La Historia Y El Pensamiento Militar Venezolano
Enviado por • 9 de Junio de 2014 • Ensayos • 3.804 Palabras (16 Páginas) • 390 Visitas
LA HISTORIA Y EL PENSAMIENTO MILITAR VENEZOLANO
LA CRISIS HISTÓRICA ACTUAL DE LA HUMANIDAD.
La realidad actual del sociosistema lo coloca en una situación que el filósofo español José
Ortega y Gasset califica como “crisis histórica”. Es un momento en el movimiento de
cambio de la humanidad en el cual los valores y las relaciones que estos generaron pierden
su significado sin que se encuentren sustitutos que permitan delinear una nueva estructura
que ordene la vida del hombre en el planeta. Como en anteriores circunstancias han sido los
avances en el campo del conocimiento, con el correspondiente desarrollo de nuevas
tecnologías, lo que perturbó significativamente desde principios del Siglo XX, el orden
mundial. Indudablemente el desarrollo de la física quántica, que implicó la implantación de un
nuevo paradigma científico, ocasionó una revolución de similares consecuencias a las que
tuvo la revolución científica del Renacimiento Europeo. Si éste desarrolló la mecánica con la
consiguiente aparición de las máquinas, la nueva revolución generó la tecnología digital, la
informática y la genética, que le han dado al hombre un control casi absoluto sobre toda
forma de vida. Las técnicas derivadas de estas tecnologías han originado transformaciones
profundas en la política, en la economía, en la ética y en la religión que han desestabilizado
no solamente el sociosistema, sino también el sistema ecológico, base de la vida humana.
Es tal el desbalance que se ha producido que la brecha existente en el Siglo XVIII entre
países ricos y pobres que era equivalente a cinco veces sus ingresos, para el año 2000
alcanzó a trescientas noventa veces. La población mundial en el año 1800 estimada en
1.000 millones, pasó en el año 2000 a 6.000 millones. Y se han duplicado las expectativas
de vida que pasaron de treinta años para 1800, a sesenta y cinco años para el año 2000.
Desde luego, todo con un impacto negativo en los recursos renovables y no renovables que
ofrece el ecosistema.
LA CRISIS HISTÓRICA Y LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA DE VENEZUELA.
En esta coyuntura de incertidumbre se origina en Venezuela, en 1992, la Revolución
Bolivariana, que lleva al control del poder público a los sectores indómitos que resistían
activa o pasivamente el esquema de dominación ejercido directamente por los miembros de
los enclaves de desarrollo secundario, agregados en la llamada “sociedad civil” e
indirectamente por la elite globalizada que domina la política internacional (unos 1.000
millones de personas, que configuran lo conocido como “economías intervinculadas”). Este
movimiento expresa a lo interno del país una aspiración del sistema político nacional de
recuperación de su equilibrio, perturbado severamente durante la década de los setenta por
la crisis petrolera internacional. Refleja el viejo dilema que mueve la historia en el cual a la
fuerza de la inercia que tiende a mantener las estructuras, se le enfrenta el deseo de
diferenciación del estado existente materializado en un nuevo estado. En cierta forma, la
dinámica generada ha permitido un renacimiento del pensamiento humanista renovador
contenido en el ideal independentista, que está enfrentando a las fuerzas conservadoras
nacionales e internacionales con su orientación darwinista. Se contrapone a la visión
simplista de la universalización de una cultura única con la óptica compleja del pluralismo
cultural que respeta la riqueza de la variedad. En el plano netamente estratégico la actual
situación venezolana ha establecido una relación dialéctica entre el poder concentrado en los
actores políticos dominantes y el poder difuso distribuido en las organizaciones sociales
populares, nacionales y transnacionales. Es una interacción que se realiza dentro del marco
de las ya mencionadas “guerras de cuarta generación”. Esta nueva concepción de la confrontación militar, resultado de la crisis histórica en la cual
se vive, reemplaza casi totalmente las viejas nociones de la acción bélica, específicamente
las ideas que informan sobre esta conducta en la era moderna. En esta etapa histórica –la
modernidad- la lógica de la guerra, utilizando la máquina como herramienta fundamental
para su realización, conducía a tres categorías de acciones: la destinada a la destrucción o
neutralización de las fuerzas militares enemigas; la ocupación del territorio del adversario; y,
la acción política de la imposición de la voluntad del vencedor sobre el vencido a través de la
capitulación. Correspondía este proceso, a una acción social en la cual era posible
