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Los Hombres Son De Marte, Las Mujeres Son De Venus


Enviado por   •  27 de Marzo de 2012  •  10.530 Palabras (43 Páginas)  •  1.581 Visitas

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RICHARD DOETSCH

LOS LADRONES DEL

CIELO

Para Virginia,

mi mejor amiga.

Te amo con todo mi corazón.

En el amor hay un solaz que sólo pueden sentir aquellos que realmente lo conocen. Es cá¬lido y seguro, libre de ira y celos. Es eufórico y nos hace inmunes a la crueldad de la vida. Está colmado de una dicha infinita, agradecimiento imperecedero y auténtico altruismo. Es el más extraordinario de los dones.

Agradecimientos

Me complace enormemente dar las gracias a las si¬guientes personas:

Gene y Wanda Sgarlata, sin cuya amistad y ayuda no podríais estar leyendo estas palabras; Irwyn Apple-baum, por abrirme la puerta y darme una oportunidad; Nita Taublib, por cerrar el trato y convertir así mi sue¬ño en realidad; Kate Miciak, por su infinita paciencia, orientación y confianza; Joel Gotler, por hacer lo impo¬sible; María Faillace y toda la gente de Fox 2000, por su entusiasmo inicial.

Y, sobre todo, a Cynthia Manson, a quien agradezco sus ideas innovadoras, su fe inquebrantable ante la ad¬versidad y su auténtica amistad.

Gracias a mi familia: a Richard, por su curiosidad, su ingenio y su fortaleza; a Marguerite, por su hu¬mor, su corazón y su belleza; a Isabelle, por sus risas y su inocencia. Y, más importante aún, doy las gracias a Virginia por soportar mi manía de trabajar a las tres de la mañana. Virginia, eres mi inspiración, mi risa y mi ale¬gría; eres la razón de todo lo bueno que hay en mi vida.

Finalmente, a ti, lector, gracias por dedicar tu tiem¬po a la lectura de Los ladrones del cielo. En esta época en que la gente elige entretenerse con películas de dos horas, comedias de situación de media hora y videos de tres minutos, es agradable saber que aun existen personas que prefieren leer y dejar que la historia se desarrolle en su imaginación.

ÍNDICE

ARGUMENTO 7

Prologo ………………………………………………………..8

Capítulo 1 19

Capítulo 2 30

Capítulo 3 35

Capítulo 4 40

Capítulo 5 49

Capítulo 6 63

Capítulo 7 72

Capítulo 8 90

Capítulo 9 100

Capítulo 10 112

Capítulo 11 124

Capítulo 12 130

Capítulo 13 139

Capítulo 14 147

Capítulo 15 154

Capítulo 16 166

Capítulo 17 179

Capítulo 18 192

Capítulo 19 201

Capítulo 20 207

Capítulo 21 212

Capítulo 22 219

Capítulo 23 227

Capítulo 24 243

Capítulo 25 248

Capítulo 26 257

Capítulo 27 263

Capítulo 28 269

Capítulo 29 276

Capítulo 30 285

Capítulo 31 298

Capítulo 32 303

Capítulo 33 309

Capítulo 34 320

Capítulo 35 326

Capítulo 36 328

Capítulo 37 335

Capítulo 38 344

Capítulo 39 346

Capítulo 40 348

Capítulo 41 350

Capítulo 42 352

Capítulo 43 353

Capítulo 44 355

Capítulo 45 357

ARGUMENTO

Michael St. Pierre es un ex ladrón de guante blanco que lleva una vida honrada junto a su esposa, pero cuando a ella le diagnostican una enfermedad terminal. Michael decide aceptar un último trabajo para poder afrontar el costoso tratamiento paliativo de su mujer. Todo lo que debe hacer es robar un tesoro de un museo vaticano, dos llaves antiguas, una de oro y otra de plata, un trabajo profesional, que debe preparar con detalle, pero no muy complicado para un ladrón de su talla.

Lo que Michael ignora es que tras el robo le aguarda una terrible sorpresa, un secreto que no solo pondrá en peligro su vida sino que condenara definitivamente a toda la humanidad…

Prólogo

Ciudad de Nueva York, noche

Michael Saint Pierre ajustó el visor nocturno mono¬cular Steiner sobre su ojo izquierdo, aflojó la tensión de la cuerda y continuó su descenso desde el decimoquin¬to piso. El callejón oscuro, ahora teñido de verde, era su lugar de aterrizaje. Tuvo cuidado de no mirar hacia las brillantes luces de la gran ciudad que resplandecían en la distancia: no podía quedarse ciego en ese momen¬to de su vida. El callejón parecía despejado, excepto por unas cuantas bolsas de basura y una pareja de ratas que habían salido a hacer su ronda nocturna. Una bre¬ve carrera de menos de treinta metros a través de la ca¬lle le permitiría salvar la pared de granito de un par de metros de altura y alcanzar la seguridad nocturna de Central Park. Permaneció unos instantes oculto entre las sombras de los edificios que lo rodeaban. No temía que lo atrapasen: la peor parte ya había pasado, y no había un alma en ese rincón particular del mundo.

Aún le faltaba una veintena de metros para apoyar los pies en el suelo, cuando —gracias a la visión au¬mentada— su ojo izquierdo captó brevemente un reta¬zo de piel. Piel suave y desnuda. Era en el quinto piso del edificio contiguo, que se alzaba justo al lado de la Quinta Avenida. Habría jurado que había visto un pecho. Apartó la vista; él no era ningún mirón. No obstante, el espectáculo resultaba agradable, y estaba a tiro de piedra. Nunca se habría percatado de ello de no haber sido por su artilugio de visión nocturna. Aun así, aquello no lo inquietaba, pues sabía con certeza que ella no podía verlo.

Continuó su lento descenso en medio de la noche húmeda y calurosa.

Pero, como si se tratase de una cautivadora sirena, aquella visión lo demoró, aunque sólo durante un segundo. Sí, era un pecho. Dos, en realidad, bien proporcionados sobre un talle fino. Dios, le encantaba la vista que podía disfrutar desde allí arriba, con toda la escena bañada por una luz verde. La mujer estaba tendida boca arriba. No podía distinguir los rasgos de su rostro, pero tenía un cuerpo excepcional. Contempló ese cuerpo embargado por el deseo. “Piensa en el trabajo”, se recordó, luchando contra ese momento de lujuria fugaz.

Aflojó la cuerda para proseguir el descenso hacia el callejón. Había invertido demasiadas horas para arriesgarlo todo ahora por unas miradas furtivas a una confiada pareja de amantes. Estaría de regreso en su casa muy pronto si se ceñía al plan trazado, a salvo entre los

...

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