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LUIS XIV


Enviado por   •  4 de Julio de 2013  •  Tesinas  •  3.391 Palabras (14 Páginas)  •  692 Visitas

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LUIS XIV

MONARCA EN QUIEN EL ABSOLUTISMO ALCANZO SU MAXIMA EXPRESION

INTRODUCCION:

Todos los biógrafos de Luis XIV coinciden en señalar que el Rey Sol, el más extraordinario y deslumbrante monarca de todos los tiempos, tuvo tres virtudes principales: conocía y desempeñaba su oficio a la perfección, poseía una inagotable capacidad de trabajo y sabía rodearse de las personas más adecuadas para resolver cualquier asunto. Estas raras cualidades, que hubieran bastado por si solas para convertirle en el soberano más poderoso y admirado de su época, no fueron sin embargo las únicas que adornaron su magnífica personalidad, pues Luis XIV era además un hombre atractivo, inteligente, vivaz, refinado y metódico. Por todo ello, su figura paso por la Historia como un cometa radiante, impregnándolo todo de majestad y fulgor, y en vida fue, a la vez, símbolo de la gloria militar, arbitro de gustos y costumbres y representación misma de la ley. Tan sólo su carácter despótico, su megalomanía y el derroche constante que practicó durante su reinado empañan un tanto esta soberbia imagen, aunque para sus contemporáneos fuesen rasgos inherentes a la monarquía y debieran adornar a todo rey que se preciase de serlo.

BIOGRAFIA:

Luis XIV, rey de Francia, nació en Saint-Germain-en-Laye el 16 de septiembre de 1638 y murió en Versalles el 1 de septiembre de 1715.

Su padre, Luis XIII, y su madre, Ana de Austria, interpretaron como una señal de buen augurio que su hijo naciese ya con dos dientes, lo que quizás presagiaba el poder del futuro rey para hacer presa en sus vecinos una vez ceñida la corona. Muerto su padre en 1643, cuando el pequeño contaba cuatro años y ocho meses, Ana de Austria se dispuso a ejercer la regencia y confió el gobierno del Estado y la educación del niño al cardenal Mazarino, sucesor en el favor real de otro excelente valido: el habilísimo cardenal Richelieu. Así pues, fue Mazarino quien inculcó al heredero el sentido de la realeza y le enseñó que debía aprender a servirse de los hombres para que èstos no se sirvieran de él. No hay duda de que Luis respondió de modo positivo a tales lecciones, pues Mazarino escribió: “Hay en el cualidades suficientes para formar varios grandes reyes y un gran hombre.”

UNA AMARGA EXPERIENCIA:

Aquel infante privilegiado iba a vivir entre 1648 y 1653 una experiencia inolvidable. En esos años tuvieron lugar las luchas civiles de las FRONDAS, así llamadas por analogía con el juego infantil de la fronde (honda). La mala administración de Mazarino y la creación de nuevos impuestos suscitaron primero las protestas de los llamados parlamentarios de París, prestigiosos abogados que registraban y autorizaban las leyes y se encargaban de que fueran acatadas. Mazarino hizo detener a Broussel, uno de sus líderes, provocando con ello la sublevación de la capital y la huída de la familia real ante el empuje de las multitudes. Era el comienzo de la guerra civil. Para sofocar la rebelión, el primer ministro llamó a las tropas del príncipe de Condé, Gran Maestre de Francia y héroe nacional; los parlamentarios claudicaron inmediatamente, pero Condé aprovecho su éxito para reclamar numerosos honores. Cuando Mazarino lo hizo detener en enero de 1650, la nobleza se levantó contra la corte dando lugar a la segunda Fronda, la de los príncipes. La falta de acuerdo entre los sublevados iba a decidir su fracaso, pero eso no impidió que durante meses el populacho se adueñara otra vez de París; la reina madre y su familia, de regreso al palacio del Louvre, hubieron de soportar que una noche, al correrse la voz de que el joven monarca estaba allí, las turbas invadiesen sus aposentos y se precipitaran hacia el dormitorio donde el niño yacía inmóvil en su cama, completamente vestido bajo las mantas y fingiendo estar dormido: ante el sonrosado rostro rodeado de bucles castaños, la cólera del pueblo desapareció de pronto y fue sustituida por un murmullo de aprobación. Luego, todos abandonaron el palacio como buenos súbditos, rogando a Dios de todo corazón que protegiera a su joven príncipe.

EL NOBLE OFICIO DE LA REALEZA:

Los acontecimientos antes señalados dejaron una profunda huella en el joven Luis. Se convenció de que era preciso alejar del gobierno de la nación tanto al pueblo llano, que había osado invadir su dormitorio, como a la nobleza, permanente enemiga de la monarquía. En cuanto a los prohombres de la patria, los parlamentarios, jueces y abogados, decidió que los mantendría siempre bajo el poder absoluto de la corona, sin permitirles la menor discrepancia.

Luis XIV fue declarado mayor de edad en 1651 y el 7 de junio de 1654, una vez pasado el huracán de las Frondas, fue coronado rey de Francia en la catedral de Reims. A partir de ese momento, su formación política y su preparación en el arte de gobernar se intensificaron. Diariamente despachaba con Mazarino y examinaban juntos los asuntos de Estado. Se dio cuenta de que iba a sacrificar toda su vida a la política, pero no le importó: “El oficio de rey es grande, noble y delicioso cuando uno se siente digno y capaz de realizar todas las cosas a las cuales se ha comprometido.”

No es de extrañar, pues, que comprendiese perfectamente su obligación de casarse con la infanta española María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, de España, porque así lo exigían los intereses de Francia. Según la Paz de los Pirineos, tratado firmado en 1659 entre ambos países, la dote de la princesa debía pagarse en un plazo determinado. Si no se efectuaba el pago, la infanta conservaría su derecho al trono español. El astuto Mazarino sabía que España estaba prácticamente arruinada y que iba a ser muy difícil cobrar la dote, con lo que Luis XIV podría reclamar a través de su esposa, los Países Bajos españoles e incluso el trono de España. Al soberano nunca le satisfizo aquella reina en exceso devota y remilgada, pero cumplió con los compromisos adquiridos y con todas sus obligaciones como esposo. Al menos, durante los primeros años de su matrimonio,

Luis XIV amaba las fiestas fastuosas, los bailes interminables hasta el amanecer, las presentaciones teatrales y los banquetes pantagruélicos. Pero, por encima de todo, amaba a las mujeres. Dotado de un irresistible atractivo físico y de un corazón apasionado, no podía conformarse con su mortecina esposa y se embarcó en múltiples amoríos que la reina soportó con resignación ejemplar. Su primera favorita declarada fue Louise de la Vallière, la cual, tras darle cuatro hijos, se retiró a un convento. La siguió su rival, la hermosísima y orgullosa madame de Montespan, que acabó siendo acusada de envenenadora y medio bruja; aunque el monarca no creyó nunca en su culpabilidad, no dudó en retirarle su confianza

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