diferenciar los combatientes militares de los civiles no combatientes y el espacio del Teatro
de Operaciones, donde se realizaban los encuentros y la batalla, de los espacios dedicados
a la actividad civil. Se trataba de un juego con reglas establecidas expresadas por el
derecho a la guerra y el derecho en la guerra, integrantes del cuerpo de normas que
regulan las relaciones entre los estados y conforman el derecho internacional público. Esas
ideas fueron las que orientaron el Pensamiento Militar venezolano, en particular, y en general
la filosofía de la guerra a escala global. Se incluía dentro de las operaciones militares tanto
las acciones llamadas convencionales como aquellas denominadas irregulares, siempre que
ellas estuviesen dirigidas contra los combatientes enemigos. Las acciones realizadas contra
objetivos civiles, constituían actos de “lessa humanidad” y eran por lo menos objeto de
sanciones morales. La Segunda Guerra Mundial sentó el precedente de la sanción judicial a
quienes aplicaban el terrorismo bélico, término con el cual se designó los actos inhumanos
realizados contra la población civil e incluso, contra los combatientes heridos o capturados.
De manera general, aún con los horrores implícitos en el uso de la violencia, las guerras que
preceden la actual contenían elementos fundamentales del pensamiento humanista.
EL PENSAMIENTO HUMANISTA Y EL EFECTO DEL POSITIVISMO EN LA
METAESTRATEGIA NACIONAL.
Este pensamiento humanista que orientó la acción militar venezolana, incluyendo las
realizadas en el marco de las confrontaciones civiles internas, sufrió una muy importante
variación a principios del Siglo XX, con el advenimiento de lo que ha sido conocido como la
hegemonía andina. De una concepción que reflejaba la idea de la movilización en masa,
muy claramente señalada en el documento transcrito en el Capítulo I de esta obra, en la cual
era obligación de todo ciudadano el participar en la función de defensa estratégica del
Estado, que incluía “el tomar banderas” en las contiendas internas según la conciencia
individual, se pasó a la conformación de un estamento militar profesionalizado a quien se la
adjudicó el señorío de las actividades de defensa. Esto a pesar de que los instrumentos
legales que se promulgaron durante ese lapso, mantenían las disposiciones que regulaban la
organización de las reservas militares que hacían práctica la participación ciudadana en la
defensa militar del Estado. De hecho, las milicias que tradicionalmente se conformaban
dentro de las jurisdicciones de los estados que constituían la Federación, desaparecieron de
la organización militar de la República.
Esta tradición histórica y constitucional, cambió como consecuencia del Imperio del
pensamiento positivista en la orientación del régimen andino (1899-1945). Dentro de esta
aproximación filosófica, por cierto con algún contenido racista, el valor fundamental de la
acción pública del gobierno del Estado era el progreso, en términos concretos identificado
con la industrialización, dependiente del orden tanto en el entorno interno como en el ámbito
internacional. De allí que para esta última finalidad, se consideraba a las Fuerzas Armadas,
dirigida por una elite profesional, parte de una ilustrada que le correspondía el gobierno de la
nación, como responsable del logro del orden interno y la seguridad de las fronteras como
condiciones indispensables para el progreso de la comunidad política. No es de extrañar
entonces, que las primeras decisiones en el terreno de la defensa militar del país, estuviesen
9dirigidas a neutralizar las fuerzas irregulares indómitas, que competían por el logro del
poder a escala regional o nacional y a organizar un centro académico de formación de
Oficiales destinados a configurar esa élite militar. Esta última decisión contravenía la
tradición implantada desde la época colonial cuando la formación académica del cuerpo de
oficiales se realizaba en la Real y Pontificia Universidad de Caracas o en los cuerpos de
milicias criollas o pardas que constituían las fuerzas locales que complementaban el Ejército
Español. Además, como parte de esa política, el problema de la delimitación del territorio fue
central como componente del aseguramiento de la estabilidad de las fronteras. Este
pensamiento positivista fue mantenido invariable durante todo el Siglo XX, hasta el momento
actual cuando la situación existente en el sistema internacional obliga a su revisión. Durante
ese largo período se mantuvo la situación estamental del sector militar de la sociedad
venezolana con los privilegios positivos en la consideración social, fundados en su modo de
vida y, en consecuencia, en maneras formales de educación y en prestigio profesional.
