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Taller 3 psicológicos y sociales


Enviado por   •  29 de Mayo de 2015  •  Tesis  •  1.971 Palabras (8 Páginas)  •  166 Visitas

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de perspectivas personales y económicas… son factores psicológicos y sociales que perpetúan la lacra de la violencia doméstica.

La macro encuesta realizada en marzo por el Instituto de la Mujer revela que el 12,5% de las mujeres maltratadas no se reconoce como tal. ¿Mecanismo de defensa o interiorización de unos roles impuestos? la Violencia, la definición misma de maltrato no es unívoca y depende de tantos factores que para muchas mujeres los insultos no son agresiones... para otras muchas, un bofetón, tampoco. La mayoría de las que sufren maltrato están inmersas en una maraña de comportamientos para poder aguantar el infierno de la convivencia. Muchas no soportan esta situación y acaban tomando la opción del suicidio... las cifras sobre muertes por malos tratos nunca contabilizan los datos de suicidios.

• Los síntomas depresivos que padecen estas mujeres se manifiestan fundamentalmente mediante la apatía, la pérdida de esperanza y la sensación de culpabilidad La violencia no es un instinto, no es necesaria para vivir; se aprende observando los comportamientos agresivos de los adultos

• Los malos tratos son un problema que permanece oculto. Se calcula que al menos el 95% de las agresiones no se denuncia

• Los modelos familiares y los roles sexuales transmitidos en la educación primaria son los más importantes en la formación

Caen ideologías, caen sistemas, caen estructuras, pero en cambio se mantienen principios de desigualdad sobre los que se articulan incluso las sociedades más avanzadas. El trato discriminatorio a la mujer persiste en ámbitos como el laboral o el económico y parece que fuera desapareciendo de otros, como el educativo. Cuando una mujer es golpeada física o psicológicamente en su círculo más cercano, aparece, como en un espejo, la imagen misma de lo que nuestra sociedad sigue siendo.

El rol social que se atribuye a la mujer la convierte en víctima de una violencia específica que, aunque la conocemos por doméstica, es el más evidente ejemplo de violencia de género.

No solo hemos visto uno o dos casos de maltrato hemos visto cientos de casos hasta abemos mujeres que lo hemos vivido en carne propia, recordemos que el maltrato no es solo físico sino que ay estudios que comprueban que de un 100% de mujeres un 70 % somos víctimas de agresión verbal es realmente alarmante el daño que nos ocasionan tanto físico como psicológico.

Pero no vallamos tan lejos recordemos un poquito nuestra historia.

Hasta 1998 no se percibía en la opinión pública la convicción de que la violencia doméstica era una cuestión social y una señal de alarma ante una realidad que concernía a todos. El caso del asesinato de Ana Orantes a manos de su marido tenía todos los componentes de gran titular: quemada viva tras años de palizas y con unos hijos que repudiaban al agresor. Las organizaciones de mujeres, desde su aparición, han trabajado por que todos los ciudadanos se conciencien de la lacra que supone la violencia doméstica —“terrorismo doméstico”, como ellas prefieren llamarlo— pero bastaron unas imágenes en televisión para que sus reivindicaciones empezaran a ser escuchadas. Desde entonces ha pasado de ser un asunto privado, que sólo concierne a la pareja, a un problema social, que también compete a las autoridades.

Ese mismo año se aprobó el primer Plan de Acción contra la Violencia Doméstica, con medidas que se prolongaban hasta el año 2000. Desde entonces se han invertido algo más de 4.700 millones en campañas publicitarias, cursos de formación o casas de acogida. Un total de 70 Organizaciones No Gubernamentales han recibido subvenciones para desarrollar programas que combatan la violencia doméstica. Pero el número de mujeres asesinadas por sus parejas continúa aumentando. En 1998 un total de 35 mujeres murieron a manos de sus cónyuges, en el 99 el número ascendió a 42, y por lo menos a 30 en lo que va de año.

Uno de los principales logros, según las asociaciones, es el creciente número de denuncias —que han aumentado un 6,5% con respecto al año 99— ya que podría afirmarse que los malos tratos son en realidad un problema oculto: se calcula que el 95% de las agresiones no se denuncia. Uno de los principales retos es acabar con el sistema que otorga impunidad al agresor, para que la mujer perciba que la denuncia puede ser el principio del fin. Fundamentalmente, las críticas se centran en la aplicación de la legislación y en los defectos de fondo y de forma durante el proceso que colocan a la mujer en una situación de total indefenso.

A pesar de las dificultades y del miedo hay que romper el silencio. El silencio siempre es un obstáculo y una de las principales trabas que tiene la mujer para acabar con él es ella misma. Reconocerse como víctima y “traicionar” al que ha sido su compañero, asumir el juicio social, sentirse responsable de las agresiones, la falta.

El informe La violencia doméstica contra las mujeres elaborado por el Defensor del Pueblo en 1998, insiste en el arraigo entre muchas mujeres de lo que denomina “el amor romántico”, que con su carga de altruismo, sacrificio, abnegación y entrega, refuerzan la actitud de sumisión. Consideran un fracaso la separación porque después de tanto esfuerzo no han conseguido salvar su relación.

Asumen el sufrimiento como un desafío, como si ellas pudieran cambiar la situación, cambiarle a él. Echan la culpa de la irritabilidad de sus compañeros a factores externos como la falta de trabajo, los problemas, e incluso llegan a culpabilizarse a sí mismas. Encuentran cualquier argumento para justificar a su pareja; en el 45% de las denuncias, la mujer argüía el alcoholismo del hombre como causa desencadenante de la agresión, cuando está demostrado que el porcentaje de agresiones que se producen bajo los efectos del alcohol es muy reducido.

La ausencia de unas redes sociales sólidas hace que su mundo sea su compañero, que los proyectos de él sean los suyos propios y que todo se

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