El Maestro Ignorante
Enviado por mich041793 • 29 de Septiembre de 2012 • 49.130 Palabras (197 Páginas) • 3.060 Visitas
Jacques Rancière
El maestro ignorante
Cinco lecciones sobre
la emancipación intelectual
Traducción de Núria Estrach
EDITORIAL LAERTES
Título original: Le maitre ignorant. Cinq leçons sur l'émancipation intellectuelle
Primera edición: abril, 2003
Diseño cubierta e interior: Duatis Disseny
© Libraire Arthème Fayard, 1987
© de esta edición: Laertes, S.A. de Ediciones, 2002
c/ Virtut 8, baixos - 08012 Barcelona
www.laertes.es
ISBN: 84-7584-504-5
Depósito legal: B-14.493-2003
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c/ Verdaguer 1 - 08786 Capellades (Barcelona)
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Impreso en la UE
Índice
Capítulo Primero Una aventura intelectual 6
El orden explicador 7
El azar y la voluntad 9
El Maestro emancipador 11
El círculo de la potencia 12
Capítulo Segundo La lección del ignorante 15
La isla del libro 15
Calipso y el cerrajero 18
El maestro y Sócrates 20
El poder del ignorante 21
Lo propio de cada uno 22
El ciego y su perro 25
Todo está en todo 26
Capítulo Tercero La razón de los iguales 28
De los cerebros y de las hojas 28
Un animal atento 30
Una voluntad servida por una inteligencia 33
El principio de veracidad 34
La razón y el lenguaje 36
Y yo también, ¡soy pintor! 38
La lección de los poetas 39
La comunidad de los iguales 41
Capítulo Cuarto La sociedad del menosprecio 43
Las leyes de la gravedad 44
La pasión de la desigualdad 46
La locura retórica 47
Los inferiores superiores 49
El rey filósofo y el pueblo soberano 51
Cómo desrazonar razonablemente 52
La palabra sobre Aventino 54
Capítulo Quinto El emancipador y su mono 56
El método emancipador y el método social 56
La emancipación de los hombres y la instrucción del pueblo 58
Los hombres del progreso 60
De las ovejas y de los hombres 62
El círculo de los progresivos 64
Sobre la cabeza del pueblo 67
El triunfo del Viejo 70
La sociedad pedagogizada 71
Los cuentos de la panecástica 74
La tumba de la emancipación 76
Capítulo Primero
Una aventura intelectual
En el año 1818, Joseph Jacotot, lector de literatura francesa en la Universidad de Lovaina, tuvo una aventura intelectual.
Una carrera larga y accidentada le tendría que haber puesto, a pesar de todo, lejos de las sorpresas: celebró sus diecinueve años en 1789. Por entonces, enseñaba retórica en Dijon y se preparaba para el oficio de abogado. En 1792 sirvió como artillero en el ejército de la República. Después, la Convención lo nombró sucesivamente instructor militar en la Oficina de las Pólvoras, secretario del ministro de la Guerra y sustituto del director de la Escuela Politécnica. De regreso a Dijon, enseñó análisis, ideología y lenguas antiguas, matemáticas puras y transcendentes y derecho. En marzo de 1815, el aprecio de sus compatriotas lo convirtió, a su pesar, en diputado. El regreso de los Borbones le obligó al exilio y así obtuvo, de la generosidad del rey de los Países Bajos, ese puesto de profesor a medio sueldo. Joseph Jacotot conocía las leyes de la hospitalidad y esperaba pasar días tranquilos en Lovaina.
El azar decidió de otra manera. Las lecciones del modesto lector fueron rápidamente apreciadas por los estudiantes. Entre aquellos que quisieron sacar provecho, un buen número ignoraba el francés. Joseph Jacotot, por su parte, ignoraba totalmente el holandés. No existía pues un punto de referencia lingüístico mediante el cual pudiera instruirles en lo que le pedían. Sin embargo, él quería responder a los deseos de ellos. Por eso hacía falta establecer, entre ellos y él, el lazo mínimo de una cosa común. En ese momento, se publicó en Bruselas una edición bilingüe de Telémaco. La cosa en común estaba encontrada y, de este modo, Telémaco entró en la vida de Joseph Jacotot. Hizo enviar el libro a los estudiantes a través de un intérprete y les pidió que aprendieran el texto francés ayudándose de la traducción. A medida que fueron llegando a la mitad del primer libro, les hizo repetir una y otra vez lo que habían aprendido y les dijo que se contentasen con leer el resto al menos para poderlo contar. Había ahí una solución afortunada, pero también, a pequeña escala, una experiencia filosófica al estilo de las que se apreciaban en el siglo de la Ilustración. Y Joseph Jacotot, en 1818, era todavía un hombre del siglo pasado.
La experiencia sobrepasó sus expectativas. Pidió a los estudiantes así preparados que escribiesen en francés lo que pensaban de todo lo que habían leído. «Se esperaba horrorosos barbarismos, con impotencia absoluta quizá. ¿Cómo todos esos jóvenes privados de explicaciones podrían comprender y resolver de forma efectiva las dificultades de una lengua nueva para ellos? ¡No importa!. Era necesario ver dónde les había conducido este trayecto abierto al azar, cuáles eran los resultados de este empirismo desesperado. Cuál no fue su sorpresa al descubrir que sus alumnos, entregados a sí mismos, habían realizado este difícil paso tan bien como lo habrían hecho muchos franceses. Entonces, ¿no hace falta más que querer para poder? ¿Eran pues todos los hombres virtualmente capaces de comprender lo que otros habían hecho y comprendido?»
Tal fue la revolución que esta experiencia azarosa provocó en su interior. Hasta ese momento, había creído lo que creían todos los profesores concienzudos: que gran tarea del maestro es transmitir sus conocimientos
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