierro, y su mujer habría sido la más

feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad

que hubiera sacado los peces del mar con sólo

llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto

empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar

manantiales de entre las piedras más áridas y

hubiera podido sembrar flores en los acantilados.

Lo compararon en secreto con sus propios

hombres, pensando que no serían capaces de

hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de

hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos

en el fondo de sus corazones como los seres más

escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban

extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando

la más vieja de las mujeres, que por ser la más

vieja había contemplado al ahogado con menos

pasión que compasión, suspiró:

—Tiene cara de llamarse Esteban.

Era verdad. A la mayoría le bastó con

mirarlo otra vez para comprender que no podía

tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran

las más jovenes, se mantuvieron con la ilusión de

que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con

unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro.

Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso,

los pantalones mal cortados y peor cosidos le

quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su

corazón hacían saltar los botones de la camisa.

Después de la media noche se adelgazaron los

silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del

miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas:

era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido,

las que lo habían peinado, las que le habían

cortado las uñas y raspado la barba no pudieron

reprimir un estremecimiento de compasión

cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado

por los suelos. Fue entonces cuando

comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz

...

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