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El Poder Del Dinero


Enviado por   •  10 de Septiembre de 2012  •  2.687 Palabras (11 Páginas)  •  868 Visitas

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EL PODER DEL DINERO.

Martí Olivella.

Índice

Prólogo de Joahn Galtung.

Presentación.

Introducción.

La plutarquía y otros relatos.

Capítulo 1. La monetización humana.

Un origen poco claro.

Merced, mercado, moneda.

Capítulo 2. Arma sutil.

Capítulo 3. Las dos caras de la moneda.

Capítulo 4. El buen uso de los instrumentos.

Capítulo 5. Aristóteles contra Platón.

Capítulo 6. La imparable abstracción.

Capítulo 7. El reino de las tinieblas.

Los magos del dinero.

El sistema bancario: juez y parte.

En los sótanos.

Capítulo 8. Impunidad y desorden.

Primera parte.

Segunda parte.

Tercera parte.

Conclusión.

Capítulo 9. La sutil servidumbre de la cultura.

Capítulo 10. El retorno al Edén.

Capítulo 11. Dar la cara.

Primer aspecto: la responsabilización.

Segundo aspecto: más allá del mercantilismo y de la planificación.

Tercer aspecto: ciencia neo económica.

Capítulo 12. De la arcilla al silicio, pasando por el oro y el papel .

Capítulo 13. Agilidad y exactitud.

Capítulo 14. ¿Qué opción?.

Capítulo 15. No hay retorno: la condena de Occidente.

Capítulo 16. Ni cielo ni infierno.

Países exportadores, pero con mercado interior reducido.

Intercambios internacionales.

Países de transición al capitalismo real.

Capítulo 17. La monética: tentación o reto.

Capítulo 18. Domar el toro.

Capítulo 19. Imaginemos que...

Capítulo 20. Cambiar la llave para abrir la puerta.

Resumen: las 20 tesis.

Epílogo: el cambio del cambio.

Anexo: Plan Anticorrupción. Propuestas para un Régimen de Transparencia.

Anexo: ejemplos de invención bancaria de dinero.

Prólogo

por Johan Galtung.

Martí Olivella ha escrito un libro importante. Se ha adentrado en un camino en el que ángeles... Dinero, dinero como tal. Nos da sus análisis, sus pronósticos y sus proposiciones para posibles remedios. Plantea innovaciones sociales radicales que, como él mismo expone, no se aceptarán con facilidad. Aunque lo mínimo que puede pasar es que se suscite un debate social sobre uno de los fenómenos más importantes de nuestro tiempo; la conversión masiva de «dinero en moneda» y «papel dinero» en «dinero de plástico».

Cada día los medios de comunicación nos proporcionan noticias sobre el poder del dinero en la economía mundial. Por un lado tenemos la creación de valores, de «bienes y servicios», aunque siempre encontramos aspectos de «malos y antiservicios» escondidos en su producción, distribución o consumo, agregados a los escondidos efectos secundarios positivos. En otras palabras, las externalidades. Pongamos que la economía real es R, y que hay otra economía, F, la economía financiera, que consiste en toda clase de instrumentos de finanzas, entre los cuales está el dinero. En R y F hay estancamientos y movimientos, con F moviéndose en dirección contraria o R pagando supuestamente por los servicios y bienes de R. Con sólo mirar un escaparate de cualquier tienda vemos a R moviéndose desde los estantes hasta el cliente y a F moverse desde el cliente hasta el cajero. Evidentemente, el cliente también puede pagar con R; no es imprescindible recurrir al dinero, al fin y al cabo el trueque aún es muy importante aunque puede que más en el sector de servicios, «yo hago algo para ti y tú haces algo para mí», que en el de los bienes.

Luego está la tercera posibilidad: los intercambios dentro de F; una economía financiera, instrumentos financieros de compraventa, independientes de la economía real. Es evidente que si R está en baja forma porque se produce poco en bienes y servicios o porque lo que se produce es de mala calidad, entonces una economía financiera dinámica puede ayudar: creación de algunos créditos aquí y allá, poner dinero en manos del consumidor para facilitar la compraventa que a su vez puede generar beneficios que se pueden invertir en una producción mejor y más abundante.

Pero una economía financiera extremadamente dinámica despierta una gran tentación: hacer dinero comprando y vendiendo instrumentos financieros, subir sus precios, incluyendo el precio del dinero por encima del tiempo (tipos de interés) y por encima del espacio (tipos de intercambio), y el precio del capital y de las finanzas (tipos, en general). En otras palabras, la especulación. Si R se arrastra desesperadamente detrás, entonces F ya no es un reflejo de R. Y el resultado puede ser un fracaso del intercambio de capital o como mínimo una economía muy entorpecida, con inflación y otros fenómenos difíciles de controlar.

Esto ya es suficientemente problemático. Pero Olivella destaca otro aspecto: instrumentos financieros anónimos versus instrumentos financieros identificables. Fijémonos en el dinero en monedas o en los cheques bancarios: ¿qué nos pueden contar, sobre todo en sociedades donde predomina una circulación de dinero muy rápida? Pero ahí están, sin dejar huella alguna ni contar con ninguna huella. Bueno, a veces las huellas son útiles para los detectives, y los números, sobre todo cuando son consecutivos, también pueden aportar alguna información. De ahí la necesidad de «blanquear» el dinero, de deshacerse de cualquier huella. Pero en principio el dinero no tiene ninguna historia porque no tiene memoria, y empieza cada transacción fresco, como si se usara por primera vez.

Pero esto no sucede con el dinero de plástico. No sólo se puede registrar quién, a quién y por qué, sino también cuándo y dónde, con la claridad del extracto mensual de Diner’s Club, Eurocard, American Express y Visa. Lo único que falta es el porqué, es decir, la motivación que hay detrás de cada operación. Pero es una cuestión que normalmente puede deducirse bastante bien a través de la otra información, haciendo posible la confección del perfil del usuario (dejé a algunas de estas compañías cuando descubrí que habían vendido perfiles de los consumidores a otros ¡a cambio de sus esfuerzos comerciales!).

Aquí es donde entra la terrorífica ambigüedad del dinero de plástico. La operación se convierte en historia. La evidencia de la transacción esta allí; al fin y al cabo se trata de hacer pagar al comprador, tanto si se trata del plástico de una tarjeta de un banco como de una tarjeta de crédito. En principio, esto tendría que agudizar el sentido de la responsabilidad cuando se hace la operación, por lo menos por el mero temor de ser descubierto

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