La Fijación De La Creencia
chungunga15 de Octubre de 2012
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I. Ciencia y lógica
1. Hay pocas personas que se preocupen de estudiar lógica, porque todo el mundo se considera lo suficientemente experto ya en el arte de razonar. Observo, sin embargo, que esta satisfacción se limita a la capacidad de raciocinio de uno mismo, no extendiéndose a la de los demás hombres.
2. La posesión plena de nuestra capacidad de extraer inferencias, la última de todas nuestras capacidades, es algo que hay que alcanzar, ya que no es tanto un don natural como una arte prolongado y difícil. La historia de su práctica constituiría un importante tema para un libro. Los escolásticos medievales, siguiendo a los romanos, considerándola como muy fácil, hicieron de la lógica el primero de los estudios de un niño después de la gramática. Así es como la entendieron. El principio fundamental para ellos era el de que todo conocimiento reposa bien sobre la autoridad, bien sobre la razón; pero que todo lo que se deduce por la razón depende, en última instancia, de una premisa derivada de la autoridad. Consiguientemente, tan pronto como un niño dominaba perfectamente el procedimiento silogístico se consideraba que había completado ya su pertrechamiento intelectual.
3. Para aquella admirable mente que fue Roger Bacon, casi un científico en la mitad del siglo XIII, la concepción que los escolásticos tenían del raciocinio representaba estrictamente un obstáculo a la verdad. El vio que sólo la experiencia enseña algo, una proposición ésta que a nosotros nos parece fácil de entender, pues desde generaciones nos ha sido transmitido un concepto diferenciado de experiencia; pero que a él le pareció por igual perfectamente clara porque no se habían presentado aún sus dificultades. De todos los tipos de experiencia pensó que el mejor era el de la luz interior, ya que enseña muchas cosas sobre la naturaleza que los sentidos exteriores no podrían nunca descubrir, tal como la transubstanciación del pan.
4. Cuatro siglos después, el Bacon más célebre, en el primer libro de su Novum Organum, daba una clara explicación de la experiencia como algo que tenía que estar abierto a verificación y comprobación. Pero si bien la idea de Lord Bacon era superior a otras anteriores, con todo a cualquier lector moderno que no se deje impresionar por su grandilocuencia le chocará enormemente lo inadecuado de su concepción del proceder científico. ¡Vaya idea, la de que basta con realizar algunos rudos experimentos para plasmar esquemas de los resultados en algunas fórmulas vacías, proceder metódicamente con estas comprobando todo lo desaprobado y estableciendo las alternativas, y que en pocos años se completaría así la ciencia física! Bacon, en efecto, como dijo aquel científico genuino que fue Harvey, "escribió sobre la ciencia como un Lord Canciller"5.
5. Los primeros científicos, Copérnico, Tycho Brahe, Kepler6, Galileo, Harvey y Gilbert, utilizaron métodos más parecidos a los de sus colegas modernos. Kepler se planteó trazar una curva que uniese las diferentes posiciones de Marte7 y establecer los tiempos que tardaba el planeta en describir las diferentes partes de esa curva; pero quizá su mayor servicio a la ciencia fue el de grabar en la mente de los hombres que lo que había que hacer, si querían progresar en astronomía, no era limitarse a investigar si un sistema de epiciclos era mejor que otro, sino que había que ceñirse a los números y averiguar cuál era en realidad la curva. Lo consiguió gracias a su incomparable valor y energía, procediendo, del modo más inconcebible (para nosotros), de una hipótesis irracional a otra, hasta que después de probar hasta veintidós fue a parar, por mero agotamiento de su imaginación, a la órbita que cualquier mente bien pertrechada de las armas de la lógica moderna hubiese probado desde un principio8.
6. Por lo mismo, toda obra científica lo suficientemente importante como para que se la tenga que recordar durante unas pocas generaciones constituye un cierto ejemplo de los defectos del arte de razonar de la época en que fue escrita; y cada paso importante en la historia de la ciencia ha sido una leccion de logica. Lo fue cuando Lavoisier y sus contemporáneos emprendieron el estudio de la química. La vieja máxima del químico había sido "Lege, lege, lege, labora, ora, et relege". El método de Lavoisier no fue leer y orar, sino soñar que un cierto proceso químico, largo y complicado, debería tener un cierto efecto, ponerlo en práctica con monótona paciencia, soñar tras su inevitable fracaso que con una cierta modificación daría lugar a otro resultado, y terminar publicando el último sueño como un hecho: lo peculiar suyo fue llevar su mente al laboratorio y hacer literalmente de sus alambiques y retortas instrumentos del pensamiento, dando una nueva concepción del razonar como algo que había que hacer con los ojos abiertos, manipulando cosas reales en lugar de palabras y quimeras.