Durante el fenecido régimen “puntofijista”, en el reparto de poder que se realizó entre las
cúpulas de los partidos y los sectores sociales venezolanos, se mantuvo esta orientación al
adjudicarle al estamento militar el señorío sobre los asuntos fronterizos, el propio
equipamiento, la administración financiera y de recursos humanos de la Institución.
LA GUERRA COMO PARTE INTEGRAL DE LA POLÍTICA.
No obstante, no se puede considerar la guerra como un fenómeno aislado dentro del
esquema simple amigo-enemigo en el cual se suele analizar. Incluso el autor mencionado
como paradigmático en el análisis de la guerra moderna, a pesar de vincularla con la política,
y de alguna manera con la economía al desarrollar la idea de la logística, no abarca la
complejidad del conflicto humano y en particular, la de los conflictos intersocietales –
conflictos entre formaciones sociales-. En ese particular, referidos a nuestra propia historia
militar, las acciones bélicas desarrolladas principalmente a lo largo del Siglo XIX, reflejaban
variadas contradicciones presentes en la sociedad venezolana, cuya consideración es
necesaria, no solamente para conocerlos sino para tener bases para la realización de
proyecciones prospectivas. Desde la guerra de independencia hasta la actual confrontación,
han actuado, con peso variable, distintas fuerzas que expresan las ideas y los intereses de
factores internos o externos de poder. No se puede hablar por ejemplo, de la gesta
emancipadora como un enfrentamiento simple entre la nación venezolana y el Imperio
Español, aún cuando fueron estos factores los que dominaron políticamente su desarrollo.
Una circunstancia que es la que permite identificar la coyuntura. En ella, estuvieron
presentes conflictos centro-periferia, que enfrentaban las provincias con la capital, donde
se tendía a concentrar el poder desde el establecimiento de la Capitanía General en 1777.
También allí, subyacían conflictos étnicos derivados de la extrema acumulación, producto
de un orden estamental, con componentes raciales, que separaban las corporaciones con
privilegios positivos de aquellas negativamente privilegiadas. Tampoco estuvieron ausentes
los diferendos entre sectores conservadores, que pretendían mantener la estructura
estamental original, en contra de los que favorecían una estructura de clases que
correspondía a la modernidad. Esto sin faltar las diferencias religiosas entre los
fundamentalistas católicos y los partidarios de la sociedad laica. Lógicamente, la
injerencia externa, motivada por las aspiraciones de las grandes potencias, por la
primacía o la hegemonía mundial, fue evidente. Particularmente la participación de la Gran
Bretaña, formaba parte de la aspiración imperial de este centro de poder, que lograda la
victoria por la causa liberadora, pasó a tutorear el régimen político, dentro del esquema
neocolonial. Una configuración donde el dominio del terreno perdía significado, para que el
control de los mercados lo ganaran. En ese marco, perdieron valor las acciones de las
guerras terrestres, en favor de la guerra naval.
10El tipo de consideración anterior se podría hacer para todas las campañas militares que se
desarrollaron en nuestro pasado. Por ejemplo, en la guerra federal (1859-1863) lo notorio era
el enfrentamiento de clases, pues ya se había realizado un desarrollo urbano y las
propiedades rurales habían introducido herramientas y tecnologías que alteraban su carácter
tradicional. Pero allí, en esa confrontación, estaban presentes la mayoría de las
contradicciones que se mencionaron en el párrafo anterior, incluyendo la injerencia externa,
en este caso particular, la de Francia. Esta complejidad plantea aún hoy en día, problemas
políticos que eventualmente originan situaciones de crisis, incluso cuando el Estado enfrenta
enemigos externos. Y ella tiene un particular impacto en los esquemas organizativos de las
sociedades orientados hacia su defensa estratégica. Son variables que afectan la unidad y la
coherencia de las fuerzas castrenses, llegando hasta su división y la materialización de la
guerra civil. La respuesta a este problema en la modernidad, ha sido la creación del
sentimiento de lo que se conoce como “patriotismo republicano”. Una idea no vinculada a
las nociones clásicas de patria común y patria propia, sino derivada de la noción de
“patriotismo constitucional”, acuñada por los enciclopedistas y en concreto por Juan Jacobo
Rousseau y Voltaire. Ese es un concepto que se fundamenta en la imagen del contrato
social (constitución), mediante el cual los ciudadanos por nacimiento o naturalización,
ocupan un territorio (la patria) para su disfrute, con el cual tienen una relación de
interdependencia. Es sobre esa idea, que se pudo conformar el Ejército Libertador que actuó
de manera coherente y unificada en la guerra de liberación.
