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El Hombre


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2013  •  1.160 Palabras (5 Páginas)  •  214 Visitas

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El hombre creado creador

La conciencia moral, o sea, el hombre con su libertad, ¿muere al contacto con el absoluto, como temía Merleau-Ponty?. Esta pregunta temible para el cristiano no puede eludirse. La afirmación de Dios —y más concretamente la afirmación de una relación entre Dios y el hombre, implicada en la idea de creación—, ¿debilita nuestra autonomía y, más radicalmente, nuestra “humanitas”? Es probable que algunos estén aguardando la solución, y ante nuestra respuesta, unos nos den el adiós definitivo, otros descubran que quizá tenemos una perla, aunque empañada por el tiempo.

Por esto, debemos comenzar por reconquistar y repatriar nuestras palabras. El término creación —hoy se sabe mejor—, propiamente hablando, es teológico (no filosófico ni científico). Su concepto comporta una epistemología completamente específica de la realidad, no reducible a ninguna otra. En este caso, se impone recuperar la comprensión de su originalidad. Nada mejor para esto —y así comenzaremos— que compararla con otra concepción, que llamaremos cosmológica, para pasar a continuación a la concepción teológica, que a su vez lleva a la lógica, y finalmente a la antropológica, implicada en ella.

1. Una cosmo/lógica de la creación

Fuera de la tradición judeo-cristiana, el hombre se ha hecho innumerables representaciones del origen de todas las cosas. ¿Cuál escoger? Lo más adecuado es quedarse con la que más profundamente ha marcado los orígenes de la ciencia occidental y, a la vez, ciertas formas de nuestro ateísmo. Su tradición, a pesar de que personalmente no la comparte, nos la ha transmitido Platón.

Al comienzo, antes de que existiesen las cosas que conocemos (“tode kai touto”, «esto y aquello», Timeo, 49e; cf. 50a), ya existía la “kôra” (52a). Término o noción de muy difícil traducción: lugar, región, sitio virtual, «receptáculo y criadero» todavía indistinto, donde todo lo que un día sería, (el “tode kai touto”), pero aún no era, se hallaba contenido de forma inmanente, como en su impronta (50c).

La “kôra” es la materia de lo que sería, «especie de causa (todavía) errante» (planomenes eidos aitias, 48a), en espera de efecto, realidad indeterminada («especie de realidad», eidos ti, 51a), indeferenciada (amorphon), apenas inteligible (51a), donde reinaba la necesidad (ananke), pero donde se produciría todo lo que iba a originarse (pases geneseos, 49a). [Aristóteles menciona la misma tradición en Phys. IV, 208b. pero con Hesíodo y usando un termino que nos resulta más familiar, llama a esta realidad primera, no kôra sino kaos, la realidad primera “sin la que no existe ninguna otra cosa” y “es primera necesariamente”, “al principio estaba el caos” proton to kaos].

Pero ¿cómo emergen las cosas (genesis) en el interior y a partir de esa kôra primordial? Según dice esa tradición (de la que Platón se desmarca; legousi pou tines, Leyes X, 888e), «todo lo que se produce, se ha producido y se producirá, se debe, ya a la naturaleza (physis), ya al arte (tekne), ya al azar (tyxe)» (888e). Hemos de detenemos en estas nociones.

1.1. Fijémonos primero —pues para esta misma tradición son los más importantes— en los términos de naturaleza y azar. «Es manifiesto —declaran [los defensores de esta tradición]—que las realidades más grandes y más bellas son obras de la naturaleza y del azar, mientras que las más pequeñas son obra del arte» (Leyes X, 889a). Estamos aquí en presencia de la famosa pareja que encontramos en bastantes presocráticos y en los atomistas: «Todo lo que existe en el universo es fruto del

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