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El Beso De La Mujer Araña


Enviado por   •  3 de Junio de 2012  •  76.578 Palabras (307 Páginas)  •  551 Visitas

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Manuel Puig

El beso de la mujer araña

Prólogo de Pepe Martín

Prólogo

Pepe Martín

A ella se le nota algo raro, que no es una mujer como todas... La carita

de gata... Los ojos claros, casi seguro que verdes...

Así empezaba el Molinita teatral su fascinante relato, que poco a poco va

engatusando a Valentín. Como cualquier lector de El beso de la mujer

araña, también quedé atrapado. Tanto que, en un viaje a Nueva York,

quise conocer al autor. Le llamé por tele; fono, quedamos citados. Yo tenía

la primera edición de la novela, donde hay una foto en la contraportada de

un hombre atractivo, joven, more no, sonriente, con el mar de fondo.

-¿Sós buen mozo?-me preguntó Manuel para identificarme.

-Bueno... -le contesté. La expresión argentina más que un piropo es una

descripción. Así que le dije que le reconocería por la foto.

-Ya no soy así, era... -me contestó suspirando...

Éstas fueron las pocas palabras que cruzamos antes de encontrarnos en

Roompelmayer, un salón de té exquisito en la Quinta Avenida, que ignoro

si ha resistido el paso de los años y donde seguro que ya no toma el té

Paulette Godard. Me citó ahí con la esperanza de encontrarla. Eso, y el

cine, y la durísima vida en la ciudad, y tantas cosas más, siempre con su

personal sentido del humor, me fue contando en su argentino pasado por

México. Los derechos del relato para el cine los tenía Burt Lancaster, que

nunca llegó a hacer el Molina, como pretendía. Pero le conseguí los de la

representación teatral.

Pero ésta es otra historia. Del largo proceso que significó la versión que

él mismo fue haciendo quedó una entrañable amistad. «Me encanta que me

protejan», le decía a Sylvia, mi mujer. Carta a carta, viaje a viaje, se fueron

estrechando afectos. Manuel era un ser cálido, irónico, ligero y profundo.

El e-mail no existía, el fax quizá tampoco, y esperar las entregas del texto

por correo ordinario fue durante la preparación y adaptación de sus folios

un tiempo intenso y gozoso para mí, y también para Juan Diego y García

Sánchez, con los que compartí la experiencia. Que fue para Puig una revelación.

El «veneno del teatro» le llevó a escribir más obras dramáticas.

Alguna, como El misterio del ramo de rosas, de la que monté una lectura

dramatizada en un ciclo que coordiné para la Casa de América antes de

la última Navidad, sigue sin editarse en España. Cuando recibí el manuscrito

me sugería esa posibilidad de dirección, ya que los personajes son

dos únicas mujeres. Aunque, ante mi duda en interpretar a Molina o a

Valentín en El beso..., «hacé Molina», me decía, «es más lindo», esta vez no

había papel para mí...

«Con mi profundo agradecimiento por esta maravillosa experiencia de

amistad y creación que ha sido la puesta en escena de esta novela»: así

está dedicado el libro que editó Seix Barral por primera vez en 1976. Ahora

tengo ante mí la edición argentina de 1993 (no pudo hacerse antes), con la

foto en la solapa de un Manuel con poco pelo, que esboza una sonrisa a

boca cerrada y ya no desafia al mundo. Nos mira con cierta sorna. La

cubierta no es ya esa chica de melena al viento casi levitando entre nubes

del primer libro. Una mantilla muy poco española nos deja entrever una

mujer bastante fatal», con turbante y ojos superribeteadvs. Es la auténtica

MUJER ARAÑA, una Gloria Swanson de 1928 de la colección Manuel Puig.

Un verdadero acierto. Porque si la chica gata es La mujer pantera, en la

primera peli que en la novela le cuenta Molina a Valentín, la mujer-araña

es el propio Molinita, el homosexual que quiere ser mujer. En sus relatos,

con nocturnidad y algo de alevosía, Molina va sacando al radical y recalcitrante

revolucionario Valentín de su abstracción. Para envolverle en la

fantasía, en la ilusión, en el refugio que para un ser tan basureado como

él es su único escape de la realidad.

Pero si Molina es un marginado, también lo es Valentín. Su utopía de

cambiar el mundo le encierra, le distancia de ese mismo mundo burgués

que pretende romper. Y poco apoco, noche tras noche, película tras película,

va entrando en esa irrealidad del cine, bigger than life (más grande que

la vida, dice el viejo eslogan). Y se va permitiendo más concesiones, pidiendo

extender al día los cuentos de la noche. Hasta dejarse enredar con

toda ingenuidad en los hilos de la red que Molina va tejiendo. Yen los que

también el propio Molina va a caer. Hasta llegar a un acto de amor físico

tan puro como transgresor.. «Me pareció que yo no estaba, que estabas vos

sólo... O que yo no era yo. Que ahora yo... eras vos».

Estas palabras de Molinita marcan el punto de inflexión, la clave de esta

singular historia de amor. Pero si el homosexual se diluye, se encarna en

el otro para ser sólo «uno», también el idealista político queda transformado,

igualmente diluido en «el otro». Dos seres tan diametralmente diversos

de entrada, en un proceso sutil y casi ritual, van evolucionando de tal

modo que cada uno acaba asumiendo la personalidad opuesta. Molina

decidirá inmolarse por una causa que nunca fue la suya. Y Valentín aprenderá

que el sueño, que nunca se permitió, es la única liberación del dolor.

El dolor de vivir y el de morir con dignidad. Así «la mujer araña», madre,

mujer, amante, la que uno quiso ser y el otro quiso tener, acogerá a los dos,

Prólogo

ya fuera de una opresiva y agobiante realidad, en ese «beso» que les une

for ever.

Y así Manuel.Puig culminará un happy end, tan lleno de pathos corno de

esperanza en el ser humano. Para un mitómano del cine tan consecuente

como él no puede haber mejor final a la en definitiva clásica historia de

chico-encuentra-chica. Manuel era tan drástico en sus filias y fobias de

mitómano, que fue capaz de dejar en la calle a Néstor Almendros una

cruda noche de invierno neoyorquino por su desamor a Lana Turner... -«

Una persona que no quiere a la Lana no puede dormir bajo mi mismo

techo», le dijo poniendo sus maletas en la puerta.

Desde su primera novela de juventud La traición de Rita Hayworth, su

voz fue tan personal, tan distinta, que su narrativa no consiguió

...

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