EL PARÉNTESIS DEL AUTORITARISMO BUROCRÁTICO.
Es observable un inciso, donde hubo un cambio general de la dirección de la acción pública,
durante ese largo siglo de lo que pudiésemos llamar una “paz armada en Venezuela”,
impuesta por una Fuerza Armada pretoriana. Fue el lapso 1948-1958, cuando esa
institución, transformada en casta, decidió asumir directamente el control del poder,
abandonando a sus patronos: los estamentos privilegiados de la sociedad.
Incuestionablemente esa decisión se tradujo en una acción de fuerza enmarcada en lo que la
teoría sociológica denomina “violencia conspirativa”. Un tipo de violencia política, con un
uso mínimo de la fuerza, realizada por segmentos de la élite – en este caso un sector de
“oficiales académicos” asociados con un sector de la tecnocracia profesional – que se
manifiesta normalmente mediante los llamados “golpes de estado”. Como es característico
en estas situaciones, la acción respondía a una profunda insatisfacción de esos grupos por
su falta de influencia política y su participación restringida en la distribución de los valores
sociales, especialmente económicos. Son actos que suelen producirse al margen de las
masas, cuya participación es extremadamente limitada, como ocurrió ese 24 de Noviembre
de 1948 cuando se depuso el gobierno del Presidente Rómulo Gallegos.
Obviamente, como la propia denominación de este tipo de violencia lo indica, ese golpe de
estado fue un acto deliberado al cual se convocaron todos esos factores descontentos,
incluyendo la presencia de miembros de la Misión Militar estadounidense establecida en
Venezuela, junto con una apatía generalizada de las masas populares frustradas por la falta
de eficacia del gobierno para atender sus demandas. Y, más por el hecho de su origen
primario, derivado de otro golpe de estado sin participación popular. En efecto, la teoría
señala que el punto débil de los gobiernos así constituidos reside en que al no tener raíces
en el pueblo o carecer de su apoyo concreto, pueden ser eliminados por el mismo método,
sin provocar la reacción general, a menos que incurran en una represión indiscriminada. Sin
dudas, los conspiradores apreciaron la debilidad del gobierno para realizar esa represión.
Con un proyecto “revolucionario”, frente a la coyuntura interna e internacional que le era
adversa, dado el prestigio de sus opositores, no sólo sustentado en el éxito del modelo
capitalista, sino porque también prometen cumplir dentro de este una función de reconciliación social, el régimen no tenía la fortaleza ideológica para amalgamar los sectores
sociales no privilegiados. Al mismo tiempo, valoraron sus propias capacidades basadas en el
dominio del poder real, incluyendo en ellas el control de las industrias petroleras, en manos
de la tecnocracia transnacional y, su asociación con los EE.UU., consolidadas como una
superpotencia después del triunfo en la II Guerra Mundial. Y, como resultado de ese análisis,
concluyeron, correctamente, estimando que tenían una relación de poder extremadamente
asimétrica con las fuerzas de un gobierno carente de voluntad política y de una estrategia
para enfrentar la amenaza. En otras palabras, sin el poder duro y las fuerzas morales para
organizar una resistencia frente a la amenaza que casi era pública. De modo que
prácticamente la acción fue incruenta, si se le compara con la similar ocurrida tres años
antes, el 18 de Octubre de 1945, cuando el régimen andino, esta vez sorprendido por el
golpe de estado, pudo dar una respuesta improvisada fallida, con una porción significativa
de la Fuerza Armada, en conjunción con elementos populares.
