La narración del cuento Los trabajos de la ballena
Enviado por flor003 • 12 de Mayo de 2016 • Síntesis • 1.056 Palabras (5 Páginas) • 3.923 Visitas
La narración del cuento Los trabajos de la ballena, se narra en primera y en tercera persona, más que todo en tercera persona porque el pequeño nos narra la historia de cómo su abuelo pesco la ballena. Sería un narrador omnisciente porque sabe los hechos a pesar de no presenciarlos.
Se cambió el desarrollo del cuento a primera persona desde la perspectiva del abuelo.
Desarrollo:
Una mañana, como siempre, me santigüe en las aguas y me fui al horizonte. Y allí estaba mirando las aguas sin parpadear, cuando de pronto vi bajo mi barca una sombra enorme que bogaba sumergida a menos de una braza. El miedo se me metió en los huesos haciéndome sonar el esqueleto. Rogando ayuda a Santa Bárbara tire el arpón con toda la fuerza que pude sobre la mancha aquella, y cerrando los ojos me tire boca abajo en el cayuco, esperando ser embarcado por la muerte y no parar de bogar hasta el mismo purgatorio.
Sin embargo no pasó nada. Y como nada sucedió abrí mi santo ojo y vi que el sol y el mar eran los mismos, y entonces ya envalentonado abrí el otro ojo y me senté en la barca.
Bien agarrado con la mano izquierda en babor y la derecha en estribor me asome y vi que la gran mancha estaba allí con el dardo sembrado, y apenas si una lágrima de sangre andaba como que aprendiendo a nadar entre las aguas. Con mucho esmero empecé a recobrar el cordel, y a cada jalón la mancha iba subiendo. Cuando salió a la superficie se me quebró el espejo de los ojos y llorando toque el gran lomo jabonoso con el arpón enterrado.
-Carajo, pesque ballena- exclame asombrado.
Y pasando la mano una y otra vez sobre la herida, entendí que el animal había muerto desde antes, en pago de dios sabe que mala aventura.
Fue un en la tarde cuando pesque la ballena. Bogué toda la noche del martes, el miércoles completito seguí bogando, y tempraneando el jueves me divisaron a lo lejos y fueron a ayudarme.
Habían estado temiendo que el mar me hubiera trabado. Así que cuando me vieron nadaron con fuerza.
-¿Qué trae usted, abuelo? Me preguntaron.
-Ballena- conteste.
Dirigí toda la maniobra. Ordenando a mi hermano que se trajera todos los arpones que había en las tres casas del puerto y yo en persona fui clavándoselos a la ballena e indicando donde debían de jalar las cuerdas para arrimarla a la orilla.
Todo el pueblo estuvo tirando las cuerdas hasta el atardecer de aquel jueves bendito. Cuando salió la luna el pescadazo estaba ya varado en las arenas como si fuera un barco encallado. Yo no sé de dónde salieron tantas luciérnagas esa noche, pero todas se fueron a volar encima de la ballena llenándola de luces, haciéndola cada vez más barco.
Nadie durmió esa noche y todos querían subir a su lomo. Y cuando mi hijo se trepó, lo único que dijo fue: “Pues de verdad que sí, es ballena”
Al amanecer empezamos a destazarla. Todas las manos del pueblo ayudaron a cortar los filetes, a cubrirlos con sal, extenderlos al sol, y a hervir los peroles para sacar el aceite. Trabajamos todo el viernes y el sábado, hasta completar 53 barrilitos cerveceros de manteca. Al promediar el domingo, las moscas habían cubierto totalmente lo que quedaba de la ballena, de tal manera que uno trabajaba en medio de un rumor constante. Bandadas de pelícanos y alcatraces planeaban encima de nuestras cabezas y las gaviotas gritaban sin despegar la mirada de la ballena. Los árboles y la piedras del pueblo estaban viciosos de zopilotes que extendían las alas al sol con impaciencia. Los perros, a punto de volverse locos de tanto comer y tanto correr, ladraban para ahuyentar los pájaros.
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