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Corrucionn

roblesdigital27 de Septiembre de 2014

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Reflexiones

sobre la

Corrupción en México

I) Introducción

El tema de la corrupción en México es un tema tan complejo como delicado y que

en verdad urge ya abordar frontalmente para poder lidiar con ella de manera

efectiva. Dicho tema es complejo por la cantidad de facetas o aspectos que presenta

y es delicado porque la vida nacional se ha visto profundamente afectada por la

omnipresencia y (de seguir así las cosas) la omnipotencia de la corrupción.

Modalidades de corrupción son, e.g., el tráfico de influencias, el contrabando, el

soborno, el peculado, el uso privado de bienes públicos, el castigo al inocente y el

premio a quien no lo merece. Se trata, como puede fácilmente apreciarse, de

prácticas por todos conocidas, de formas de conducta familiares y en las que, de uno

u otro modo, incurre la inmensa mayoría de la población. Lo que, sin embargo, la

gente resiente pero no comprende es que la corrupción significa, de manera gradual

pero in crescendo, la destrucción de la vida institucional, el desprecio por la

legalidad y el triunfo de la ilegitimidad y de la inmoralidad. Una sociedad corrupta

no puede ser sino una sociedad en estado de descomposición y, por consiguiente,

tiene necesariamente que ser una sociedad injusta. Dada la extensión y la

profundidad alcanzadas por la corrupción en nuestro país, no sería una exageración

afirmar que estamos frente a un peligro de seguridad nacional. Es sólo con voluntad

férrea que podremos desembarazarnos de ella. Empero, la voluntad por sí sola no

puede acabar con la corrupción. Ésta exige ser primero comprendida. Este ensayo

es, pues, ante todo una meditación en esta dirección. Sin embargo, trataré también

de sugerir líneas generales de acción para diluir los efectos y acabar con el mal

social más insidioso y dañino de la sociedad mexicana actual.

Nuestro punto de partida será una verdad evidente: hay una conexión

intrínseca fuerte entre la naturaleza de una acción y su evaluación y comprensión.

Por ejemplo, de nadie podría decirse que actúa políticamente si el agente en cuestión

no cargara una dosis, por mínima que fuera, de teoría política; asimismo,

difícilmente podría decirse de un individuo que no maneja el lenguaje religioso que

está en posición de realizar acciones “religiosas”; sería grotesco decir de un

chimpancé que por casualidad pinta un lienzo que se trata de un gran “artista”, y así

indefinidamente. Los ejemplos los podemos multiplicar tanto cuanto queramos, pero

en realidad no sirven más que para ilustrar la conexión conceptual ya mencionada:

en la medida en que una acción no es un mero movimiento físico sino que tiene un

carácter específico, la naturaleza de la acción dependerá del filtro teórico por el cual

haya pasado, el cual le imprimirá su rasgo distintivo definitivo.

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Ejemplifiquemos esto último mediante una inofensiva especulación.

Supongamos que se prepara en un determinado país la visita de un hombre de estado

de un país vecino, en contra del cual sin embargo se planea un atentado. Imaginemos

que el estadista visitante se pasea por la ciudad en un auto descubierto. Ahora bien,

sucede que cerca de donde se encuentra el visitante hay un campo de tiro y que, por

un malhadado descuido, alguien, que no tiene nada que ver con la conspiración,

dispara en la dirección equivocada y, sin proponérselo, acaba con la vida del

estadista visitante. La pregunta aquí es: ¿fue su acción una acción política? Me

parece que la respuesta es clara: en la medida en que el sujeto no pretendía disparar

en contra de nadie, no tenía ningún plan en ese sentido, no luchaba en contra de los

proyectos del estadista visitante sino que inclusive simpatizaba con él, no estaba

interesado en política, no sabía siquiera que se iba a producir dicha visita, etc.,

podemos decir que su acción fue desde luego un homicidio, aunque involuntario,

mas no una acción política. En cambio, exactamente el mismo suceso producido por

alguien que sí participaba en el complot, que sí tenía una concepción política

opuesta a la del mandatario, etc., no podría ser clasificado más que como resultado

de una acción política. Inclusive si alguien (su esposa, e.g.) por razones puramente

personales asesinara al estadista en cuestión, su acción sería criminal, mas no

política. Para que la acción revista el carácter de política tiene que estar cargada de

teoría política, tiene que tener motivaciones y objetivos políticos. Esto es una

consecuencia particular de la idea general de que hay una conexión conceptual

fuerte entre las nociones de acción y de comprensión.