No se trata de una reposición de las típicas tiranías militares impuestas por los EE.UU. en el
marco del Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe, como las que estaban presentes en
Nicaragua con el “clan de los Somozas” o en República Dominicana con Rafael Leonidas
Trujillo. Era un nuevo modelo – el burocratismo autoritario – con un contenido nacionalista,
cuyo componente ideológico fundamental estaba ligado a la seguridad estratégica del
Estado, “amenazada” por la acción agresiva del “comunismo internacional”. Un
planteamiento político que encajaba perfectamente dentro de los intereses de los elementos
dominantes, transformados en clase, por la acción combinada de la industrialización del
petróleo que creo un proletariado organizado en sindicatos (una clase obrera) y la actividad
política de los “adecos” (socialdemócratas), que ubicó el juego en el marco de la lucha de
clases propio del materialismo histórico. Pero también se ajustaba al marco de la “estrategia
de contención” ideada y puesta en práctica desde su posición como Director de
Planificación Política del Departamento de Estado por George Kennan en lo que en 1952 se
convertiría oficialmente en el Corolario Kennan a la Doctrina Monroe. Dentro de esa
metaestratégia, que respondía al temor temprano a los “shatterbelts” fronterizos (enclaves franceses, británicos, holandeses y españoles situados en el hemisferio) asociados a las comunidades mestizas de la región, sentido por la sociedad anglosajona-
protestante del norte, el proyecto del régimen militar instaurado en Venezuela caía “como
anillo al dedo”. En ese sentido, en aquel momento era necesario contener la posibilidad del
establecimiento de un “shatterbelt” soviético, representado por diversos enclaves
perturbadores en el hemisferio, producto de su asociación con fuerzas políticas locales, tal
como lo ha sido Cuba desde la década de los 60. Pero en esa concepción la contención iba
a realizarse fundamentalmente en Euroasia –tal como ocurre en la actualidad. Hacía allá se
dirigieron todos los recursos económicos (Plan Marshal para Europa y la Ayuda para la
reconstrucción de Japón en Asia) y militares (Tratado del Atlántico Norte y Tratado para el
Sureste Asiático). La contención en América Latina y el Caribe se la dejarían – como se la siguen dejando – a los gobiernos de la región o, a las “quintas columnas” que, como la
dirigida por el Coronel Castillo Armas, en representación de los intereses de las clases
privilegiadas de Guatemala, asociadas a las empresas bananeras norteamericanas
establecidas en el país y con el beneplácito de la Casa Blanca, depusieron el gobierno
reformista de Jacobo Arbenz, acusado, además de “comunista” de belicista, por una
importación de fusiles de Checoslovaquia para mejorar las defensas militares de su país.
Desde la perspectiva geopolítica de Kennan, las Américas del Sur y Central quedaban
automáticamente subordinadas a la América del Norte, después de haber anulado las
capacidades de las grandes potencias para mantener el orden neocolonial impuesto
después de las guerras napoleónicas. Estos espacios, como él mismo los denominó, se
convertirían en el “patio trasero” de los EE.UU., conjuntamente con la transformación de El
Caribe en “el Mediterráneo de este hemisferio” y, junto con África, serían simples
proveedores de materias primas. En ese marco la seguridad hemisférica estadounidense
dependería del mantenimiento de la pirámide del poder regional en la cual ese país se
colocaba en la cúspide, secundado por potencias intermedias de segundo orden como
Brasil, Argentina, México y Venezuela, teniendo en la base las pequeñas potencias y los
estados fallidos. Un poder sustentado fundamentalmente en las fuerzas de las armas, con
capacidad para vencer la resistencia que podrían desarrollar las pequeñas potencias –como
es el caso de los estados centroamericanos y caribeños frecuentemente invadidos por
fuerzas combinadas de los EE.UU., asociados con otros estados de la región- y las
generadas por los sectores internos no privilegiados.
