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Ensayos Literarios


Enviado por   •  21 de Marzo de 2015  •  44.897 Palabras (180 Páginas)  •  298 Visitas

Página 1 de 180

Ensayos literarios

Robert Louis

Stevenson

Obra reproducida sin responsabilidad editorial

Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tanto

que los derechos de autor, según la legislación

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Luarna lo presenta aquí como un obsequio a

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3) A todos los efectos no debe considerarse

como un libro editado por Luarna.

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1

ENSAYOS SOBRE LA ESCRITURA

CARTA A UN JOVEN QUE SE PROPONE

ABRAZAR LA CARRERA DEL ARTE

Con la seductora franqueza de la juventud

me plantea una cuestión de indudable

importancia para usted y (cabe pensar también)

de cierta trascendencia para la humanidad: ¿ha

de ser o no artista? Es ésta una pregunta a la

que debe responder usted mismo; lo más que

puedo hacer por usted es atraer su atención

sobre algunos factores que debe tener en

cuenta; y empezaré, como es probable que

termine, asegurándole que todo depende de la

vocación.

Saber lo que a uno le gusta marca el

comienzo de la sabiduría y de la madurez. La

juventud es una edad totalmente experimental.

La esencia y el encanto de esa época ajetreada y

deliciosa residen tanto en la ignorancia de uno

mismo como en la ignorancia de la vida. Una y

otra vez aúna el hombre joven estas dos

incógnitas, ya en un ligerísimo roce, ya en un

abrazo amargo; con un placer exquisito o con

un dolor punzante; pero en ningún caso con

indiferencia, a la cual es totalmente ajeno, o con

ese sentimiento cercano a la indiferencia, la

aceptación. Si se trata de un joven sensible, que

se excita con facilidad, el interés por esta serie

de experimentos excederá con mucho el placer

que de ellos derive. Aunque así lo crea, no ama

la belleza ni busca el placer; su objetivo será

cumplir su vida y degustar la diversidad del

destino humano, y en ello hallará suficiente

recompensa. Porque hasta que la cuchilla de la

curiosidad se embota, todo lo que no es vida y

búsqueda desaforada de experiencias ofrece

para él un rostro de repulsiva aridez que

difícilmente podrá evocar más tarde; o, de

haber alguna excepción -y el destino entra aquí

en escena-, es en los momentos en que, hastiado

o ahíto de la actividad primaria de los sentidos,

revive en su memoria la imagen de los placeres

y las penas pasados. De esta suerte, rechaza las

profesiones rutinarias y se inclina

insensiblemente hacia la carrera del arte que

solamente consiste en saburear y dar cuenta de

la experiencia.

Esto, que no es tanto vocación por un arte

cuanto impaciencia para con las restantes

ocupaciones honradas, se presenta

frecuentemente aislado; y siendo así, se va

borrando con el paso de los años. Bajo ningún

concepto se le debe prestar atención, pues no es

una vocación, sino una tentación; y cuando,

hace días, su padre desaprobó de forma tan

cruda (y a mi juicio) tan certera su ambición, no

es improbable que recordase un episodio

similar de su pasado. Porque acaso la tentación

sea tan frecuente como la vocación es rara.

Además, hay vocaciones imperfectas; hay

hombres vinculados no tanto a un arte en

particular cuanto al ars artium general, base

común de todo arte creativo; ora se entregan a

la pintura, ora estudian contrapunto o

pergeñan un soneto: todo con idéntico interés,

no pocas veces con conocimientos genuinos. Y

de esta disposición, cuando despunta, me

resulta difícil hablar; pero le aconsejaría

dedicarse a las letras, pues, al servicio de la

literatura (red de tan amplia cabida), toda su

erudición pudiera serle útil algún día y, si

continuara trabajando y se convirtiera al cabo

en un crítico, sabría utilizar las herramientas

necesarias. Por último, llegamos a esas

vocaciones que son, a la vez, claras y decisivas;

a los hombres que llevan en las venas el amor a

los pigmentos, la pasión por el dibujo, el talento

para la música o el impulso de crear mediante

las palabras, de la misma forma que otros, o

acaso los mismos, nacen amantes de la caza, el

mar, los caballos o el torno. Están

predestinados; si un hombre ama su oficio con

independencia del éxito u la fama, los dioses

han llamado a su puerta. Tal vez posea una

vocación más amplia: sienta debilidad por

todas las artes, y pienso que a menudo éste es

el caso; pero es en esa disciplinada entrega a

una sola, en el entusiasmo inquebrantable por

los logros técnicos y (quizá por encima de todo)

en la candorosa actitud con que acomete su

insignificante empresa con una gravedad

propia de los cuidados del imperio y estima

valioso conseguir, a cualquier coste de trabajo y

tiempo, la mejora más insignificante, donde

hallamos huellas de su vocación. La ejecución

dc un libro, de una escultura, de una sonata

deben emprenderse con la insensata buena fe y

el espíritu incansable de un niño que juega.

¿Merece la pena? Siempre que al artista se le

ocurre hacerse esta pregunta, ampara una

respuesta negativa. No se le ocurre al niño que

juega a los piratas en un sillón del comedor, ni

tampoco al cazador que rastrea su presa; la

ingenuidad de aquél y el ardor de éste debieran

fundirse en el corazón del artista.

Si descubre en usted inclinaciones tan

acusadas, no haya lugar para vacilaciones:

ríndase a ellas. Y observe (pues no es mi

intención desalentarle excesivamente) que, al

principio, nuestra natural disposición no se

consuma con brillantez o, diré más bien, con

tanta regularidad. El hábito y la práctica afilan

los talentos; la perseverancia resulta menos

desagradable, y con el paso del tiempo es

incluso

...

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