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El Huasolecto


Enviado por   •  25 de Septiembre de 2014  •  2.119 Palabras (9 Páginas)  •  234 Visitas

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El HUASOLECTO: FICCIONES DEL MAULE EN LA FRONTERA.

(A propósito del Encuentro Pueblos Abandonados: La otra provincia)

Claudio Andrés Maldonado.

Comienzo esta presentación leyendo unas de las preguntas de la entrevista que me hizo Bernardo González Koppmann, en el marco de la presentación de mi novela Piel de Gallina.

B: ¿Cómo crees que te insertas con esta propuesta estética en el panorama narrativo chileno actual, oprimido, al parecer, todavía por el centralismo burrocrático?

Le respondí:

En realidad no sé si me he insertado o no. Nunca me he sentido dolido por vivir lejos del centro. Todo lo que he escrito no sería, no existiría, si me hubiera preocupado por estar donde supuestamente las papas queman. Viví 17 años en Curicó, 18 años en Temuco, llevo 6 meses en Talca. ¿Cómo poder sentirme oprimido por vivir en una aldea que me da todo el silencio para imaginar?

Y es en la aldea de Curicó, ese pueblo, que al decir de Florcita Motuda, era tan, pero tan aburrido que no le quedó otra que ponerse creativo, donde se construye mi interés por el acto de contar ficciones. La mayoría de los abuelos del barrio habían llegado cuarentones a la ciudad, asentándose en el sueño clasemediano de la casa propia y de un buen nicho donde caerse muerto. Sus hijos, fueron después mis padres o mis madres, mis tíos y tías. Toda esa parentela pichona dejó sus Comalles natales, sus Hualañés, sus Raucos y sus Cordillerillas infantiles. Llegaron a terminar la enseñanza básica y continuar la media, para cumplir la meta de estudiar una carrerita corta que les permitiera ganarse la plata con más alivio que sus anteriores, que cada vez que podían les narraban las miserias de las salinas de Boyeruca, o los correazos de los patrones por haberse comido una guinda sin permiso. En medio de esos actos conversatorios, tanto públicos, como privados, en esa mixtura de lenguaje campesino y de urbe chica, es que adquirí el Huasolecto maulino curicano, una forma de comunicación en que las anécdotas, las tallas, las formas satíricas y laudatorias para acercarse y alejarse de la tribu, parecían estar siempre acompañadas del grito agargantado de un jote delirando en las alturas. Términos como: Chijetear, Acoquinarse, Chimiscoleado, Ajibao, Pacotillero, Pachochento, Pachotazo, Langusino, Amalcornado, Pispireta, Aturrunarse, Azopao, La chei, Pililo, Agallucho y tantos otros, forman un glosario que se expande al llegar a frases típicas, llenas de significación en sí mismas: “Te miraron como el último pendejo de la raja del culo”, “Andai lamiéndole la cabeza a un tiñoso por cinco pesos”, “Querís la guerra mundial por ni cobre”, “Quedaste tamboreando en un cacho”. Nótese que la ch y la ll son esenciales en estos términos y que las frases constituyen, como diría el Gitano Rodríguez, un miedo inconcebible a la pobreza, una tristeza de huaso desterrado, solitario, pero también amante del carnaval de la risa y del esperpento, de la exageración como forma de agradar a un público ávido por escuchar nuevas ocurrencias en las formas de un decir en Huasolecto. Casi todos los veranos de mi infancia los viví en Iloca. El Zafrada, mostrado como novedad, nunca fue rareza en su hablamiento cotidiano.

Los personajes curicanos emergen para darle vida a mis primeras lecturas, a esos informes de lecturas, como diría Marcelo Mellado. Dispositivos de transmisión textual de imaginarios hacia los pares: Las perfomances del Julito el lustrabotas, que nos tiraba besos y a más de alguno un agarrón a la maleta. La sonrisa en tinto del Pachín, un cuico vagoneta medio payaso y niño pinochetista, que vivía de la bolsa del hermano que era dueño de los flipers más importantes del centro. La vida del Brunito, otro hijo pudiente de la aldea, que al nacer resbaló de los brazos de la matrona y quedó con un retardo mental y que al llegar a los 20 años le dio por visitar las escuelas de toda la ciudad y tocar la campana en los recreo. Y así, decenas de anécdotas: El guatón Lele, que fue el primer gran proveedor de pitos de mí “generación”, ese guatón Lele que armaba las caletas en papel cuché, el único distinguido en la envoltura. Después supimos que los paquetes venían con la cara de Chayanne o de Axel Rose porque este tarambana le robaba los TV Grama a la prima para darle más color. El loco Elmo que se inyectó pisco en las venas, la Johnny Peineta con su escarmenado rastafari buscando flores muertas en el cementerio, el Finfa que se murió de frío en la plaza de la Iglesia del Rosario. Los jugadores del Curi Curi, que los veíamos las madrugadas del sábado en las cantinas de Mónica Donoso, meta y ponga el Chala Díaz y el Pelao Aranís, celebrando por el partido que perderían al otro día en el estadio La Granja, que aún no era el medio estadio, sino un estadio completo hecho de puros palitos de helados.

El Huasolecto en mí, en los personajes del pueblo, un mundo por explorar, distinto al aburrimiento del que hablaba el joven Florcita de los 70. Yo en la Alameda Manso de Velasco, a mediados de los 90, viendo como el Chaka ponía los ojos blancos y la boca chueca para imitar a Eddie Vedder. Ese Chaka Lomboy, que estudió un semestre en el Instituto Curiarte y pirateaba poleras Maui, la mirada de los tiburones siempre le salía tuerta, turnia, como la épica del Cogote de almeja, compañero de Tercero Medio, fanático de Iron Maiden, que por meses le picó leña a los vecinos, lavó autos y cortó el pasto en casas pirulas, para ir al concierto de su vida en la capital y soñar con el autógrafo de Steve Harris o de Nicko Mcbrain. Muchas veces Cogote, en esas juntas arriba del Cerro Condell, nos recreaba la aventura: Al final del concierto, el Cogote, se cuela como un guarén en la sala vip, donde Bruce Dickinson le garabatea saludos a unos rucios jai. El Cogote de Almeja no encuentra papel en su chaqueta, desesperado le estira el único billete, la única luca para volverse

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