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Tercera Parte Poema De Mio Cid


Enviado por   •  31 de Enero de 2014  •  13.085 Palabras (53 Páginas)  •  567 Visitas

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CANTAR TERCERO

La afrenta de Corpes

Suéltase el león del Cid

Miedo de los infantes de Carrión

El Cid amansa al león

Vergüenza de los infantes

Estaba el Cid con los suyos en Valencia la mayor

y con él ambos sus yernos, los infantes de Carrión.

Acostado en un escaño dormía el Campeador,

ahora veréis qué sorpresa mala les aconteció.

De su jaula se ha escapado, y andaba suelto el león,

al saberlo por la corte un gran espanto cundió.

Embrazan sus mantos las gentes del Campeador

y rodean el escaño protegiendo a su señor.

Pero Fernando González, el infante de Carrión,

no encuentra dónde meterse, todo cerrado lo halló,

metióse bajo el escaño, tan grande era su terror.

El otro, Diego González, por la puerta se escapó

gritando con grandes: "No volveré a ver Carrión."

Detrás de una gruesa viga metióse con gran pavor

y, de allí túnica y manto todos sucios los sacó.

Estando en esto despierta el que en buen hora nació

y ve cercado el escaño suyo por tanto varón.

"¿Qué es esto, decid, mesnadas? ¿Qué hacéis aquí alrededor?"

"Un gran susto nos ha dado, señor honrado, el león."

Se incorpora Mío Cid y presto se levantó,

y sin quitarse ni el manto se dirige hacia el león:

la fiera cuando le ve mucho se atemorizó,

baja ante el Cid la cabeza, por tierra la cara hincó.

El Campeador entonces por el cuello le cogió,

como quien lleva un caballo en la jaula lo metió.

Maravilláronse todos de aquel caso del león

y el grupo de caballeros a la corte se volvió.

Mío Cid por sus yernos pregunta y no los halló,

aunque los está llamando no responde ni una voz.

Cuando al fin los encontraron, el rostro traen sin color

tanta broma y tanta risa nunca en la corte se vio,

tuvo que imponer silencio Mío Cid Campeador.

Avergonzados estaban los infantes de Carrión,

gran pesadumbre tenían de aquello que les pasó.

113

El rey Búcar de Marruecos ataca a Valencia

Así estaban los infantes dolidos de gran pesar,

cuando fuerzas de Marruecos Valencia quieren cercar.

Allí en el campo de Cuarto van los moros a acampar,

cincuenta mil tiendas grandes allí plantadas están.

Mandábalos el rey Búcar, de quien habréis oído hablar.

114

Los infantes temen la batalla

El Cid los reprende.

Al Cid y a todos los suyos gran contento les entró,

van a tener más ganancias y dan las gracias a Dios.

Pero mucho lo sintieron los infantes de Carrión,

y al ver tanta tienda mora muy poco gusto les dio.

Entonces los dos hermanos se apartaron a un rincón:

"Calculamos las ganancias, pero los peligros no.

Ahora aquí en esta batalla tendremos que entrar los dos,

me parece que ya nunca volveremos a Carrión

y que enviudarán las hijas de Mío Cid Campeador."

Aunque hablaban en secreto, los oye Muño Gustioz

y fue a contarlo en seguida a Rodrigo su señor.

"Ahí tenéis a vuestros yernos. De tan valientes que son

al ir a entrar en batalla echan de menos Carrión.

Idlos vos a consolar, por amor del Creador,

que no entren en la batalla y se estén en paz los dos.

Con vos nos basta a nosotros y ya nos valdrá el Señor."

Mío Cid el de Vivar muy sonriente salió:

"Dios os guarde, yernos míos, los infantes de Carrión,

mis hijas en vuestros brazos están, más blancas que el sol.

Yo suspiro por batallas y vosotros por Carrión.

Quedáos aquí en Valencia, holgad a vuestro sabor,

que de luchar con los moros ya entiendo bastante yo

y a derrotarlos me atrevo con merced del Creador."

115

Mensaje de Búcar

Espolonada de los cristianos

Cobardía del infante Fernando

(Laguna el manuscrito: cincuenta versos que se suplen con el texto de la "Crónica de veinte reyes.")

Generosidad de Pedro Bermúdez

Cuando estaban hablando de esto envió el rey Búcar al Cid que le dejase Valencia y se marchase en paz; que, si no, le pagaría todo lo que había hecho. El Cid dijo a aquél que trajera el mensaje: "Id a decir a Búcar, a aquel hijo de enemigos, que antes de tres días ya le daré yo lo que pide."

Al día siguiente mandó el Cid que se armasen todos los suyos y salió contra los moros. Los infantes de Carrión le pidieron entonces atacar en primer lugar, y cuando el Cid ya tuvo formadas sus filas, don Fernando, uno de los infantes, se adelantó para ir a atacar a un moro llamado Aladraf. El moro, cuando le vio, arrancó también contra él, y el infante, con el gran miedo que le infundió el moro, volvió riendas y huyó, y ni siquiera se atrevió a esperarle.

Pedro Bermúdez, que iba junto a él, cuando vio aquello fue a atacar el moro, luchó con él y le mató. Luego cogió el caballo del moro y se fue tras el infante que iba huyendo, y díjole: "Don Fernando, tomad este caballo y decid a todos que vos matasteis al moro, su dueño, y yo lo atestiguaré."

El infante le dijo: "Don Pedro, mucho os agradezco lo que decís."

"Ojalá llegue algún día en que esto pueda ser pagado."

Allí el infante y don Pedro los dos juntos se tornaron.

Don Pedro dice que es cierto lo que cuenta don Fernando.

Mucho le ha gustado el Cid y también a sus vasallos.

"Todavía creo yo, si quiere el que está en lo alto,

que luchando en campo abierto mis dos yernos serán bravos".

Así hablaba el Cid, y mientras las fuerzas se iban juntando

y en las huestes de los moros los tambores van sonando;

por maravilla lo tienen muchos que aquellos cristianos

que nunca vieran tambores porque son recién llegados.

Más que todos se asombraban don Diego y don Fernando;

si atendieran a su gusto de allí se habrían marchado.

Oíd ahora lo que habló Mío Cid el bienhadado:

"Ven acá, Pedro Bermúdez, tú, mi sobrino tan caro,

cuídame tú de don Diego, cuídame de don Fernando,

que los dos son yernos míos y cosa que mucho amo.

Los moros, si Dios ayuda, no han de quedar en el campo."

116

Pedro Bermúdez se desentiende de los infantes

Minaya y don Jerónimo piden el primer puesto en la batalla

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