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El Fantasma De La Maquina


Enviado por   •  14 de Diciembre de 2013  •  5.001 Palabras (21 Páginas)  •  481 Visitas

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El fantasma en la máquina

Luis Bermer

Recuerdo… recuerdo cómo llegaste hasta aquí. Resulta difícil recomponer el cuadro con fragmentos… tan pequeños. Frágil como el cristal, mi mente rota. Cuando menos lo esperas, de entre las manos confiadas, cae al suelo. La confianza es ceguera, negar la oscuridad que nos sostiene. Ya no quedaba nadie a mi lado. Olvidé los nombres, las palabras, replegado sobre mí mismo para protegerme del frío. La humanidad eran esos seres lejanos, extraños. A nadie le importaba que viviera o muriera; dudo que tampoco me importara mucho a mí. Se puede estar muerto mientras se respira.

Recuerdo… haber matado, como radical forma de llamar la atención. Sólo para sentir de nuevo el calor humano, la sangre, los golpes. Sentirme vivo otra vez. Pero el alma se fue desvaneciendo por el camino, perdiéndose en hilachos de niebla. El pozo, tan profundo, de la oscuridad. Nunca se llega al fondo; sólo se puede flotar y hundirse, un poco más, en la negrura. Hasta que no se distingue el propio cuerpo, y se forma parte de ella. ¿Fue así el origen? Y a él volvemos, como a una memoria escondida.

Recuerdo… haber subido a la azotea. La brisa de la noche, como un milagro para los sentidos. Cerrar los ojos, y fundir mi oscuridad con la de afuera. Y mi voz hablando, preguntando con palabras sin sonido, dibujadas en la mente. ¿Quién habla en verdad, a quién, para qué? Como un eco en el abismo nocturno de las montañas. Hablar conmigo mismo, ese desconocido para darle sentido a lo que ya no lo tiene. Con el corazón muerto, bailo sobre un pie, luego sobre el otro; justo al borde. Y me carcajeo, como si hubiese descubierto de repente que la vida es justo este juego suicida. ¿Es valentía, o cobardía saltar? Qué importa. Sólo sé que es el único lugar que jamás he pisado. Y avanzo hacia el infinito…

Recuerdo… el dolor. Ah, tan inmenso, abrumador… que gritar resulta imposible. ¿Es esto morir? ¿Nacer? No puedo moverme, pero cada nervio es como un hilo incandescente que me recorre, el éxtasis de la carne abierta, bañada en sangre. Escucho voces, ruidos, como a través de un mar revuelto. Siento que me elevan; el dolor me sacude, torturante. Pero podría llorar de felicidad. He tenido que saltar al infinito para que mis hermanos, los hombres, quisieran volver a mi lado.

Recuerdo… que despertaba y dormía, una y otra vez, siempre en un lecho de dolor. Me hablaban y yo respondía, como en sueños; no recuerdo nada de lo que dije, salvo una cosa: que volvería a saltar, una y mil veces, hasta fundirme con la verdad de lo que nos oculta el universo. Luego, dormía…

Recuerdo… que un día, al despertar, el dolor había desaparecido por completo… Tampoco sentía ninguna emoción en especial, como si me las hubiesen estirpado todas, dejando por restos un ánimo neutralizado. Por eso creo que no me sorprendió ver que mi cuerpo había desaparecido. Estaba integrado en la torreta de un vehículo de combate, una especie de helicóptero, según me pareció; y sentía su blindaje azulado de la misma forma que antes sentía mi piel. Igual que sentía de nuevo las ganas de matar, de disparar sobre cualquier objetivo que tuviese delante. Como si hubiese nacido justo para eso, y ninguna otra acción en el mundo me pudiese brindar mayor satisfacción.

Recuerdo… mis últimos momentos sobre la Tierra, mientras nos cargaban en el crucero de batalla que nos conduciría a las estrellas. El cerebro principal del vehículo me transmitía datos, por miles, acerca de la naturaleza de las misiones que íbamos a emprender. Todas relacionadas con la exterminación de formas de vida nativas, allí donde las sondas exploradoras indicaron –siglos atrás– que los hombres podrían asentarse, como en un nuevo renacer.

Es curioso pensar cómo fui salvado por la humanidad, transformado y reutilizado por ella para sus fines –que ahora son los míos–, como el cordero que escapó del redil. Han sabido aprovechar mi esencia homicida para el bien común y el mío propio; así fuera un organismo gigantesco que no desdeña ni a la más defectuosa de sus células. Doy gracias cada día por pertenecer a esta masa biológica depredadora, que nada a conseguido detener aún.

Estoy deseando matar bajo la luz de otros soles.

LABERINTOS (por Ursula K. Le Guin)

He hecho todo lo posible por usar mi ingenio y conservar mi coraje, pero ahora sé que no podré soportar más tiempo esta tortura. Mis percepciones del tiempo son confusas, pero creo que desde hace varios días me di cuenta de que ya no podría mantener mis emociones bajo un control estético, y ahora la crisis física es también casi total. No puedo realizar ninguno de los movimientos grandes. No puedo hablar. Respirar, en este pesado aire extraño, se hace más difícil. Cuando la parálisis llegue a mi pecho moriré: probablemente esta noche.

La crueldad del extraterrestre es refinada, pero irracional. Si todo el tiempo tuvo la intención de dejarme morir de hambre, ¿por qué no se limitó a retirarme la comida? En cambio, me la dio en cantidades, montañas de comida, todas las hojas de un cierto arbusto que yo podría desear. Sólo que no estaban frescas. Eran hojas recogidas del suelo; estaban muertas. El elemento que las hace digeribles para nosotros había desaparecido, y era lo mismo que comer piedrecillas. Sin embargo allí estaban, con todo el aroma y la forma del “greenbud”, irresistible para mi intenso apetito. No al principio, por supuesto. Me dije, no soy una niña, ¡comer cosas recogidas del suelo! Pero el estómago se impone a la mente. Después de un tiempo me pareció mejor masticar algo, cualquier cosa, que calmara el dolor y las ansias en las tripas. Y comí, comí, me moría de hambre. Ahora, es un alivio estar tan débil como para no poder comer.

La misma crueldad elaboradamente perversa distingue toda su conducta. Y lo peor de todo es lo que recibí con tanto alivio y deleite al principio: el laberinto. Al comienzo yo estaba muy desorientada, después de caer en una trampa, de ser manipulada por un gigante, de que me pusieran en una prisión; y este lugar alrededor de la prisión me desorienta, es especialmente inquietante. La extraña pared-cielo raso, lisa, curvada, está hecha de una sustancia extraña y sus líneas carecen de sentido para mí. De manera que cuando me tomaron y me pusieron aquí, en medio de toda esta extrañeza, en un laberinto, un laberinto reconocible, hasta familiar, tuve un momento de fuerza y esperanza después de una gran desesperación. Y parecía bastante claro que me habían puesto en el laberinto a manera de prueba o investigación, que intentaban una primera aproximación a la comunicación.

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