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La Eguera


Enviado por   •  6 de Mayo de 2013  •  4.937 Palabras (20 Páginas)  •  274 Visitas

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mujer del médico, incluso no habiendo aquí nada de comida,

me sorprende que no haya gente viviendo. El médico dijo, Realmente,

no parece normal. El perro de las lágrimas soltó un aullido en tono

muy bajo. De nuevo tenía el pelo erizado. Dijo la mujer del médico,

Hay aquí un olor, Siempre huele mal, dijo el marido, No es eso, es

otro olor, a podrido, Algún cadáver que esté por ahí, No veo ninguno,

Entonces será una impresión tuya. El perro volvió a gemir. Qué le

pasa al perro, preguntó el médico, Está nervioso, Qué hacemos,

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Vamos a ver, si hay algún cadáver pasamos de largo, a estas alturas

los muertos ya no nos asustan, Para mí es más fácil, no los veo.

Atravesaron el supermercado hasta la puerta que daba acceso al

corredor por donde se llegaba al almacén del sótano. El perro de las

lágrimas los siguió, pero se detenía de vez en cuando, gruñía

llamándolos, luego el deber le obligaba a seguir andando. Cuando la

mujer del médico abrió la puerta, el olor se hizo más intenso,

Realmente huele muy mal, dijo el marido, Quédate tú aquí, vuelvo en

seguida. Avanzó por el corredor, cada vez más oscuro, y el perro de

las lágrimas la siguió como si lo llevasen a rastras. Saturado del hedor

a putrefacción, el aire parecía pastoso. A medio camino, la mujer del

médico vomitó. Qué habrá pasado aquí, pensó entre dos arcadas, y

murmuró luego, una y otra vez, estas palabras mientras se iba

aproximando a la puerta metálica que daba al sótano. Confundida por

la náusea, no había notado que en el fondo se percibía una claridad

difusa, muy leve. Ahora sabía lo que era aquello. Pequeñas llamas

palpitaban en los intersticios de las dos puertas, la de la escalera y la

del montacargas. Un nuevo vómito le retorció el estómago, fue tan

violento que la tiró al suelo. El perro de las lágrimas aulló largamente,

con un aullido que parecía no acabar jamás, un lamento que resonó

en el corredor como la última voz de los muertos que se encontraban

en el sótano. El médico la oyó vomitar, las arcadas, la tos, corrió como

pudo, tropezó y cayó, se levantó y cayó, al fin apretó un brazo de la

mujer, Qué ha pasado, preguntó, trémulo, ella sólo decía, Llévame de

aquí, llévame de aquí, por favor, por primera vez desde que le afectó

la ceguera era él quien guiaba a la mujer, la guiaba sin saber hacia

dónde, hacia cualquier lugar lejos de estas puertas, de las llamas que

él no podía ver. Cuando salieron del corredor, los nervios de ella se

desataron de golpe, el llanto se convirtió en convulsión, no hay manera

de enjugar lágrimas como éstas, sólo el tiempo y la fatiga las

podrán reducir, por eso el perro no se acercó, sólo buscaba una mano

para lamerla. Qué ha pasado, volvió a preguntar el médico, qué has

visto, Están muertos, consiguió decir entre sollozos, Quiénes están

muertos, Ellos, y no pudo continuar, Cálmate, me lo contarás cuando

puedas. Unos minutos después, ella dijo, Están muertos, Has visto

algo, abriste la puerta, preguntó el marido, No, sólo vi que había

fuegos fatuos agarrados a las rendijas, estaban allí agarrados y

danzaban, no se soltaban, Hidrógeno fosforado resultante de la

descomposición, Imagino que sí, Qué habrá ocurrido, Seguro que

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dieron con el sótano, se precipitaron escaleras abajo en busca de

comida, era muy fácil resbalar y caer en aquellos escalones, y si cayó

uno cayeron todos, probablemente ni consiguieron llegar a donde

querían, o si lo consiguieron, con la escalera obstruida no

consiguieron volver, Pero tú dijiste que la puerta estaba cerrada, La

cerraron seguramente los otros ciegos y convirtieron el sótano en un

inmenso sepulcro, y yo tengo la culpa de lo que ocurrió, cuando salí

de aquí corriendo con las bolsas sospecharon que se trataba de

comida y fueron a buscarla, En cierto modo, todo cuanto comemos es

robado de la boca de los otros, y, si les robamos demasiado acabamos

causando su muerte, en el fondo, todos somos más o menos

asesinos, Flaco consuelo, Lo que no quiero es que empieces a

cargarte tú misma con culpas imaginarias cuando ya apenas puedes

soportar la responsabilidad de sostener seis bocas concretas e inútiles,

Sin tu boca inútil, cómo podría vivir, Continuarías viviendo para

sustentar a las otras cinco que nos esperan, La cuestión es por cuánto

tiempo, No será mucho más, cuando se acabe todo, tendremos que ir

por esos campos en busca de comida, recogeremos todos los frutos

de

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