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Poesia Mexicana


Enviado por   •  11 de Septiembre de 2011  •  2.287 Palabras (10 Páginas)  •  715 Visitas

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La Raza de Bronce

Señor, deja que diga la gloria de tu raza,

la gloria de los hombres de bronce, cuya maza

melló de tantos yelmos y escudos la osadía:

!oh caballeros tigres!, oh caballeros leones!,

!oh! caballeros águilas!, os traigo mis canciones;

!oh enorme raza muerta!, te traigo mi elegía.

II

Aquella tarde, en el Poniente augusto,

el crepúsculo audaz era en una pira

como de algún atrida o de algún justo;

llamarada de luz o de mentira

que incendiaba el espacio, y parecía

que el sol al estrellar sobre la cumbre

su mole vibradora de centellas,

se trocaba en mil átomos de lumbre,

y esos átomos eran las estrellas.

Yo estaba solo en la quietud divina

del Valle. ¿Solo? ¡No! La estatua fiera

del héroe Cuauhtémoc, la que culmina

disparando su dardo a la pradera,

bajo del palio de pompa vespertina

era mi hermana y mi custodio era.

Cuando vino la noche misteriosa

—jardín azul de margaritas de oro—

y calló todo ser y toda cosa,

cuatro sombras llegaron a mí en coro;

cuando vino la noche misteriosa

—jardín azul de margaritas de oro—.

Llevaban una túnica espledente,

y eran tan luminosamente bellas

sus carnes, y tan fúlgida su frente,

que prolongaban para mí el Poniente

y eclipsaban la luz de las estrellas.

Eran cuatro fantasmas, todos hechos

de firmeza, y los cuatro eran colosos

y fingían estatuas, y sus pechos

radiaban como bronces luminosos.

Y los cuatro entonaron almo coro...

Callaba todo ser y toda cosa;

y arriba era la noche misteriosa

jardín azul de margaritas de oro.

III

Ante aquella visión que asusta y pasma,

yo, como Hamlet, mi doliente hermano,

tuve valor e interrogué al fantasma;

mas mi espada temblaba entre mi mano.

—¿Quién sois vosotros, exclamé, que en presto

giro bajáis al Valle mexicano?

Tuve valor para decirles esto;

mas mi espada temblaba entre mi mano.

—¿Qué abismo os engendró? ¿De qué funesto

limbo surgís? ¿Sois seres, humo vano?

Tuve valor para decirles esto;

mas mi espada temblaba entre mi mano.

—Responded, continué. Miradme enhiesto

y altivo y burlador ante el arcano.

Tuve valor para decirles esto;

¡mas mi espada temblaba entre mi mano...!

IV

Y un espectro de aquéllos, con asombros

vi que vino hacia mí, lento y sin ira,

y llevaba una piel sobre los hombros

y en las pálidas manos una lira;

y me dijo con voces resonantes

y en una lengua rítmica que entonces

comprendí: —«¿Que quiénes somos? Los gigantes

de una raza magnífica de bronces.

»Yo me llamé Netzahualcóyotl y era

rey de Texcoco; tras de lid artera,

fui despojado de mi reino un día,

y en las selvas erré como alimaña,

y el barranco y la cueva y la montaña

me enseñaron su augusta poesía.

»Torné después a mi sitial de plumas,

y fui sabio y fui bueno; entre las brumas

del paganismo adiviné al Dios Santo;

le erigí una pirámide, y en ella,

siempre al fulgor de la primera estrella

y al son del huéhuetl, le elevé mi canto.»

V

Y otro espectro acercóse; en su derecha

levaba una macana, y una fina

saeta en su carcaje, de ónix hecha;

coronaban su testa plumas bellas,

y me dijo: —«Yo soy Ilhuicamina,

sagitario del éter, y mi flecha

traspasa el corazón de las estrellas.

»Yo hice grande la raza de los lagos,

yo llevé la conquista y los estragos

a vastas tierras de la patria andina,

y al tornar de mis bélicas porfías

traje pieles de tigre, pedrerías

y oro en polvo... ¡Yo soy Ilhuicamina!»

VI

Y otro espectro me dijo: —«En nuestros cielos

las águilas y yo fuimos gemelos:

¡Soy Cuauhtémoc! Luchando sin desmayo

caí... ¡porque Dios quiso que cayera!

Mas caí como águila altanera:

viendo al sol, y apedreada por el rayo.

»El español martirizó mi planta

sin lograr arrancar de mi garganta

ni un grito, y cuando el rey mi compañero

temblaba entre las llamas del brasero:

—¿Estoy yo, por ventura, en un deleite?,

le dije, y continué, sañudo y fiero,

mirando hervir mis pies en el aceite...»

VII

Y el fantasma postrer llegó a mi lado:

no venía del fondo del pasado

como los otros; mas del bronce mismo

era su pecho, y en sus negros ojos

fulguraba, en vez de ímpetus y arrojos,

la tranquila frialdad del heroísmo.

Y parecióme que aquel hombre era

sereno como el cielo en primavera

y glacial como cima que acoraza

la nieve, y que su sino fue, en la Historia,

tender puentes de bronce entre la gloria

de la raza de ayer y nuestra raza.

Miróme con su límpida mirada,

y yo le vi sin preguntarle nada.

Todo estaba en su enorme frente escrito:

la hermosa obstinación de los castores,

la paciencia divina de las flores

y la heroica dureza del granito...

¡Eras tú, mi Señor; tú que soñando

estás en el panteón de San Fernando

bajo el dórico abrigo en que reposas;

eras tú, que en tu sueño peregrino,

ves marchar a la Patria en su camino

rimando risas y regando rosas!

Eras tú, y a tus pies cayendo al verte:

—Padre, te murmuré, quiero ser fuerte:

dame tu fe, tu obstinación extraña;

quiero ser como tú, firme y sereno;

quiero ser como tú, paciente y bueno;

quiero ser como tú, nieve y montaña.

Soy una chispa; ¡enséñame a ser lumbre!

Soy un gujarro; ¡enséñame a ser cumbre!

Soy una linfa: ¡enséñame a ser río!

Soy un harapo: ¡enséñame a ser gala!

Soy una pluma: ¡enséñame a ser ala,

y que Dios te bendiga, padre mío!.

VIII

Y hablaron tus labios, tus labios benditos,

y así respondieron a todos mis gritos,

a todas mis ansias: —«No hay

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