La situación imaginaria descrita más arriba nos es útil por lo siguiente: nos

permite entender que si no se detecta y diagnostica debidamente una situación

determinada, simplemente se le entenderá mal y no se le podrá enfrentar con el

instrumental apropiado y con la óptica adecuada. Dicho de otro modo: ningún mal se

puede contener si previamente no se le comprende, esto es, si nada más se le padece.

Siguiendo con nuestro ejemplo imaginario: no comprender la naturaleza de la acción

llevaría a castigar como un criminal político a alguien que cometió un homicidio

involuntario o, a la inversa, a castigar un asesinato político como si se tratara de un

mero accidente. Esta lección, naturalmente, vale por igual para el colosal problema

de la corrupción. Combatir la corrupción sin un diagnóstico claro, sin tener de ella

una visión global de sus múltiples manifestaciones, es como pelear vendado de los

ojos con alguien: quizá se pueda asestar uno que otro golpe al adversario, pero es

sumamente improbable que se le pueda ganar la pelea.

Es importante hacer consciente a la gente de que, de uno u otro modo, tarde o

temprano, los daños engendrados por la corrupción repercuten siempre en el

individuo, en las personas concretas, de carne y hueso. Es factible que para alguien

alguna modalidad de corrupción resulte provechosa. Lo que es menos probable es

que para sus hijos también lo sea y es probable que si bien alguien logró deslizarse

con éxito por el resbaladizo terreno de la corrupción sus parientes o amigos cercanos

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se patinen y resbalen allí precisamente donde él triunfó. Pero ¿cómo se ve afectado

el individuo por la corrupción, inclusive cuando, por así decirlo, la practica?

El primer hecho que debemos señalar es que en la actualidad se alcanzó el

punto crítico en el que la corrupción empieza a ser igual de cara que los beneficios

que supuestamente acarrea. Todo acto de corrupción tiene un precio, cuesta.

Introducir ilegalmente mercancía se puede, pero hay que darle dinero a los

aduaneros; evadir impuestos es factible, sólo que hay que tener contadores;

“agilizar” trámites es concebible, pero tiene su precio; y así ad infinitum. En la

medida en que (en este sistema al menos) prácticamente todo tiene que ver con el

dinero y gira en torno a él y que es el todo de la vida de las personas lo que está

permeado o corroído por la corrupción, se sigue que como un efecto de la

corrupción la vida se volvió mucho más cara para todos. La gente se fija en general

en las dificultades pecuniarias que la corrupción entraña, esto es, en lo que llamaré

‘males externos’ a la persona. Los males externos causados por la corrupción

prevaleciente son, por razones que iremos avanzando, cada vez más graves, cada vez

más difíciles de soportar. Sin embargo, la corrupción (como tendremos ocasión de

argumentarlo en este ensayo) genera también lo que podemos denominar ‘males

internos’, no menos costosos que los externos, aunque el precio en este caso no se

pague con dinero. Lo que quiero decir es básicamente que a la larga la corrupción

termina por materializarse en una mentalidad particular, en una forma pervertida de

ser y de ver el mundo. Ahora bien, en ambos casos quien resulta directamente

perjudicado es el ser humano mismo: cuando no es su bolsillo es, para emplear una

palabra caída en desuso, su “alma” lo que se ve afectado o deteriorado. Sobre esto

diremos algo más abajo.

Es una ingenuidad pensar que una enfermedad social como la corrupción

podría perdurar indefinidamente sin acabar con el paciente, es decir (en este caso),

con la nación mexicana. Lo que estamos viviendo en el México de inicios del siglo

XXI es en verdad un grave problema que tiene hondas raíces culturales y que

permaneció más o menos latente hasta épocas recientes. Ello, como veremos, es

explicable. En todo caso, lo cierto es que en la actualidad el país literalmente está

empezando a asfixiarse. El mero hecho de abrir un concurso para que

colectivamente se reflexione sobre el tema de la corrupción es un claro síntoma de

desesperación y desasosiego. Urge combatirla pero, si lo que dije al inicio del

ensayo no es desacertado, para combatirla es menester primero comprenderla. Dadas

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