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Estudios Filosóficos


Enviado por   •  8 de Diciembre de 2013  •  1.001 Palabras (5 Páginas)  •  215 Visitas

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Es verdad que no hay acción política ni existe decisión de arriesgar la vida en pos de un proyecto colectivo de largo aliento si no es a partir de un rechazo moral del orden existente, que se conforma desde el amor a los oprimidos y explotados y sobre la base del odio a todos los dominadores de la historia. No se hace política revolucionaria sólo con argumentos escritos o con teorías. Eso es innegable. También juegan los afectos, las sensaciones, la imaginación, las fantasías, la confianza personal en los compañeros y compañeras, los compromisos y valores vividos en carne y hueso y la estructura de sentimientos construida hasta en el rincón más íntimo de cada subjetividad por la hegemonía de la revolución. Mal que le pese a la caricatura racionalista y brutalmente economicista del marxismo vulgar, la presencia de la subjetividad en la política constituye un dato difícilmente soslayable.

No obstante, junto con todas esas dimensiones de la política (que durante demasiado tiempo fueron “olvidadas” por la ortodoxia del marxismo oficial de los países del Este europeo), lo cierto es que el despliegue de argumentos escritos ha sido prioritario en esta tradición política.

Lejos de todo pragmatismo inmediatista y de todo desprecio posmoderno por “los grandes relatos”, el marxismo ha intentado desde su nacimiento comprender cada acontecimiento y cada estrategia política a partir de una visión social del mundo, de signos totalizantes, holistas y omniabarcadores. Al interior de esta tradición, hasta las polémicas más coyunturales suelen ser acompañadas por detalladas argumentaciones teóricas, atentas lecturas de textos y meditadas reflexiones sobre los clásicos del pensamiento social. Muchas veces el lector o la lectora contemporáneos se sorprenden —nos sorprendemos— al descubrir que, para resolver un conflicto puntual entre dos fracciones de un mismo partido o para dirimir una polémica entre dos movimientos políticos, Lukács, Gramsci, Mariátegui o cualquier otro integrante de esta tradición escriben un ensayo entero sobre la transición de la esclavitud al feudalismo europeo, sobre la crítica de la sociología positivista o sobre la conquista y la colonización de América Latina.

¿Cómo explicar esa sorprendente e íntima vinculación entre los problemas más cotidianos y coyunturales y los grandes temas teóricos?

Lo que sucede es que el pensamiento marxista se niega a separar “los hechos” más inmediatos de las grandes teorías que los explican y comprenden; la táctica coyuntural de la estrategia a largo plazo; la más pequeña o tímida lucha reivindicativa del ambicioso proyecto de revolución mundial. En suma: nada más lejos de este pensamiento que el culto oportunista del “aquí y ahora” y la celebración acrítica y mediocre de “lo posible al alcance de la mano”.

Solamente se podrían relegar los grandes problemas de la teoría para un lejano “día del mañana” o recluir la lucha ideológica —concebida como vacía decoración ornamental— en el circuito inofensivo e inoperante de los papers académicos, a condición de reducir el marxismo a una triste caricatura. Vale decir, a costa de abandonar toda pretensión rebelde y revolucionaria, momificando al marxismo

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