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LORD BYRON - POEMAS


Enviado por   •  24 de Octubre de 2013  •  1.698 Palabras (7 Páginas)  •  509 Visitas

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Lord Byron (Poemas)

George Gordon Byron, sexto Barón de Byron, (Londres, 22 de enero de 1788 – Messolonghi, Grecia, 19 de abril de 1824), fue un poeta inglés considerado uno de los escritores más versátiles e importantes del Romanticismo.

Sol del que triste vela

¡Sol del que triste vela,

astro de cumbre fría,

cuyos trémulos rayos de la noche

para mostrar las sombras sólo brillan.

!Oh, cuánto te asemeja

de la pasada dicha

al pálido recuerdo, que del alma

sólo hace ver la soledad umbría!

Reflejo de una llama

oculta o extinguida,

llena la mente, pero no la enciende;

vive en el alma, pero no lo anima.

Descubre cual tú, sombras

que esmalta o acaricia,

y como a ti, tan sólo la contempla

el dolor mudo en férvida vigilia.

No volveremos a vagar

Así es, no volveremos a vagar

Tan tarde en la noche,

Aunque el corazón siga amando

Y la luna conserve el mismo brillo.

Pues así como la espada gasta su vaina,

Y el alma consume el pecho,

Asimismo el corazón debe detenerse a respirar,

E incluso el amor debe descansar.

Aunque la noche fue hecha para amar,

Y los días vuelven demasiado pronto,

Aún así no volveremos a vagar

A la luz de la luna.

La partida

¡Todo acabó! La vela temblorosa

se despliega a la brisa del mar,

y yo dejo esta playa cariñosa

en donde queda la mujer hermosa,

¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Si pudiera ser hoy lo que antes era,

y mi frente abatida reclinar

en ese seno que por mí latiera,

quizá no abandonara esta ribera

y a la sola mujer que puedo amar.

Yo no he visto hace tiempo aquellos ojos

que fueron mi contento y mi pesar;

loa amo, a pesar de sus enojos,

pero abandono Albión, tierra de abrojos,

y a la sola mujer que puedo amar.

Y rompiendo las olas de los mares,

a tierra extraña, patria iré a buscar;

mas no hallaré consuelo a mis pesares,

y pensaré desde extranjeros lares

en la sola mujer que puedo amar.

Como una viuda tórtola doliente

mi corazón abandonado está,

porque en medio de la turba indiferente

jamás encuentro la mirada ardiente

de la sola mujer que puedo amar.

Jamás el infeliz halla consuelo

ausente del amor y la amistad,

y yo, proscrito en extranjero suelo,

remedio no hallaré para mi duelo

lejos de la mujer que puedo amar.

Mujeres más hermosas he encontrado,

mas no han hecho mi seno palpitar,

que el corazón ya estaba consagrado

a la fe de otro objeto idolatrado,

a la sola mujer que puedo amar.

Adiós, en fin. Oculto en mi retiro,

en el ausente nadie ha de pensar;

ni un solo recuerdo, ni un suspiro

me dará la mujer por quien deliro,

¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

Comparando el pasado y el presente,

el corazón se rompe de pesar,

pero yo sufro con serena frente

y mi pecho palpita eternamente

por la sola mujer que puedo amar.

Su nombre es un secreto de mi vida

que el mundo para siempre ignorará,

y la causa fatal de mi partida

la sabrá sólo la mujer querida,

¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

¡Adiós!..Quisiera verla... mas me acuerdo

que todo para siempre va a acabar;

la patria y el amor, todo lo pierdo...

pero llevo el dulcísimo recuerdo

de la sola mujer que puedo amar.

¡Todo acabó! La vela temblorosa

se despliega a la brisa del mar,

y yo dejo esta playa cariñosa

en donde queda la mujer hermosa,

¡ay!, la sola mujer que puedo amar.

La gacela salvaje

La gacela salvaje en montes de Judea

Puede brincar aún, alborozada,

puede abrevarse en esas aguas vivas

que en la sagrada tierra brotan siempre;

puede alzar el pie leve y con ardientes ojos

mirar, en un transporte de indómita alegría.

Pies ágiles también y ojos más encendidos

aquí tuvo Judea en otros tiempos,

y en el lugar del ya perdido gozo,

más bellos habitantes hubo un día.

Ondulan en el Líbano los cedros, mas se fueron

las hijas de Judea, aun más majestuosas.

Más bendita la palma de esos llanos

que de Israel la dispersada estirpe,

pues echa aquí raíces y se queda,

graciosa y solitaria:

ya su suelo natal no deja nunca

y no podrá vivir en otras tierras.

Mas nosotros vagamos, agostados,

para morir muy lejos:

donde están las cenizas de los padres

nunca descansarán nuestras cenizas;

ya ni un solo sillar le queda a nuestro templo

y en trono de Salem se ha sentado la Burla.

La destrucción de Senaquerib

Bajaron los asirios como al redil el lobo:

brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura;

sus lanzas fulguraban como en el mar luceros,

como en tu onda azul, Galilea escondida.

Tal las ramas del bosque en el estío verde,

la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso:

tal las ramas del bosque cuando sopla el otoño,

yacía marchitada la hueste, al otro día.

Pues voló entre las ráfagas el Ángel de la Muerte

y tocó con su aliento, pasando, al enemigo:

los ojos del durmiente fríos, yertos, quedaron,

palpitó el corazón, quedó inmóvil ya siempre.

Y allí estaba el corcel, la nariz muy abierta,

mas ya no respiraba con su aliento de orgullo:

al jadear, su espuma quedó en el césped, blanca,

fría como las gotas de las olas bravías.

Y allí estaba el jinete, contorsionado y pálido,

con rocío en la frente y herrumbre en la armadura,

y las tiendas calladas y solas las banderas,

levantadas las lanzas y el clarín silencioso.

Y las viudas de Asur con gran voz se lamentan

y el templo de Baal ve quebrarse sus ídolos,

y el poder del Gentil, que no abatió la espada,

al mirarle el Señor se fundió como nieve.

Hubo un tiempo... ¿recuerdas?

Hubo un tiempo... ¿recuerdas? su memoria

Vivirá en nuestro pecho eternamente...

...

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