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El Teatro En La Antiguedad


Enviado por   •  1 de Marzo de 2013  •  1.548 Palabras (7 Páginas)  •  1.335 Visitas

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El teatro en la antigüedad

En Roma, como en Grecia, los teatros eran de enormes proporciones; los de Herculano y de Pompeya contenían de 35.000 a 40.000 asientos. Su número debía de ser muy considerable, a juzgar por los vestigios que se han encontrado en Italia, en Sicilia, en España y en Francia, donde se encuentran los restos más interesantes de esta clase de construcciones. Los romanos conocieron el telón, o cortina, que se diferenciaba del actual en que en vez de desenrollarse descendiendo desde el techo hasta el suelo, salía y subía desde las profundidades para volver a hundirse cuando los actores iban a salir a escena, de modo que el telón se bajaba cuando la función comenzaba. La expresión de Horacio aulea premuntur (se ha bajado el telón) significa, pues, «empieza la comedia»; y por el contrario, la frase de Ovidio aulea tolluntur (se alza el telón) equivale a «la comedia ha terminado».

Las patricias podían depositar a la puerta de los corredores, o «vomitorios», los objetos de que querían desembarazarse y a cambio de los cuales recibían un cuadrado de marfil (carta eburnea); después ofrecíanles una banqueta y una almohada (scamnum ac pulvinum).

El silbido, empleado como muestra de impaciencia o desaprobación, estaba muy en boga entre los griegos, quienes utilizaban para silbar un instrumento de varias notas llamado syrinx, que les permitía producir sonidos más o menos agudos según el grado de descontento que querían manifestar. Demóstenes se sirvió de una flauta de este género, compuesta de siete tubos, para burlarse de Esquilo un día en que éste había subido al teatro con objeto de ejercitarse en la palabra antes de atreverse a subir a la tribuna.

Los pórticos del escenario eran cubiertos, pero la parte reservada al público sólo estaba abrigada por unos lienzos fijados en mástiles. Desde la galería que rodeaba al teatro hacíase caer sobre éste como un rocío de agua de olor distribuida por medio de varios tubos dispuestos en las estatuas que se alzaban en lo alto de los pórticos.

Las máquinas eran de muchas clases: encima de los actores había cuerdas destinadas a hacer aparecer, en caso necesario, a los dioses celestiales; y debajo del teatro abríase un escotillón para las

Sombras, las Furias y otras divinidades infernales, al que se daba el nombre de "agujero de Caronte, barquero de los Infiernos". Distintos aparatos correspondían a los artificios de los maquinistas modernos para simular nubes, truenos o relámpagos; las decoraciones giraban sobre sí mismas y tenían tres caras distintas, lo que facilitaba las mutaciones; y finalmente algunos suelos de contrapeso servían para elevar a los actores al nivel del escenario y bajarlos en el momento oportuno. A los trajes de teatro añadían los artistas el uso de una especie de casco con el que se cubrían la cabeza, y también de la máscara, que representaba las facciones de diversos personajes. Es de notar que no había actrices y que los papeles femeninos eran representados por hombres; por esta razón era tanto más útil la máscara, gracias a la cual los intérpretes se ponían la fisonomía que deseaban. Las máscaras se fabricaron primeramente de corteza de árbol, después de cuero forrado de tela y, finalmente, de madera; el modelo era ejecutado por escultores según las ideas que los poetas les sugerían. La abertura de la boca, grande y prolongada a modo de embudo de cobre, formaba trompeta acústica para aumentar el volumen de la voz. Había varias clases de máscaras cómicas, trágicas y satíricas: las primeras eran ridículamente contrahechas, con los ojos bizcos, la boca torcida y las mejillas colgantes; las segundas, notables por su tamaño, tenían la mirada furiosa, los cabellos erizados, y las sienes o la frente deformes; las satíricas eran las más repugnantes y representaban solamente figuras extravagantes de cíclopes, centauros, faunos y sátiros. Había una cuarta clase de máscaras que representaban a las personas con sus facciones naturales: se les daba el nombre de mudas u orquésticas y estaban destinadas a los bailarines.

El coro, guiado por un corifeo, personifica la Opinión: con una palabra, con una fórmula sugiere a los espectadores las ideas y sentimientos que ha de experimentar con motivo de tal o cual episodio de la acción. El coro, mientras danza, entona estrofas liricas acompañadas por el sonido de las flautas. Durante mucho tiempo se ha creído que el acompañamiento instrumental era al unísono y que los antiguos no conocían la armonía; pero esta creencia ha sido destruida por un descubrimiento realizado de un modo muy curioso, según refiere M. L. Claretie: en el museo de Berlín hay un vaso con varios flautistas que ejecutan una pieza de conjunto; pero como sus dedos no tapan los mismos agujeros en los diversos

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