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El Desorden Pasional En El Tirano


Enviado por   •  7 de Abril de 2013  •  8.015 Palabras (33 Páginas)  •  407 Visitas

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EL DESORDEN PASIONAL EN EL TIRANO

Dentro de la Historia europea, el espacio cronológico de aproximadamente un siglo que abarca la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII se caracteriza por ser extremadamente convulso. Un periodo tradicionalmente calificado como de hierro, en el que las guerras entre monarquías, las revueltas internas y la crisis económica se concatenan a modo de plaga bíblica para la percepción de los contemporáneos, más sensibles que nunca a interpretar los funestos acontecimientos como señales del fin de los tiempos.

Monarquías como la francesa, se van a ver sacudidas por turbulencias y agitaciones de intensidad nunca vista, en las que el componente religioso va a hacer desembocar la espiral de enfrentamiento banderizo en un pugilato a muerte. El tiranicidio, una idea aparentemente peregrina que parecía una mera abstracción especulativa, va a tener una plasmación concreta con las muertes de Enrique III y Enrique IV. El asesinato del primero, además, vino precedido por una fuerte campaña de deslegitimación tanto por parte la publicística ligueur como de la de los hugonotes, llegando a ser excomulgado y declarado tirano por el Colegio de la Sorbona, que también liberaría a sus súbditos del juramento de obediencia .

La acusación de tiranía va a ser de uso recurrente en los conflictos políticos de la época, cronistas como Cabrera de Córdoba, de hecho, van a subsumir toda praxis política de los antagonistas de la Monarquía Hispánica bajo este concepto modulador, aplicable a los sublevados moriscos de Las Alpujarras, al pretendiente rival de Felipe II al trono portugués o al comportamiento de los venecianos en su guerra con los Uscoques . Un lugar común cuya cooptación por los discursos va a obviar barreras geográficas y temporales, identificándose pulsiones tiránicas en los daimios japoneses o en reyes visigodos .

Junto al recurrente correlato entre infidelidad, herejía o ambigüedad religiosa y tiranía que opera el discurso confesionalista, uno de los componentes con más presencia en los arquetipos de tiranos moldeados es el del desorden pasional, entendido este en un sentido amplio en sus vertientes sexual, amorosa, emocional, psicológica y moral (serán muy frecuentes además de los tiranos propensos a la ira los melancólicos). Una cuestión, así pues, cuyo análisis atesora la virtualidad de detectar toda una cadena de ideas que permean toda la configuración cultural de la Monarquía Hispánica Barroca, resultando identificables estas concepciones en producciones culturales tan diversas como la tratadística política, la pintura o la comedia de corral.

La penalización barroca de las pasiones

Siempre se ha señalado la búsqueda de los artefactos culturales barrocos de la conmoción del espectador mediante un intenso asalto sensorial, cifrándose precisamente en esta prosecución la raigambre de esta cultura, probablemente una de las más exitosas de la historia, cuyo calado contrasta con la escasa adhesión que despertarán las mucho más asépticas formulaciones neoclásicas. A pesar de esto, la consideración de la pasión en un sentido genérico se ha ido cargando durante el despliegue de la cultura barroca de connotaciones negativas, en un proceso que se puede incardinar dentro de la reordenación de ámbitos fundamentales como la concepción del yo, del espacio o del tiempo que el Renacimiento habría redimensionado .

La legitimación de un yo sujeto de pasiones va a ser incluso implícitamente contestada en el contexto cultural de la Monarquía Hispánica por autores de clara filiación humanista como Fadrique Furió Ceriol, quien en El Concejo y Consejeros del Príncipe, va a usar con fruición la coletilla de “apassionado” en los ejemplos que proporciona de malos consejeros , en una denostación de la pasión que el discurso Barroco ensamblará con una pésima estimación del cuerpo humano como fuente de abyecciones , contrastando fuertemente en este sentido las celebraciones rabelesianas de los apetitos desaforados, con la desdeñosa consideración que, por ejemplo, le va a merecer a Gracián el dominio que ejercen sobre los hombres lo que él denomina como los apetitos del vientre . Como no podía ser de otra manera, este corpus de ideas se integra dentro de una concepción pesimista de la naturaleza humana que sintetiza a la perfección la máxima de Juan de Borja de “Hominem te esse cogita “, un “piensa que eres hombre” que desde luego cercena por completo las pretensiones de los hombres de conocer y aprehender el universo .

Las connotaciones negativas de la pasión se van a trasladar con frecuencia también a las demostraciones afectivas, que por ejemplo Cabrera de Córdoba desaconsejará prodigar a los príncipes cuando son pequeños pues les haría “perder gravedad”, siendo deslizados recurrentemente los afectos en las producciones culturales barrocas hacía estados psicológicos alterados como la locura o la melancolía, desprovista esta última ahora de las dulces connotaciones en las que se recreaba cierto rey francés Medieval, que al tener noticias de la muerte de un niño anhelaba el haber corrido su misma suerte . El melancólico del Barroco, en cambio, aparece estigmatizado bajo el ascendiente de Saturno , incapaz de trascender los engaños del mundo sensible ya que “no se levanta del suelo” , y por tanto sin posibilidad de redención y salvación, pues su hiperestesia a los embates de este mundo caduco y falso le impiden oponer la apatheia neoestoica, imperturbabilidad que es el único contraveneno infalible para los accidentes de la existencia humana .

Una vida en la que modo de presagio “el hombre entra llorando”, como señalará Gracián , ha de ser administrada con el desapego, sin importar la crudeza de las ordalías a enfrentar. Así Furió Ceriol advertirá al príncipe que se aguarde de elegir a “….hombre que por perdida de bienes, hijos, o muger, o cosas semejantes, llora o se messa, o araña, o adolesce, o haze muy mui grande sentimiento, por que el tal no es fuerte, es mugeril i efeminado, i inhábil del todo para el concejo” . Otros autores como Saavedra Fajardo dentro de un discurso general también penalizador de las pasiones, con una finalidad pragmática van a dejar resquicios hacia cierta exteriorización de los sentimientos, ya que con ella, por ejemplo, el príncipe puede ganarse con más facilidad la estima de sus súbditos .

El tratamiento del deseo sexual por los discursos barrocos será aún menos ambivalente y mucho más locuaz, hasta el punto que se puede afirmar que tiene todo un género literario dedicado como es el de los dramas de honor, en los que se despliegan todas las pretensiones de admonizar, normalizar y homogeneizar del poder Barroco.

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