Un mito moderno

Un mito moderno

Desde los mismísimos principios del ser humano, hemos estado buscando la trascendencia, buscando lo más glorioso, buscando lo que nos es ajeno, incluso las primeras civilizaciones ya adoraban a sus propios dioses, pero la pregunta es… ¿por qué?

Muchos teístas afirman que el ser humano, desde que es capaz de razonar, adquirió un “sentido de trascendencia”, porque, según dicen, fue el mismo Dios el que nos dio, junto a la capacidad de razonar, la capacidad de buscarlo y conocerlo. El problema de esta afirmación es que da, erróneamente, por sentado que el hecho de que desconozcamos cómo surgió la razón, al no poder darle, aún, una justificación evolutiva, quiere decir que el surgimiento de esta tiene un origen divino.

Con lo anterior, cometemos el mismo error que cometían, por ejemplo, los antiguos griegos, los cuales, cuando no podían explicar algo, acudían a mitos y a leyendas; nosotros no podemos explicar el surgimiento de la capacidad de razonar, por lo que acudimos a la idea de Dios.

Entonces, si no fue porque “Dios nos puso esa idea en la cabeza” ¿por qué tenemos ese sentido de trascendencia? La respuesta es sencilla: porque es inherente a la razón. Aquí no importa si Dios existe o no, esto es cierto en ambos casos, ¿por qué? Esto ocurre porque en nuestro código genético tenemos, como todos los animales, un instinto de supervivencia, no queremos morir, pero al razonar nos damos cuenta de que no somos inmortales, aun así, por instinto, anhelamos serlo, por eso buscamos a Dios, por un simple impulso animal, lo buscamos porque vemos en Él la ilusión de vivir por siempre.

A la pregunta de si la evolución y la religión se complementan, mi respuesta es: no lo sé. Pero lo que sí sé, es que responder a esto con un rotundo “sí” es dejarse llevar por nuestros instintos más salvajes, algo que Dios, si es que existe, seguramente no aprobaría.

Tomás Iriarte B. 9°B

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