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La Isla De Las Tribus Perdidas


Enviado por   •  19 de Noviembre de 2013  •  1.308 Palabras (6 Páginas)  •  292 Visitas

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¿Hay una tesis? Si este libro, La isla de las tribus perdidas, tiene una tesis es esta: que existe un “enigmático divorcio entre América Latina y el mar”. Así es: al parecer hay una América Latina estable y uniforme e indivisible y al parecer se encuentra atávica, “enigmáticamente” reñida con los océanos y los ríos y los lagos “que le bañan y le alimentan”. Podría pensarse, ya en marcha, que esa América Latina produciría una literatura áspera y poco fértil pero no es así: aquí se nos informa que la narrativa latinoamericana –otro monolito: unitario e inalterable– incluye entre sus mejores páginas elocuentes imágenes acuáticas –naufragios, aguaceros, islas, barcos y un persistente chipichipi de etcéteras. Bien leídos –o mejor: descifrados con la largueza y astucia de Ignacio Padilla (ciudad de México, 1968)–, esos tropos revelan, por lo menos, cinco rasgos capitales de la “persona latinoamericana”: su disenso con el mundo natural, “su cultura del obstáculo, su propensión al aislamiento, su inclinación a la deriva y su vocación de náufrago”.

¿Hay un método? Si hay un método es, vaya, este: hacer como si la tesis fuera ya evidente y no necesitara discutirse, solo ilustrarse. En vez de argumentos, ejemplos –párrafos espulgados de obras literarias e interpretados de tal manera que acaban por confirmar, cosa curiosa, los supuestos previos del intérprete. ¿Se consulta todo tipo de obras? Solo narrativa, no poesía, porque ya se sabe que los poetas suelen ablandarse ante el agua y cantar al mar y que esos cantos pueden refutar la idea de que el Latinoamericano padece invariablemente los líquidos. ¿Se cita a narradores caribeños? Solo de vez en cuando, entre otras cosas porque los escritores de tierra adentro ilustran mejor la noción de que el Latinoamericano vive de espaldas al océano. ¿Se habla de qué autores? Previsiblemente de Borges y de Onetti y de Mutis y de Revueltas y de Cortázar y de Carpentier y, una y otra vez, de García Márquez, todos ellos atenuados por las glosas de Padilla, aplastados por el peso de tener que representar al “hombre latinoamericano”. ¿Se leen enteros sus cuentos y sus novelas? Nunca: solo los fragmentos pertinentes, ya desprendidos del resto de la obra, y solo una vez que han sido desactivadas las tensiones y contradicciones que atraviesan a los textos. Además: cuando al fin se han esquivado los peligros, no se afina la tesis, se le engorda frívolamente. Por ejemplo: tachando de distintivamente latinoamericanos rasgos difusamente universales –el desasosiego ante el mar, el temor a los huracanes, el miedo a los tiburones.

Basta. Basta abrir distraídamente el libro y atender casi cualquier párrafo para toparse con alguna frase bochornosa. Si se cae en la página 16: “mientras los autores británicos y portugueses recuperan con paciencia el idilio de sus tribus con el mar, en América Latina se lucha todavía contra los monstruos oceánicos de la historia y contra las tempestades del desamor entre el ser continental americano y su vasto océano”. Si se avanza a la 27: “el largo y abstruso peregrinar de la tribu perdida de la historia de Occidente, el pueblo resentido y disperso que no acaba de sublimar su pascua por las aguas purificadoras”. Si se llega valerosamente hasta la 122: “Cercano ya a la extinción, el unificador que ha fracasado [Bolívar] anticipa así el asesinato de la naturaleza latinoamericana a manos del hombre latinoamericano: un hombre que nunca, al parecer, consiguió firmar con el universo material un concordato o siquiera un pagaré que sacase algún día nuestra barca de su laberinto para llevar a un lugar que no fuese el mar de la ruina.” Por supuesto que no todo es así de plomizo y que hay, de vez en vez, recompensas en la ruta –por ejemplo: esa frase con que Padilla define a los latinoamericanos y que uno puede descomponer hasta aburrirse: “una hueste húmeda de supervivientes fugitivos de una conspiración celestial”. Una hueste celestial de supervivientes húmedos

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