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El Doecente


Enviado por   •  3 de Diciembre de 2014  •  2.609 Palabras (11 Páginas)  •  191 Visitas

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El docente ¿un profesional de la educación?

Rafael García

Existe la idea de que el trabajo del maestro lo puede hacer cualquiera, esto es, que su tarea no es desempeñada como un profesional. En este sentido ¿cuál es la diferencia entre un profesional de la educación y alguien que no lo es? En este espacio trataré de aproximar una respuesta a dicha pregunta con la mayor ética posible.

En primer lugar habría que construir una figura alterna a las que se han mencionado (profesional, no-profesional), la cual a mi juicio pudiera ser: el que se dice ser profesional sólo porque tiene un título. Bajo éstas tres figuras es posible de modo arbitrario hacer un análisis de ésta realidad que ronda los muros de la escuela.

El que no es profesional busca adaptarse a las condiciones y circunstancias en las que se configura la dinámica de la escuela, ya sea en lo endógeno como en lo exógeno, su práctica tiene reminiscencias de su propia formación que mezcla en forma ecléctica para desarrollar su labor dentro y fuera del aula. Su modo de aprehender y percibir la realidad escolar tiende hacia un enfoque neutro y adaptativo, se concreta a buscar técnicas para hacer que sus alumnos aprendan algo, porque no sabe lo que existe detrás de cada contenido, del tipo de relaciones entre él y sus alumnos, de las contradicciones epistemológicas, de la psicología y sus implicaciones pedagógicas y además no reconoce que su labor también es política.

Por su parte el que se dice ser profesional porque tiene un título, o dos, o tres, actúa como si lo supiera todo, es el clásico que suele decir en los espacios donde se reúnen los maestros y maestras “¡es lo mismo, es lo mismo!”. Lo que lo hace distinto del no profesional es que en cierta forma es deliberada su ineficiencia, dado que de alguna manera posee un cierto nivel de conocimiento sobre el hecho educativo y su relación con las demás esferas de lo social, sin embargo su tarea es encerrada en una especie de feudo donde lo que hace, dice y piensa es incuestionable, por lo tanto inamovible. Un ejemplo de este tipo de figura es aquel que por lo general se opone a cambiar las formas e indagar sobre los fondos donde se halla sostenido el quehacer educativo, son para este tipo de figura una pérdida de tiempo todo lo que suene a problematización, investigación, colectividad, iniciativa, cambio e innovación.

En lo que respecta al profesional, su característica es asumir que el proceso de enseñanza-aprendizaje es complejo, que es más que aplicar técnicas, dinámicas, planear engarzando contenidos de una y otra asignatura, realizar juntas periódicas con sus madres de familia, asistir a cursos y talleres, ser puntual, participar en comisiones escolares, llevar a cabo un método y/o una metodología. El profesional sabe que su tarea está dentro y fuera del aula, entiende la importancia de cuestionar y cuestionarse, generalmente no está satisfecho, por lo tanto está en permanente búsqueda de las respuestas a: ¿por qué éstos contenidos y no otros?, ¿qué subyace en las relaciones con mis alumnos?, ¿cuáles son las contradicciones del currículum?, ¿a qué intereses responde la enseñanza de la historia oficial?, los intereses de los niños: ¿cómo potencializarlos?, la democracia: ¿áulica o escolar?, el ejercicio de poder, sus formas, sus rituales; la resistencia: ¿un punto de partida o de confrontación?, el papel de los padres de familia como actores activos en el proceso educativo. Sin duda alguna, el profesional se plantea éstas y otras interrogantes a lo largo de su estancia dentro de su quehacer cotidiano.

La diferencia entre ésta figura y las dos primeras no es que éste sepa más y los otros menos, tampoco es que aquel sí quiera la transformación y los otros no, se trata de que el profesional está consciente de que aferrarse a la adaptación pasiva de la dinámica escolar es reproducir el orden establecido, esto es, reproducir las relaciones de explotación que modelan los distintos aparatos ideológicos del Estado, entre ellos la escuela; así mismo reconoce que es absolutamente falible, por lo cual la necesidad de replantearse su práctica es fundamental y que educar no es sinónimo de domesticar, para que los alumnos se adapten a la sociedad que exige la eficiencia, la calidad, la sumisión al que detenta el poder, sino por el contrario trata de buscar y promover la transformación de lo establecido, de lo arbitrario, en suma, de las relaciones de poder.

Ser profesional implica entonces el reconocimiento de la ignorancia propia y la aprehensión de una conciencia crítica sobre el quehacer cotidiano.

El profesional está consciente de que aferrarse a la adaptación pasiva de la dinámica escolar es reproducir el orden

El diccionario de la Real Academia Española dice que el docente es una persona que “enseña”. La vida, en cambio, demuestra que ser docente es más que “enseñar” un concepto, un axioma, un procedimiento o alguna destreza manual. Mediante sus responsabilidades cotidianas: preparar clases, llegar puntualmente al aula, exponer ideas, dar testimonio de algunas experiencias, corregir prácticas, explicar ejercicios, devolver exámenes, publicar calificaciones, escuchar y resolver reclamos, solucionar problemas…, el docente expresa, transmite y propone una manera de ser en el mundo. Se convierte en un arquetipo para los estudiantes.

Ser docente, además de un proyecto profesional bien definido, requiere madurez intelectual y emocional, una posición definida respecto de los problemas del entorno, sensibilidad para comprender las dificultades de los demás y, esencialmente, honestidad intelectual para definir fortalezas y debilidades propias. Más allá de las formalidades institucionales y de la competencia para enseñar soluciones a problemas profesionales, ser docente implica promover la búsqueda de la verdad, aun sabiendo que jamás es posible alcanzarla plenamente.

Los profesores, que ejercen hace años y que se dedican predominantemente a este oficio, saben que se aprende a ser docente todos los días, en cada clase, con cada grupo de estudiantes. Su trabajo no se reduce a las actividades del aula, deben actualizarse con la lectura de textos recientes, investigar temas de su especialidad por cuenta propia y preparar estrategias para facilitar el aprendizaje de los estudiantes. Si no realizan estas actividades previas, corren el riesgo de fracasar, pues su público es exigente y crítico, percibe cualquier equivocación y, aunque no lo exprese manifiestamente, puede incluso mofarse en silencio.

Más que meros instrumentadores de programas, los docentes son profesionales reflexivos, como ya han apuntado diversos autores. La docencia enfrenta la paradoja de que sus resultados se ubican en la esfera de otro

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