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Misa Macabra En El Panteón Saucito


Enviado por   •  6 de Diciembre de 2012  •  1.990 Palabras (8 Páginas)  •  488 Visitas

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Misa macabra en el panteón de Saucito (Sucedió en San Luis Potosí)

De las ciudades de más sabor colonial, en América destaca San Luis Potosí; y al igual que la antigua capital de la Nueva España, es pródiga en leyendas y sucedidos. Macabra es esta leyenda potosina, que nos habla de misa oficiada y presenciada por espectros, teniendo como escenario el conocido cementerio de El Saucito.

Aún hay gentes en San Luis que recuerdan la cadena de hechos sobrenaturales que rodean este sucedido, y esto nos da pauta para iniciar el relato. La escena macabra mencionada, al parecer la vio por penúltima vez en 1909 consuelo Meléndez viuda de Hinojosa; se sabe que alguien más la presenció, pero no vivió para contarlo. Con los ojos desorbitados por el miedo y sintiéndose desfallecer, la señora Meléndez logra llegar al centro de la ciudad y llamar desaforadamente ante la puerta de la casa del señor cura Antonio Cabañas; lo inoportuno de la hora y el estado de cosas de la época, hace que el cura tome tiempo y precauciones antes de abrir, al ingresar a la vivienda la mujer, le contó al religioso las macabras apariciones que había presenciado hace unos momentos. Curiosa la señora le pregunta de dónde surgieron los espectros, el cura le contesta que estos sucedidos se remontan a la época de la Colonia, y decide contarle el origen de aquellas misas. Sentémonos y escuchemos ahora el relato del señor cura.

Este sucedido comienza en la entonces capital de Nueva España. Estamos en el segundo tercio del siglo XVI; de España había llegado en un maduro caballero llamado don Rodrigo de Quevedo y Coronado, con una cédula real que ordenaba se le debiese la mejor encomienda. el virreinato trataba de un millar a los descendientes de Cortés y por eso la encomienda que correspondía a Martín Cortés, se le dio a don Rodrigo. al caballero le parecía poco y creyéndose el mismo rey de España, exigía más y más; así era él, inconforme, y cada vez que alguien le preguntaba acerca de la encomienda, lo único que hacía era quejarse de todo el tiempo, acusando a sus esclavos del ladrones, patanes y haraganes.

Las condiciones en que trabajaban los indígenas en la encomienda de don Rodrigo, eran miserables e inhumanas, todo esto por su afán de enriquecerse más rápidamente como lo había prometido al rey de España; y cada vez que el capataz le rendía cuentas del producto de su encomienda, estallaba el cólera, recortando cada vez más los gastos y matando de hambre a los esclavos. Los pobres infelices en esas condiciones caían agotados sobre los surcos; y en esos momentos aparece la siniestra figura de don Rodrigo tiene hecho una fiera, descarga una tanda de latigazos sobre aquellos inocentes; una y otra vez cae el látigo sobre las espaldas desnudas y las flácidas de aquellos infelices, hasta que el capataz decide intervenir para decirle que lo único que está azotando son cadáveres, pues aquellos hombres ya habían muerto de hambre y agotamiento.

Tantos desmanes cometió don Rodrigo, tantas injusticias y muertes, que el virrey decidió intervenir para terminar aquello, para lo que manda llamar a Palacio al ilustre conde de Montalbán, a quien le dio tan delicada misión; ambos estuvieron cambiando impresiones, y entre la plática comentaron que era necesario dotar de tierras a un descendiente de Alvarado. Sin pérdida de tiempo el conde va a casa de un don Rodrigo y habla con él, explicándole que por fin el rey le había concedido el tan anhelado potosí que tanto había deseado; sin pensarlo dos veces aceptó y hechos todos los preparativos se encamina a buscar sus anheladas tierras. Semanas después llega al valle en donde hoy se levanta la hermosa ciudad es San Luis Potosí, viendo don Rodrigo que aquellas llanuras inhóspitas de las que ha sido nombrado dueño y señor, no son las tierras veraces que soñara, pero pidiendo información se dio cuenta que el verdadero tesoro se encontraba tierra abajo: ¡yacimientos de oro y plata!

Tiempo más tarde, como una atalaya que vigilaba adusta que el feudo interminable, le fue construida al caballero una casona de buena fábrica; desde ahí salían diariamente en busca del ansiado potosí grupos de indios mandados por un español. Bajo condiciones terribles recorrían grandes distancias, en busca del mineral que ansiaba don Rodrigo; los indios aquella comarca buscaban también riqueza empleando el método de sus ancestros, que consistía en tirarse de barriga hacia dónde sale el sol, buscando entonces un vapor que debía escapar de la tierra. Cuando descubrían ese vapor casi imperceptible corrían hacia allá sin perderlo de vista, y excavaban con manos rápidas y deseosas, como si temieran que la riqueza mágica se les fuese escapar. En efecto, varias piedras de colores con que los antiguos indios fabricaban collares y adornos, brillaban al sol en las manos de los indígenas; presa de emoción, pensando en servir a su amo y ser recompensado, el español las llevó ante él aquellas piedras brillantes, pero se le cayeron las salas del corazón cuando el señor le dijo que sólo eran guijarros que no servían para nada. Conforme pasaban los días, don Rodrigo enloquecía pensando en oro, pues sus nuevos dominios casi no producían, ya que la gente la dedicaba buscar afanosamente el mineral amarillo; con el crecimiento de la ambición del caballero, igualmente la población iba en aumento, ya ella llegaron un día dos hermanos expertos gambusinos. Eran los hermanos Juan y Pablo de la Rosa, recién llegados de España en busca de fortuna, y ambos naturalmente encontraron acomodo con el hombre a quien la ambición de oro consumía; buscaron y rebuscaron un indicio del valioso metal, pero no había indicios de éste por ningún lado. Después los dos hermanos se enteraron de que los indios,

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