7. La controversia darwiniana, es, en buena parte, una cuestión de lógica. El señor Darwin propuso aplicar el método estadístico a la biología9. Se había hecho lo mismo en una rama radicalmente distinta de la ciencia, en la teoría de los gases. Aun cuando Clausius y Maxwell sobre la base de una cierta hipótesis relativa a la constitución de esta clase de cuerpos no estaban en situación de afirmar cuáles serían los movimientos de cualquier molécula particular de gas, con todo mediante la aplicación de la teoría de las probabilidades, ocho años antes de la publicación de la inmortal obra de Darwin10, sí fueron capaces de predecir que a la larga y bajo circunstancias dadas tal y tal proporción de moléculas adquirirían tales y tales velocidades; que en cada segundo tendrían lugar tal y tal cantidad relativa de colisiones, etc.; pudiendo deducir a partir de estas proposiciones ciertas propiedades de los gases, especialmente en relación a sus relaciones caloríficas. De la misma manera, Darwin, si bien no podía afirmar cuál sería la operación de variación y selección natural en cualquier caso individual, con todo demuestra que a la larga adaptarán, o deberían adaptar los animales a sus circunstancias. El que las formas animales existentes se deban o no a dicha acción, o cuál es la posición que la teoría debiera adoptar, es algo que constituye el contenido de una discusión en la que se entrelazan curiosamente cuestiones de hecho y de lógica.
II. Principios y directrices
8. El objeto de razonar es averiguar algo que no conocemos a partir de lo que ya conocemos. Consecuentemente, razonar es bueno si es tal que da lugar11 a una conclusión verdadera a partir de premisas verdaderas, y no a otra cosa. La cuestión de la validez es así algo puramente de hecho y no de pensamiento. Si A son los hechos enunciados en las premisas y B lo concluido, la cuestión es si estos hechos están relacionados de tal manera que si A entonces generalmente B. Si es así, la inferencia es válida; si no, no. La cuestión no es en lo más mínimo la de si al aceptar la mente las premisas sentimos o no también un impulso a aceptar la conclusión. Es verdad que en general por naturaleza razonamos correctamente. Pero esto es accidental; la conclusión verdadera seguiría siendo verdadera aun cuando careciéramos de todo impulso a aceptarla; y la falsa seguiría siendo falsa, aun cuando no pudiésemos resistir la tendencia a creer en ella.
9. Sin duda, en lo fundamental, somos animales lógicos, pero no de un modo perfecto. La mayoría de nosotros, por ejemplo, somos más propensos a ser confiados y optimistas de lo que justificaría la lógica. Parece que estamos constituidos de manera tal que nos sentimos felices y autosatisfechos en ausencia de hechos por los que guiarnos; de manera que el efecto de la experiencia es el de contraer continuamente nuestras esperanzas y aspiraciones. Con todo, toda una vida aplicando este correctivo no es habitualmente suficiente para erradicar nuestra confiada disposición. Es probable que nuestro optimismo resulte extravagante ahí donde nuestra esperanza no esté contrastada por experiencia alguna. La logicidad en cuestiones prácticas (si se entiende esto no en el viejo sentido, sino como consistiendo en una sabia unión de la seguridad con lo fructífero del razonar) es la cualidad más útil que puede poseer un animal, y por tanto puede derivarse de la acción de la selección natural; pero fuera de esto probablemente es más ventajoso para el animal tener la mente llena de visiones estimulantes y placenteras, al margen de su verdad; y es así por lo que la selección natural, en temas no prácticos, puede dar lugar a una tendencia falaz del pensamiento12.
10. Lo que nos determina a extraer, a partir de premisas dadas, una inferencia más bien que otra es un cierto hábito de la mente, sea constitucional o adquirido. El hábito es bueno o no, según produzca conclusiones verdaderas o no a partir de premisas verdaderas; y una inferencia se considera válida o no, no especialmente por referencia a la verdad o falsedad de sus conclusiones, sino en la medida en que el hábito que la determina es tal como para en general producir o no conclusiones verdaderas. El hábito particular de la mente que gobierna esta o aquella inferencia puede formularse en una proposición cuya verdad depende de la validez de las inferencias que el hábito determina; y a esta fórmula se le llama un principio directriz de la inferencia. Supongamos, por ejemplo, que observamos que un disco de cobre en rotación se detiene rápidamente cuando lo situamos entre los polos de un imán, e inferimos entonces que lo mismo sucederá con todo disco de cobre. El principio directriz es que lo que es verdad de un disco de cobre lo es también
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