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LEYENDAS ECUATORIANAS


Enviado por   •  1 de Junio de 2013  •  4.465 Palabras (18 Páginas)  •  812 Visitas

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La Tacona

En Esmeraldas, en un terreno baldío, se encuentra una joven de cabello rubio con un sujeto, es imposible ver la cara del hombre por la oscuridad de la noche. Ella está arrinconada y el hombre la está tomando de los brazos violentamente, la pone de frente contra el suelo y la viola. Por el rostro de la muchacha caen lágrimas.

La muchacha rubia está en el baño de su casa, se mira al espejo, su vestido blanco está completamente manchado de tierra y continúa con su llanto. Entra a la ducha y cuando sale se está arreglando y poniendo maquillaje, utiliza un delineador fuerte que resalta sus ojos verdes y se pone un labial rojo. En voz alta, se dice a sí misma, mirándose en el espejo, que no dejará que ningún hombre la lastime otra vez.

La muchacha entra en una covacha, los hombres del lugar miran su bello rostro maquillado y su rubio y largo cabello ondulado, su esbelta figura que resalta en un pequeño vestido rojo, sus largas piernas y sus pies que destacan con unas sandalias negras con tacos muy altos. La saludan algunos chicos por el sobrenombre de “Tacona”. Ella los saluda y toma algunos tragos mientras bailan en grupo. A la distancia le atrae un muchacho, lo mira de reojo y observa que el chico saluda, baila y besa a algunas chicas a lo largo de la noche y que está borracho.

La siguiente noche, la Tacona regresa al mismo lugar y mira al muchacho nuevamente besando a distintas chicas a lo largo de la noche. Después de unos tragos, se acerca y lo invita a bailar. Él, algo nervioso, la invita a un trago. Ella acepta y bailan el resto de la noche. Él le propone ir a la playa para estar a solas y ella asiente con la cabeza.

Los chicos están caminando por la playa, La Tacona lleva en una mano sus tacos y con la otra sostiene la mano de él que intenta mantener el equilibrio mientras caminan. Han caminado bastante y ya no se ve la covacha. Paran en un sitio y se besan. Él intenta sobrepasarse y ella se enoja; sin embargo, se siguen besando. El muchacho está con los ojos cerrados, los abre y con terror mira que la muchacha que está besando es un cadáver putrefacto, la empuja y corre por la playa gritando.

Ella se desmorona en la arena y llora desesperadamente. Se levanta, continúa con un llanto descontrolado, camina bastante hasta llegar a un cementerio, encuentra su tumba y se recuesta sobre ella.

Tiempo después, el joven, ya convertido en hombre con canas en su cabello, está en la tumba de la Tacona. Arrodilladlo, pone una rosa roja sobre la tumba, en su mano se ve un anillo de matrimonio. Caen lágrimas por sus ojos y le dice que aquella noche su vida cambio, que después del incidente recapacitó sobre el rumbo de su vida y que gracias a ella dejó de tomar y utilizar a las mujeres.

Siente una palmada en el hombro que interrumpe lo que estaba haciendo y una voz femenina le susurra: “eso era lo que quería oír.” Él regresa a ver y observa la espalda de una mujer rubia con un pequeño vestido rojo que se aleja del lugar.

El Cristo de los Andes - La leyenda de Caspicara

Los sacerdotes de la Compañía de Jesús no podían creerlo. Manuel Chili, el pequeño niño indígena que se colgaba y correteaba por los andamios y pasadizos de la iglesia mayor de los jesuitas en Quito de pronto se había convertido en un gran artista.

Sorprendidos por la habilidad artesanales demostrada por el joven, los jesuitas decidieron tomar a su cargo la educación, darle vivienda, comida y un poco de dinero ya que en ese entonces los artesanos no gozaban del mismo trato que los reconocidos como verdaderos artistas.

Además del apoyo, los padres de La Compañía lo pusieron a cargo del gran escultor Bernardo de Legarda para que puliera las aptitudes de Manuel para que mejorara su técnica en la escultura y la pintura. Así nació el gran Caspicara, uno de los mayores exponentes de la Escuela Quiteña.

Manuel Chili, empezó a ser reconocido bajo el seúdónimo de Caspicara, que en quichua significa «cara de palo» quizá por su destreza para convertir la madera en asombrosas obras de arte. Caspicara vivía entregado a sus obras trabajaba hasta 12 horas diarias siempre sobre andamios y cerca de bordes peligrosos. Este constante trabajo por lo alto le originó un intenso miedo a las alturas. Cuentan que debido a esta fobia, Caspicara permanecía varias horas en silencio y con los ojos cerrados y esto terminaba por enfurecer al capellán de la iglesia que creía equivocadamente que Manuel dormía en lugar de trabajar.

La fama de artista se extendió por todo el nuevo y viejo mundo. Sus obras comenzaron a valorarse en muchos pesos de oro y sus imágenes de santos, cristos y vírgenes decoraban iglesias de todo nuestro país y también de Colombia, Perú, Venezuela y España. Es tanta la belleza y el realismo que ha impreso Caspicara en su obra que no han faltado quienes además les han agregado propiedades milagrosas.

Actualmente es difícil poner un precio a las obras de Manuel Chili ya que, por un lado, superarían los varios millones de dólares, mientras que por otro, son invaluables en tanto que son patrimonio cultural del Ecuador.

Como sucede con muchos artistas, Caspicara murío en la miseria más triste, abandonado en la soledad de un hospicio y despreciado por sus contemporáneos.

El padre Almeida

En el convento de San Diego vivía hace algunos siglos un joven sacerdote, el padre Almeida, cuya particularidad era su afición al aguardiente y la juerga.

Cada noche, el padre Almeida sigilosamente iba hacia una pequeña ventana que daba a la calle, pero como ésta se hallaba muy alta, él subía hasta ella apoyándose en la escultura de un Cristo yaciente.

Se dice que el Cristo, cansado del diario abuso, cada noche le preguntaba al juerguista: "hasta cuando padre Almeida"?a lo que él respondía: "hasta la vuelta, Señor"

Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo festivo y el aguardiente corría por su garganta sin control alguno? con los primeros rayos del sol volvía al convento.

Aparentemente, los planes del padre Almeida eran seguir en ese ritmo de vida eternamente, pero el destino le jugó una broma pesada que le hizo cambiar definitivamente. Una madrugada, el sacerdote volvía tambaleándose por las empedradas calles quiteñas rumbo a su morada, cuando de pronto vio que un cortejo fúnebre se aproximaba.

Le pareció muy extraño este tipo de procesión a esa hora y como era curioso, decidió ver en el interior del ataúd, y al acercarse observó su cuerpo en el féretro.

El susto le quitó la borrachera. Corrió como un loco al convento, del que nunca volvió a escaparse para ir de juerga.

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