Desde luego, la eficacia de los poderes intermedios dentro de ese esquema, dependía de su
fortalecimiento. Una variable que esta en función del desarrollo de sus capacidades militares
y de las fuerzas morales que las hagan efectivas. Y, para ese propósito, en primer lugar, se
recurrió a la potenciación de las fuerzas militares de la región con programas de ayuda que
permitían la introducción de nuevas tecnologías, asociadas a las estrategias y tácticas
norteamericanas, para en segundo lugar, lograr la cohesión social y la unidad del país por la
vía del nacionalismo que fortalecería la voluntad de resistencia ante la amenaza externa. El
efecto inmediato fue la activación de una carrera armamentista moderada en América del
Sur – si se le compara con la existente en la región geoestratégica euroasiática – con la
consecuente potenciación de los diferendos internacionales existentes entre los estados de
la región, en nuestro caso con Colombia. Lograba así la aplicación del Corolario Kennan, la
contención del avance del “comunismo” en la región sin el uso masivo de recursos
norteamericanos, mediante la represión de los movimientos populares contestatarios y la
aplicación de una “estrategia del balance de poder en ultramar” que impedía alianzas
entre los poderes intermedios regionales que pudiesen compensar la hegemonía
estadounidense en el hemisferio. Un temor, advertido por el geopolítico Nicolás J. Spykman
a principios de la década de los 40, quien colocaba como amenaza una posible coalición
entre Brasil y Argentina durante el desarrollo de la II Guerra Mundial. Fue dentro de ese contexto donde se desarrollo el paréntesis en la aplicación del ideario
positivista dentro de la cual la Fuerza Armada, actuando con un criterio estamental, estuvo al
servicio de la oligarquía dominante y, a través de ella, y dentro de la pirámide del poder
hemisférica, en la defensa estratégica de la zona de seguridad norteamericana en el marco
del TIAR. En ese lapso se inició una repotenciación del aparato de defensa de la nación
sustentada en un reequipamiento de la Fuerza Armada con una tecnología de punta en el
campo de las armas convencionales; la creación de una base industrial, conjuntamente con
el desarrollo de capacidades en el ámbito de la investigación científica y tecnológica,
incluyendo el campo nuclear, para buscar la autonomía estratégica del Estado; y, el cambio
del concepto estratégico militar, mediante la colocación de una reserva, constituida por los
excedentes de cada contingente del servicio militar obligatorio, como el elemento
fundamental para la defensa de la nación, mientras unas fuerzas activas, reducidas a una
organización de reacción rápida, se encargaba de disuadir las agresiones provenientes de
sus competidores regionales. La eficacia de esta concepción, se puso de manifiesto durante
la crisis colombo-venezolana de Los Monjes de 1952, cuando la primera intentó ocupar ese
archipiélago militarmente, con cooperación estadounidense, siendo disuadida en su intento
por la acción de la aviación nacional. El vínculo entre este fortalecimiento del poder duro,
con la vigorización del blando, exaltado por el nacionalismo a través de la reivindicación de
las tradiciones populares, fue justamente el establecimiento de la reserva que encuadraría a
la totalidad de los sectores jóvenes del país. Mediante su entrenamiento y organización se
pensó, erradamente, en desarrollar una base social disciplinada en apoyo del régimen, con
un sentido nacionalista basado en la idea de la patria propia.
13Se trato de una acción de gobierno en la cual había elementos revolucionarios,
especialmente en lo concerniente a la política militar, necesariamente asociada a la creación
de infraestructuras que soportaran la metaestratégia que constituía la superestructura del
régimen de carácter militarista. Sin dudas, el paisaje geográfico del país se modificó
drásticamente, incluyendo en ese cambio aspectos demográficos y sociológicos.
Ciertamente se transformó el sistema vial y de comunicaciones contribuyendo a la
unificación del país y a la aceleración del urbanismo como tendencia propia de la
modernidad, conjuntamente con el incremento cualitativo y cuantitativo de una clase media
fuerte. Pero la represión del “comunismo”, que frenaba los movimientos sociales destinados
a reducir las profundas asimetrías existentes, que hacían de la comunidad política nacional
una sociedad dual, lo convertía en un régimen autocrático que incluía a amplios sectores de
la sociedad de la participación política, colocándolo de hecho en el campo conservador. Un
terreno en el cual la Fuerza Armada, como institución, siguió mantenimiento su carácter
pretoriano. No obstante los elementos revolucionarios de esa política – la activación de
nuevas fuerzas productivas, la idea de la defensa popular, el desarrollo de la ciencia y la
tecnología, entre otras – se internalizaron en la mente de muchos de los componentes del
aparato de defensa, quienes constituirían una fuerza de resistencia al retorno de la
corporación militar al papel de custodio de los intereses de la oligarquía dominante.
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