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Agua


Enviado por   •  19 de Septiembre de 2021  •  Apuntes  •  2.258 Palabras (10 Páginas)  •  97 Visitas

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“Agua”

El agua es, en primer lugar, fuente y poder de vida: sin ella no es la tierra más que un desierto árido, país del hambre y de la sed, en el que hombres y animales están destinados a la muerte. Sin embargo, hay también aguas de muerte: la inundación devastadora que trastorna la tierra y absorbe a los vivientes. Finalmente, el culto, trasponiendo un uso de la vida doméstica, se sirve de las abluciones de agua para purificar a las personas y a las cosas de las manchas contraídas a lo largo de los contactos cotidianos. Asi el agua, alternativamente vivificadora o temible, pero siempre purificadora, está íntimamente unida con la vida humana y con la historia del pueblo de la Alianza.

I. LA CRIATURA DE DIOS

Dios, señor del universo, dispensa el agua a su arbitrio y tiene así en su poder los destinos del hombre. Los israelitas, conservando la representación de la antigua cosmogonia babilónica, parten las aguas en dos masas distintas. Las «aguas de arriba» son retenidas por el firmamento, concebido como una superficie sólida Gen 1,7 Sal 148,4 Dan 3,60 Ap 4,6. Ciertas compuertas dejan al abrirse que esas aguas caigan a la tierra en forma de lluvia Gen 7,11 8,2 Is 24,18 Mal 3,10 o de rocio que por la noche se deposita sobre la hierba Job 29,19 Cant 5,2 Ex 16,13. En cuanto a los manantiales y a los ríos, no provienen de la lluvia, sino de una inmensa reserva de agua, sobre la que reposa la tierra: son las «aguas de abajo», el abismo Gen 7,11 Dt 8,7 33,13 Ez 31,4.

Dios, que instituyó este orden, es el dueño de las aguas. Las retiene o las deja en libertad a su arbitrio, tanto a las de arriba como a las de abajo, provocando así la sequía o la inundación Job 12,15. «Derrama la lluvia sobre la tierra» Job 5,10 Sal 104,10-16, lluvia que viene de Dios y no de los hombres Miq 5,6 Job 38,22-28. Dios le ha «impuesto leyes» Job 28,26. Cuida de que caiga regularmente, «a su tiempo» Lev 26,4 Dt 28,12: si viniera demasiado tarde (en enero), se pondrian en peligro las siembras, como también las cosechas si cesara demasiado temprano, «a tres meses de la siega» Am 4,7. Por el contrario las lluvias de otoño y de primavera Dt 11,14 Jer 5,24 cuando Dios se digna otorgarlas a los hombres aseguran la prosperidad del país Is 30,23ss. Dios dispone igualmente del abismo según su voluntad Sal 135,6 Prov 3,19s. Si lo deseca, se agotan las fuentes y los ríos Am 7,4 Is 44,27 Ez 31,15, provocando la desolación. Si abre las «compuertas» del abismo, corren los ríos y hacen prosperar la vegetación en sus riberas Num 24,6 Sal 1,3 Ez 19,10, sobre todo cuando han sido raras las lluvias Ez 17,8. En las regiones desérticas las fuentes y los pozos son los únicos puntos de agua que permiten abrevar a las bestias y a las personas Gen 16,14 Ex 15,23.27 representan un capital de vida que las gentes se disputan encarnizadamente Gen 21,25 26,20s Jos 15,19.

El Salmo 104 resume a maravilla el dominio de Dios sobre las aguas: él fue quien creó las aguas de arriba Sal 104,3 como las del abismo (v. 6); él es quien regula el suministro de sus corrientes (v. 7s), quien las retiene para que no aneguen el país (v. 9), quien hace manar las fuentes (v. 10) y descender la lluvia (v. 13), gracias a lo cual se derrama la prosperidad sobre la tierra aportando gozo al corazón del hombre (v. 11-18).

II. LAS AGUAS EN LA HISTORIA DEL PUEBLO DE DIOS

1. Aguas y retribución temporal.

Si Dios otorga o niega las aguas según su voluntad, no obra, sin embargo, en forma arbitraria, sino conforme al comportamiento de su pueblo. Según que el pueblo se mantenga o no fiel a la alianza, le otorga o le rehúsa Dios las aguas. Si los israelitas viven según la ley divina, obedeciendo a la voz de Dios, abre Dios los cielos para dar la lluvia a su tiempo Lev 26,3ss.10 Dt 28,1.12. El agua es, pues, efecto y signo de la bendición de Dios para con los que le sirven fielmente Gen 27,28 Sal 133,3. Por el contrario, si Israel es infiel, lo castiga Dios haciéndole «un cielo de hierro y una tierra de bronce». Lev 26,19 Dt 28,23, a fin de que comprenda y se convierta Am 4,7. La sequía es, pues, efecto de la maldición divina para con los impíos Is 5,13 19,5ss Ez 4,16s 31,15, como la que devastó el país bajo Ajab por haber Israel «abandonado a Dios para seguir a los Baales». 1Re 18,18.

2. Las aguas aterradoras.

El agua no es solo un poder de vida. Las aguas del mar evocan la inquietud demoniaca con su agitación perpetua, y con su amargura, la desolación del sêol. La crecida súbita de los cauces del desierto, que en el momento de la tormenta arrastran la tierra y a los vivientes Job 12,15 40,23, simboliza la desgracia que se apresta a lanzarse sobre el hombre de improviso Sal 124, las intrigas que urden contra el justo sus enemigos Sal 18,5s.17 42,8 71,20 144,7, que con sus maquinaciones se esfuerzan por arrastrarlo hasta el fondo mismo del abismo Sal 35,25 69,2s. Ahora bien, si Dios sabe proteger al justo contra estas aguas devastadoras Sal 32,6 Cant 8,6s, puede igualmente hacer que las olas se rompan sobre los impíos en justo castigo de una conducta contraria al amor del prójimo Job 22,11. En los profetas el desbordamiento devastador de los grandes ríos simboliza el poder de los imperios que van a anegar y destruir los pequeños pueblos; poder de Asiria, comparado con el Eufrates Is 8,7 o de Egipto, comparado con su Nilo Jer 46,7s. Dios va a enviar estos ríos para castigar tanto a su pueblo culpable de falta de confianza en él Is 8,6ss como a los enemigos tradicionales de Israel Jer 47,1s.

Sin embargo, este azote brutal no es ciego en las manos del Creador: el diluvio, que devora a un mundo impío 2Pe 2,5, deja subsistir al justo Sab 10,4. Asimismo las aguas del mar Rojo distinguen entre el pueblo de Dios y el de los ídolos Sab 10,18s. Las aguas aterradoras anticipan, pues, el juicio definitivo por el fuego 2Pe 3,5ss Sal 29.10 Lc 3,16s y dejan a su paso una tierra nueva Gen 8,11.

3. Las aguas purificadoras.

El tema de las aguas de la ira converge con otro aspecto del agua bienhechora: ésta no es solo poder de vida, sino que es también lo que lava y hace desaparecer las impurezas Ez 16,4-9 23,40. Uno de los ritos elementales de la hospitalidad era el de lavar los pies al huésped para limpiarlo del polvo del camino Gen 18,4 19,2 Lc 7,44 1Tim 5,10; y Jesús, la víspera de su muerte, quiso desempeñar personalmente esta tarea de servidor como signo ejemplar de humildad y de caridad

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