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Cirque Du Freak Libro 1 La saga de Darren


Enviado por   •  12 de Junio de 2013  •  Tutorial  •  46.256 Palabras (186 Páginas)  •  337 Visitas

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Cirque Du Freak Libro 1

LA SAGA DE DARREN

SHAN

EL TENEBROSO CIRQUE DU

FREAK

Este desmadre lleno de freaks jamás hubiera salido a la luz de no ser por los esfuerzos

de mis leales ayudantes de “cocina”:

Biddy y Liam, ”La Horrible Pareja”

Doménica de Rosa “La Diabólica”

Gillie Russell “La Gruñona”

Enma “La Exterminadora” Schlesinger

y

“El Señor de la Noche Carmesí”, Christopher Little

También debo dar las gracias a mis compañeros de festín: Las “Horribles Criaturas” de

Harper Collins, y los macabros alumnos de la Askeaton Primary School (y otras) que se

prestaron a hacer de conejillos de indias y alimentaron mis pesadillas para hacer que

este libro fuera de lo más tenso, oscuro y escalofriante.

INTRODUCCIÓN

Siempre me han fascinado las arañas. Cuando era más joven las coleccionaba. Pasaba

horas husmeando en el viejo y polvoriento cobertizo que había al fondo de nuestro

jardín en busca de telarañas, a la caza de posibles depredadoras de ocho patas al acecho.

Cuando encontraba una, la llevaba dentro y la dejaba suelta en mi habitación.

¡Eso sacaba de quicio a mi mamá!

Normalmente, la araña se escabullía al cabo de uno o dos días como máximo y no

volvía a verla más, pero a veces se quedaban rondando por allí más tiempo. Tuve una

que hizo una telaraña encima de mi cama y permaneció montando guardia como un

centinela durante casi un mes. Cuando me iba a dormir, imaginaba a la araña bajando

con sigilo, metiéndose en mi boca, deslizándose garganta abajo y poniendo montones de

huevos en mi tripa.Más tarde, pasado el tiempo de incubación, las crías de araña salían

del huevo y me devoraban vivo desde dentro.

Me encantaba sentir miedo cuando era pequeño.

Cuando tenía nueve años, mi mamá y mi papá me regalaron una pequeña tarántula.

No era venenosa ni muy grande, pero fue el mejor regalo que me habían hecho nunca.

Desde que me despertaba hasta que me acostaba, jugaba con aquella araña casi a todas

horas. La obsequiaba con todo tipo de manjares: moscas, cucarachas y gusanos

diminutos. La malcrié.

Entonces, un día, hice una estupidez. Había estado viendo unos dibujos animados en

los que uno de los personajes era succionado por una aspiradora. No le pasaba nada.

Salía de la bolsa cubierto de polvo, sucio y hecho un basilisco, furioso. Era muy

divertido.

Tan divertido que yo también lo probé. Con la tarántula.

Ni que decir tiene que las cosas no sucedieron precisamente igual que en los dibujos

animados. La araña quedó reducida a un montón de pedacitos. Lloré mucho, pero era

demasiado tarde para las lágrimas. Mi mascota estaba muerta, había sido culpa mía y ya

no podía hacer nada al respecto.

Mis padres pusieron el grito en el cielo; casi les dio un ataque cuando descubrieron

lo que había hecho: la tarántula les había costado una considerable cantidad de dinero.

Me dijeron que era un idiota irresponsable y a partir de aquel día ya nunca más me

permitieron tener una mascota, ni siquiera una vulgar araña de jardín.

* * *

He empezado contando aquella vieja anécdota por dos razones. Una de ellas resultará

obvia a medida que se vaya desvelando el contenido de este libro. La otra razón es la

siguiente:

Ésta es una historia real.

No espero que me creas –yo mismo no me lo creería si no lo hubiera vivido-, pero

ésa es la verdad. Todo lo que explico en este libro sucedió, tal y como lo cuento.

Lo que pasa con la vida real es que, cuando haces alguna estupidez, sueles acabar

pagándola. En los libros, los protagonistas pueden cometer tantos errores como quieran.

No importa lo que hagan, porque al final todo sale bien. Derrotan a los malos, arreglan

las cosas y todo acaba guay.

En la vida real, las aspiradoras matan a las arañas. Si cruzas una calle sin mirar y

hay tráfico, eres arrollado por un coche. Si te caes de un árbol, te rompes algún hueso.

La vida real es horrible. Es cruel. Le tienen sin cuidado los protagonistas heroicos y

los finales felices y cómo deberían ser las cosas. En la vida real, las cosas malas

suceden. La gente muere. Las luchas se pierden. A menudo vence el mal.

Sólo quería dejar esto bien claro antes de empezar.

* * *

Una cosa más: en realidad, no me llamo Darren Shan. En este libro, todo es verdad

menos los nombres. He tenido que cambiarlos porque... bueno, cuando llegues al final

lo entenderás.

No he utilizado ningún nombre real, ni el mío ni el de mi hermana, mis amigos ni

mis profesores. El de nadie. Ni siquiera te diré cómo se llama mi ciudad ni mi país. No

me atrevo.

Pero bueno, vale ya de introducción. Cuando quieras, empezamos. Si se tratara de

una historia inventada, se iniciaría durante la noche, en medio de un tormentoso

vendaval, con ulular de lechuzas y extraños ruidos y crujidos debajo de la cama. Pero es

una historia real, así que tengo que empezar por donde realmente comenzó.

Todo empezó en un lavabo.

CAPÍTULO UNO

Yo estaba en el lavabo del colegio, sentado, tarareando una canción. Llevaba los

pantalones puestos. Casi al final de la clase de inglés, me había sentido enfermo. Mi

profesor, el señor Dalton, es estupendo para este tipo de cosas. Es listo, y sabe

perfectamente cuándo estás fingiendo y cuándo hablas en serio. Me echó una mirada

cuando levanté la mano y dije que me encontraba mal, luego asintió con la cabeza y me

dijo que fuera al lavabo.

-Vomita lo que sea que te haya sentado mal, Darren –dijo-, y luego mueve el culo y

vuelve a clase.

Ojalá todos los profesores fueran tan comprensivos como el señor Dalton.

Al final no vomité, pero seguía sintiendo náuseas, así que me quedé en el lavabo. Oí

el timbre que señalaba el final de la clase y cómo todo el mundo salía corriendo al

recreo. Yo quería unirme a ellos, pero sabía que al señor Dalton se le agotaría la

paciencia si me veía tan pronto en el patio. No es que si se la juegas se ponga furioso,

pero entra en un mutismo absoluto y no vuelve a hablarte en una eternidad, y eso es casi

peor que tener que soportar cuatro gritos.

Así que allí estaba yo, tarareando, mirando el reloj, esperando. Entonces oí que

alguien

...

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