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Enviado por sandyy • 7 de Abril de 2012 • 2.536 Palabras (11 Páginas) • 395 Visitas
las intenciones morales (o inmorales) han constituido en toda filosofía el auténtico germen vital del que
ha brotado siempre la planta entera. De hecho, para aclarar de qué modo han tenido lugar propiamente las
afirmaciones metafísicas más remotas de un filósofo es bueno (e inteligente) comenzar siempre preguntándose:
¿a qué moral quiere esto (quiere él -) llegar? Yo no creo, por lo tanto, que un «instinto de conocimiento
» sea el padre de la filosofía, sino que, aquí como en otras partes, un instinto diferente se ha servido
del conocimiento (¡y del desconocimiento!) nada más que como de un instrumento.
Pero quien examine los
instintos fundamentales del hombre con el propósito de saber hasta qué punto precisamente ellos pueden
haber actuado aquí como genios (o demonios o duendes -) inspiradores encontrará que todos ellos han
hecho ya alguna vez filosofía, - y que a cada uno de ellos le gustaría mucho presentarse justo a sí mismo
como finalidad última de la existencia y como legítimo señor de todos los demás instintos. Pues todo instinto
ambiciona dominar: y en cuanto tal intenta filosofar.
En verdad, las cosas son completamente distintas: ¡mientras simuláis
leer embelesados el canon de vuestra ley en la naturaleza, lo que queréis es algo opuesto, vosotros extraños
comediantes y engañadores de vosotros mismos! Vuestro orgullo quiere prescribir e incorporar a la
naturaleza, incluso a la naturaleza, vuestra moral, vuestro ideal, vosotros exigís que ella sea naturaleza «según
la Estoa» y quisierais hacer que toda existencia existiese tan sólo a imagen vuestra - ¡cual una gigantesca
y eterna glorificación y generalización del estoicismo! estoicismo es tiranía de sí mismo
la filosofía
es ese instinto tiránico mismo, la más espiritual voluntad de poder, de «crear el mundo», de ser causa prima
[causa primera].
Kant ha ejercido sobre la filosofía alemana y, en particular, por resbalar prudentemente sobre el valor que
él se atribuyó a sí mismo. Kant estaba orgulloso, ante todo y en primer lugar, de su tabla de las categorías;
con ella en las manos dijo: «Esto es lo más difícil que jamás pudo ser emprendido con vistas a la metafísica
». - ¡Entiéndase bien, sin embargo, ese «pudo ser»!, él estaba orgulloso de haber descubierto en el hombre
una facultad nueva, la facultad de los juicios sintéticos a prioriAun suponiendo que en esto se haya
engañado a sí mismo
los juicios sintéticos a priori
no deberían «ser posibles» en absoluto: nosotros no tenemos ningún derecho a ellos, en nuestra boca son
nada más que juicios falsos. Sólo que, de todos modos, la creencia en su verdad es necesaria, como una
creencia superficial y una apariencia visible pertenecientes a la óptica perspectivista de la vida.
Y así como hemos de admitir
que el sentir, y desde luego un sentir múltiple, es un ingrediente de la voluntad, así debemos admitir
también, en segundo término, el pensar: en todo acto de voluntad hay un pensamiento que manda; - ¡y no se
crea que es posible separar ese pensamiento de la «volición», como si entonces ya sólo quedase voluntad!
En tercer término, la voluntad no es sólo un complejo de sentir y pensar, sino sobre todo, además, un afecto:
y, desde luego, el mencionado afecto del mando.
Lo que se llama «libertad de la voluntad» es esencialmente
el afecto de superioridad con respecto a quien tiene que obedecer: «yo soy libre, ‘él’ tiene que obedecer
» - en toda voluntad se esconde esa consciencia
Un hombre que realiza una volición - es alguien que da una
orden a algo que hay en él, lo cual obedece, o él cree que obedece.
La causa sui [causa de sí mismo] es la mejor autocontradicción excogitada hasta ahora, una especie de violación
y acto contra natura lógicos: pero el desenfrenado orgullo del hombre le ha llevado a enredarse de
manera profunda y horrible justo en ese sinsentido. La aspiración a la «libertad de la voluntad», entendida
en aquel sentido metafísico y superlativo que por desgracia continúa dominando en las cabezas de los semiinstruidos,
la aspiración a cargar uno mismo con la responsabilidad total y última de sus acciones, y a descargar
de ella a Dios, al mundo, a los antepasados, al azar, a la sociedad, equivale, en efecto, nada menos
que a ser precisamente aquella causa su¡ [causa de sí mismo] y a sacarse a sí mismo de la ciénaga de la
nada y a salir a la existencia a base de tirarse de los cabellos, con una temeridad aún mayor que la de
Münchhausen.
ME KEDE EN LA PAGINA 10 =)
Pues el hombre indignado, y todo aquel que con sus propios
dientes se despedaza y desgarra a sí mismo (o, en sustitución de sí mismo, al mundo, o a Dios, o a la sociedad),
ése quizá sea superior, según el cálculo de la moral, al sátiro reidor y autosatisfecho, pero en todos los
demás sentidos es el caso más habitual, más indiferente, menos instructivo. Y nadie miente tanto como el
indignado.
Es cosa de muy pocos ser independiente: - es un privilegio de los fuertes. Y quien intenta serlo sin tener
necesidad, aunque tenga todo el derecho a ello, demuestra que, probablemente, es no sólo fuerte, sino temerario
hasta el exceso.
Desde luego: una funesta superstición nueva, una peculiar estrechez de la interpretación
lograron justo por esto conquistar el dominio: se interpretó la procedencia de una acción, en el
sentido más preciso del término, como procedencia derivada de una intención; se acordó creer que el valor
de una acción reside en el valor de su intención. La intención, considerada como procedencia y prehistoria
enteras de una acción: bajo este prejuicio se ha venido alabando, censurando, juzgando, también filosofando,
casi hasta nuestros días.
La creencia en «certezas inmediatas» es una
ingenuidad moral que nos honra a nosotros los filósofos: pero - ¡nosotros no debemos ser hombres «sólo
morales»! ¡Prescindiendo de la moral, esa creencia es una estupidez que nos honra poco!
La «verdad», la búsqueda de la verdad, son cosas difíciles;
y si el hombre se comporta aquí de un modo demasiado humano - il ne cherche le vrai que pour faire
de bien [no
...