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La masacre de nunca jamás


Enviado por   •  23 de Abril de 2021  •  Trabajos  •  110.361 Palabras (442 Páginas)  •  254 Visitas

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La masacre de

Nunca Jamás

AxaVelazquez

Capítulo 1

Mi nombre es Iván Garfio, soy el único sobreviviente de la masacre de Nunca Jamás.40

Al haber transcurrido 20 años, más tiempo del que se le permite vivir a muchos desafortunados, se preguntarán por qué, ahora, he decidido hablar de los hechos ocultos, los que nadie pudo compartir, de aquel suceso que escandalizó la humanidad.14

He de confesar que mis motivos pueden parecer decepcionantes para mis espectadores. No he decidido suicidarme, como ya anticipo van a suponer, ni recibí una visita sorpresa de alguna sombra de aquel difuso pasado.4

En realidad, se trata de una reminiscencia de menos de doscientas páginas que cayó en mis desoladas manos y que me hizo volver a vivirlo todo. No como si hubiese ocurrido ayer, es más parecida a la sensación de que la historia justo ahora está sucediendo en otra línea temporal, en algún plano paralelo en el que mi yo de doce años todavía existe, listo para unirse al bucle del universo, ciego, a nada de ser devorado por la tragedia.18

Y puede parecer anormal que decida comenzar la historia narrando sucesos de aquella edad tan temprana, pero la verdad única y definitiva es que no habría nada que contar si yo jamás hubiese pisado los terrenos de mi primer amor: Larem.1

«La luz de Larem se fue un día jueves, y nunca más volvió».37

Con esa frase comenzó todo.

Mi abuela me la contó cuando supo que iba a partir. No me llamaba Iván; como es costumbre de las abuelas cambiarnos el nombre, ignoraba por completo la "I" además de añadir un suave diminutivo que, pronunciado por sus delgados labios, era como un beso en las mejillas.14

—Vanchito, te vas al pueblo más mágico del mundo.20

»Larem, el lugar donde la lluvia es perpetua y el bosque... un universo en sí mismo. Cuantan que nunca ha dejado de llover. Ni un solo día.14

—Es mentira —refunfuñé con escepticismo y me crucé de brazos.

No había nada que me atemorizara más que sentir la ilusión reptar por mi alma, exteriorizar el sentimiento, y verla morir en manos de la realidad.5

Desde que mis padres mataron al "niño Jesús" cuando no pudieron permitirse más obsequios para mis navidades, o al ratón Perez cuando empecé a sacarme los dientes por mi cuenta —como parte de los planes que ideaba para descubrirlo en medio de la noche—, nunca más volví a creer voluntariamente. Sin embargo, viví el resto de mi vida luchando con el esperanzador impulso de volver a hacerlo, sobre todo con las historias de mi abuela, cuya entonación ya era un embrujo por sí sola.19

—Vanchito, que no. Que te digo que en Larem siempre ha llovido. Lo descubrirás por tu cuenta. —Me apretó las mejillas que entonces tenía tan gordas como nalgas de bebé—. Y allá no es como aquí. Tienes que saber que no hay teléfonos, que los televisores son tan gruesos como una caja y que las caricaturas se ven en colores opacos. Como ver la vida a través de un pergamino.10

Me sonaba como la idea más hermosa y mágica de todo el universo. Por eso no le creí, y para demostrarle que no me importaba su juego decidí reírme del mismo.2

—Eso suena estúpido. ¿Para qué quiero yo eso si aquí los colores se ven súper brillantes?2

—¿Y por qué querrías ver colores chillones en una pantalla si la vida real ya es brillante en sí misma?27

Siempre me dejaba sin argumentos. Hoy la extraño como a la vida de mi espíritu, quisiera una oportunidad, aunque breve, para decirle que tenía razón. En todo. Que siempre la tuvo.11

—No sé, abuela. Pero suena aburrido. Y no es que me interese, pero... —Me puse a carraspear en un intento de quitarle importancia a mi siguiente pregunta—. ¿Qué otras cosas aburridas hay?10

—De todo. No hay electricidad. «La luz de Larem se fue un día jueves y nunca más volvió», es la leyenda más popular del pueblo. Y es cierta. Lo bueno de los pueblos sin el oprobio de la tecnología es que el tiempo pasa y los habitantes nunca olvidan. Las leyendas no tienen el mismo significado mitológico, son los recuerdos de tu abuela, o de su abuela, o de la bisabuela de tu vecino. Apuesto a que tú ni te sabes el nombre de la señora de al lado.11

—La señora de al lado huele a gato —objeté con cara de repugnancia.11

—Bueno, pero tiene un nombre, y lo sabrías si no estuvieras todo el tiempo en Instagram o la xbox.14

—Abuela, ¿y cómo son las Xbox en Larem si no hay electricidad?5

—Fácil: no hay. Usan unas cajitas de pantallas grises y botones incluidos que funcionan a batería. Se llaman Ataris.13

—Oh.

—Y lo mejor de todo es que a muchos no les importa. Prefieren jugar fuera, o con algún juguete físico. De Larem salen los mejores constructores ya que los niños desde pequeños están haciendo inventos alucinantes.

—¿Juegan mucho a los Legos?

—Mejor. Desarman sus juguetes hasta que son capaces de hacer los suyos propios. Cuando son adolescentes incluso crean máquinas para escribir y cosas más alucinantes.27

—¡Abuela, ya basta! Me duele la cabeza. ¿Por qué le llamas máquina de escribir a un teclado?

Mi abuela se rió muy fuerte esa vez. Se veía joven y eterna cada vez que lo hacía, y yo le regalé una de las carcajadas más largas que la vi echarse en los pocos años que compartimos.

—Tienes mucho que descubrir, y lo mejor es que lo harás por tu cuenta. Eso sí, cuando ya te hayas enamorado de Larem, escríbeme una carta y dímelo. Me harás la anciana más feliz del mundo. Yo daría todos mis años por pasar mis últimos días en aquel lugar.

—No te escribiré cartas cuando existen los WhatsApp... Espera... —Me di un golpe en la cabeza con la palma de mi mano—. ¿No existen los WhatsApp en Larem, verdad?10

Mi abuela negó con la cabeza mientras una sonrisa acariciaba su rostro y contagiaba el mío.

Fui un desconsiderado toda la vida, un niño encerrado en mis sueños y preocupaciones. Ya les he adelantado que, en efecto, me enamoré perdidamente de aquel lugar, pero nunca fui capaz de admitirlo en voz alta. Tal vez, ni siquiera era consciente de ello hasta que tuve que abandonarlo, así que jamás escribí esa carta a la abuela.1

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